Opinión
Carolina Jaimes Branger
El Universal / ND
En los últimos días he estado pensando en los parias, definidos estos como “desarraigados” en su propio país. El DRAE define como “paria” a una persona excluida de las ventajas de que gozan las demás, e incluso de su trato, por ser considerada inferior. En su segunda acepción, a un habitante de la India, de ínfima condición social, fuera del sistema de las castas. Pero voy a tomar la definición de “paria” como el desarraigo característico de aquellos que no se ubican en su entorno. Entonces me pregunto:
¿Cómo puedo ubicarme en un entorno en el que lo usual es conformarse con el “peor es nada”? ¡No quiero sentir que pertenezco al clan de los que “agarran, aunque sea fallo” ni de quienes piensan que “más vale pájaro en mano que cien volando”!
¿Es acaso posible no sentirme “paria” en un país en el que si denuncio una situación para alertar y que ésta mejore, me acusan de abusar del “poder mediático” que tengo? Como venezolana, me siento complacida –y muchas veces he aplaudido en estas mismas líneas- el que haya personas que aún estén dispuestas a invertir sus ilusiones y su dinero en medio de la situación que vivimos. Lo que no puedo es aplaudir –y mucho menos avalar- la distorsión entre lo que se ofrece y lo que se cumple o entre el precio y el valor. No decirlo sí sería “abusar del poder mediático”.
Definitivamente estoy desarraigada de un país en donde se abusa del prójimo de todas las maneras posibles: trajines, trampas, expropiaciones… (siga usted la lista, es larguísima) Y más desarraigada me siento cuando constato que usualmente los “abusadores” se salen con la suya.
Por supuesto que no siento que pertenezco a un país en el que soy considerada enemiga por pensar distinto, en el que se descalifica en vez de contraponer ideas, en el que se insulta en vez de argumentar.
Y mucho más “paria” soy en un país en el que los asesinados semanalmente alcanzan las centenas y encima de que no hay justicia y la impunidad campea, son más quienes abogan por los derechos humanos de los asesinos que por los de los asesinados. ¿Cómo no sentirme desarraigada en un país donde hay presos sin juicios y presos esperando juicios mucho más allá de lo que estipulan las leyes?
Soy “paria” en un país donde la mentira, la manipulación y la incitación a la división, al odio y a la violencia son políticas oficiales. Estoy desarraigada de un país donde la burla y el insulto constituyen la parte más importante del discurso del Presidente de la República y demás detentadores del poder.
Hay parias de parias: los que se conforman con serlo y los que se rebelan contra esa condición. Definitivamente me cuento entre los segundos. Sigo creyendo que la libertad y la dignidad del ser humano son atributos inherentes a su condición, y no acepto que en ningún país –y menos en el mío- se llegue a negar, desconocer y conculcar esa dignidad y esa libertad y se llegue a propagandear como buena y deseable la falta de respeto sistemática. En fin, me siento “paria” en el mar de la mediocridad sólo porque creo que todos podemos llegar a ser excelentes y a ser tratados excelentemente.
Sí, me siento paria (así, sin comillas), me siento desarraigada, desadaptada y todos sus sinónimos, y además deseando con todo fervor seguir sintiéndome así mientras las cosas no cambien. Me siento paria y me seguiré sintiendo paria en este contexto. Me enorgullece sentirme así, pues es síntoma de que no he perdido las esperanzas de que aquí las cosas puedan ser de otra manera, para beneficio del país y de todos nosotros.
Lo peor que me podría pasar es sentir que son normales todas las anormalidades que pasan alrededor. Dios me libre de que me acostumbre.
carolinajaimesbranger@gmail.com
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