La doctrina de muchos embajadores en Venezuela durante los primeros años de la presidencia de Chávez fue la de recomendarle a sus gobiernos que para no asustarse con el agresivo verbo del frustrado golpista, miraran lo que hacía y no se fijaran en lo que decía. Según ellos, las políticas del Gobierno iban por buen camino, así que no había que pararle a su perorata. Es decir, el doble discurso jugaba a favor de los intereses de sus países a pesar del populismo verbal. En diez años las cosas han cambiado dramáticamente y los intereses de muchos inversionistas nacionales y extranjeros han sido dañados de manera irreparable por las nefastas políticas de este gobierno. Lo que parece no haber cambiado es la costumbre de tener un doble discurso. Sin embargo, para nuestra desgracia, el mal discurso de hoy resulta mucho mejor que la realidad. Por ejemplo, el discurso de la democracia protagónica acompaña a una realidad en la cual la libertad se encuentra más bien agónica. El Gobierno para los pobres nos ha empobrecido a todos y la revolución bonita nos ha convertido en un país polarizado y enfrentado.
Al comenzar una nueva década, recordemos lo que éramos al comienzo de este experimento y preparémonos para dobles discursos cada vez más disonantes con nuestra pésima realidad. Hace apenas un año el Gobierno nos decía que la crisis económica mundial y la caída en los precios del petróleo no nos afectarían, hoy vemos como el desplome de la economía se hace evidente para todos. Igualmente, a comienzos del año pasado el enérgico discurso sobre la necesidad de llevar a cabo una reforma constitucional para convertirnos en un país más democrático nos dejó por el contrario un año más pleno que nunca de terrorismo judicial, de violaciones a la libertad de expresión, de cierre de medios de comunicación y de violaciones a los más elementales derechos humanos.
Uno de los ejemplos más recientes de este doble discurso ha sido la hipócrita posición del Gobierno de Venezuela en la Cumbre sobre el Cambio Climático de Copenhagen. Pocos países en el mundo tienen una política sobre emisiones de CO2 más irresponsable que Venezuela. Mientras que el mundo discute formas de ponerle impuestos al carbón para pechar el costo social que implica la emisión de C02, Venezuela regala la gasolina a cuanto país se le ocurre a Chávez. Más aún, tenemos la gasolina más subsidiada del planeta porque la única lógica que guarda el precio interno de ese producto, es el miedo de Chávez de cambiar el precio que heredó hace 11 años.
Mientras que el resto del mundo discute seriamente fórmulas para que los países ricos reduzcan sus emisiones en términos absolutos, Chávez y sus mantenidos decidieron bloquear el acuerdo sin formular ninguna idea alternativa. La razón no era su preocupación ambiental, sino la molestia del ególatra porque no lo invitaron a formar parte del pequeño comité de 30 países que trataban de limar sus diferencias. La grandilocuencia vacía expresada en las palabras de Chávez “Venezuela está comprometida con salvar la raza humana” esconde la realidad de que su única política de desarrollo para Venezuela está basada en la explotación de la Faja del Orinoco, que es aún más contaminante que el petróleo tradicional.
Que el contaminante mayor se quiera convertir en ambientalista mayor, no nos extraña a los venezolanos acostumbrados a este surrealismo bolivariano. Aquí, el golpista mayor acusa a los demás de serlo, el busca pleito principal del continente acusa a sus vecinos de invasores y el violador principal de la Constitución acusa a sus oponentes de traidores. A medida que el Gobierno pierde popularidad, el surrealismo se acrecienta, preparémonos para ambos en 2010.
Al comenzar una nueva década, recordemos lo que éramos al comienzo de este experimento y preparémonos para dobles discursos cada vez más disonantes con nuestra pésima realidad. Hace apenas un año el Gobierno nos decía que la crisis económica mundial y la caída en los precios del petróleo no nos afectarían, hoy vemos como el desplome de la economía se hace evidente para todos. Igualmente, a comienzos del año pasado el enérgico discurso sobre la necesidad de llevar a cabo una reforma constitucional para convertirnos en un país más democrático nos dejó por el contrario un año más pleno que nunca de terrorismo judicial, de violaciones a la libertad de expresión, de cierre de medios de comunicación y de violaciones a los más elementales derechos humanos.
Uno de los ejemplos más recientes de este doble discurso ha sido la hipócrita posición del Gobierno de Venezuela en la Cumbre sobre el Cambio Climático de Copenhagen. Pocos países en el mundo tienen una política sobre emisiones de CO2 más irresponsable que Venezuela. Mientras que el mundo discute formas de ponerle impuestos al carbón para pechar el costo social que implica la emisión de C02, Venezuela regala la gasolina a cuanto país se le ocurre a Chávez. Más aún, tenemos la gasolina más subsidiada del planeta porque la única lógica que guarda el precio interno de ese producto, es el miedo de Chávez de cambiar el precio que heredó hace 11 años.
Mientras que el resto del mundo discute seriamente fórmulas para que los países ricos reduzcan sus emisiones en términos absolutos, Chávez y sus mantenidos decidieron bloquear el acuerdo sin formular ninguna idea alternativa. La razón no era su preocupación ambiental, sino la molestia del ególatra porque no lo invitaron a formar parte del pequeño comité de 30 países que trataban de limar sus diferencias. La grandilocuencia vacía expresada en las palabras de Chávez “Venezuela está comprometida con salvar la raza humana” esconde la realidad de que su única política de desarrollo para Venezuela está basada en la explotación de la Faja del Orinoco, que es aún más contaminante que el petróleo tradicional.
Que el contaminante mayor se quiera convertir en ambientalista mayor, no nos extraña a los venezolanos acostumbrados a este surrealismo bolivariano. Aquí, el golpista mayor acusa a los demás de serlo, el busca pleito principal del continente acusa a sus vecinos de invasores y el violador principal de la Constitución acusa a sus oponentes de traidores. A medida que el Gobierno pierde popularidad, el surrealismo se acrecienta, preparémonos para ambos en 2010.
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