A bordo de un taxi que atravesaba la recién inaugurada avenida intercomunal de Coche, en Caracas, comentaba el chofer. ¿Que regalo, no?
La respuesta muda, cincuenta escalones por debajo de entusiasta, le bajó el copete a la pregunta. No fue de alguien que acabase de recibir un gran regalo. No precisamente, después de años de polvo, malos olores, desvíos, colas de tres cuartos de hora por cuadra y aislamiento, debido a que nadie quería llevarte a ese sitio. No después de prolongar el triple de años previstos para las nuevas estaciones de metro, que además, no están listas. Estamos hablando solo de obras civiles, que inauguró con pompa y circunstancia el ministro del área, Diosdado Cabello.
Pero así somos en este país. Los políticos del gobierno nos regalan con nuestro dinero.
Otro que usó la palabra regalo, para referirse a la limpieza de la capital en Año Nuevo, fue el alcalde Jorge Rodríguez. Se ufanaba de lo limpia que estaba la ciudad gracias a él. Precisamente, se nota cuál mal alcalde es por el énfasis que pone en lo magnífico que resulta por haber limpiado. Hay que reconocer su grandeza.
Es como si en una casa de familia hubiese un operativo especial para limpiar la casa que fuera anunciado con bombos y platillos por la madre. Se supone que las casas están limpias, por lo menos la de la gente normal, hasta en el último rancho venezolano.
¿Han oído a alguien presumir de lo limpios que le quedaron los dientes después del cepillado de la mañana ? Si lo han oído, el protagonista es tremendo cochino.
Y Rodríguez no es el único. Así pasa en los últimos tiempos con los alcaldes caraqueños . Hubo uno llamado Freddy Bernal que no barría ni los alrededores de la Plaza Bolívar que quedaba a menos de veinte metros de su despacho. Eso sí, estaba ocupadísimo en ir a visitar los alcaldes árabes. En una supercrisis de basura en Caracas el hombre contestó desde Bagdad.
Los alcaldes chavistas creen que las ciudades del primer mundo se limpian solas. O nos lo quieren hacer creer a nosotros.
Pero lo peor, insisto no es que ellos hagan desastres, sino que nosotros, todavía creamos que el gobierno hace un gran favor cuando limpia la ciudad, fumiga a los mosquitos en las campañas contra el dengue u organiza misiones para atender a los necesitados. Son capaces hasta de decirnos malagradecidos por no prosternarnos y reconocer la maravilla que son. Por lo demás, la mayoría de las veces, la limpieza o la atención es un cuento, una barridita y después, como ocurre con la gente sucia, no limpian más y se preguntan que es lo que pasa cuando agarran una superinfecció n o las enfermeras de Barrio Adentro rechazan el socialismo, porque no les han pagado en meses.
Los funcionarios tienen además un problema gravísimo con el reconocimiento. No hacen y quieren que les reconozcan como si hubiesen hecho algo. No hay que criticar porque el Buscaracas le ha enredado la vida a todos los que viven en los alrededores. Hay que carcajearse cuando se inventa un teleférico para una parroquia que no es precisamente turística sino para los expertos en violencia o en turismo de aventura y no se les justifican los costos operativos a los contribuyentes. Hay que felicitarse por que el alcalde se de un plazo de un año más para limpiar a la ciudad. Y que además controle un periódico particular, donde la noticia de abrir con frecuencia es él.
Más me molesta que haya caraqueños que asuman este vasallaje o venezolanos que se crean
que todo lo que el gobierno ofrece hay que agradecerlo de rodillas. Doblar el lomo nunca produjo sino patadas.
No hay regalos del gobierno. Por lo menos, no en Venezuela. Eso es en otros países. ¿No se habían enterado?
La respuesta muda, cincuenta escalones por debajo de entusiasta, le bajó el copete a la pregunta. No fue de alguien que acabase de recibir un gran regalo. No precisamente, después de años de polvo, malos olores, desvíos, colas de tres cuartos de hora por cuadra y aislamiento, debido a que nadie quería llevarte a ese sitio. No después de prolongar el triple de años previstos para las nuevas estaciones de metro, que además, no están listas. Estamos hablando solo de obras civiles, que inauguró con pompa y circunstancia el ministro del área, Diosdado Cabello.
Pero así somos en este país. Los políticos del gobierno nos regalan con nuestro dinero.
Otro que usó la palabra regalo, para referirse a la limpieza de la capital en Año Nuevo, fue el alcalde Jorge Rodríguez. Se ufanaba de lo limpia que estaba la ciudad gracias a él. Precisamente, se nota cuál mal alcalde es por el énfasis que pone en lo magnífico que resulta por haber limpiado. Hay que reconocer su grandeza.
Es como si en una casa de familia hubiese un operativo especial para limpiar la casa que fuera anunciado con bombos y platillos por la madre. Se supone que las casas están limpias, por lo menos la de la gente normal, hasta en el último rancho venezolano.
¿Han oído a alguien presumir de lo limpios que le quedaron los dientes después del cepillado de la mañana ? Si lo han oído, el protagonista es tremendo cochino.
Y Rodríguez no es el único. Así pasa en los últimos tiempos con los alcaldes caraqueños . Hubo uno llamado Freddy Bernal que no barría ni los alrededores de la Plaza Bolívar que quedaba a menos de veinte metros de su despacho. Eso sí, estaba ocupadísimo en ir a visitar los alcaldes árabes. En una supercrisis de basura en Caracas el hombre contestó desde Bagdad.
Los alcaldes chavistas creen que las ciudades del primer mundo se limpian solas. O nos lo quieren hacer creer a nosotros.
Pero lo peor, insisto no es que ellos hagan desastres, sino que nosotros, todavía creamos que el gobierno hace un gran favor cuando limpia la ciudad, fumiga a los mosquitos en las campañas contra el dengue u organiza misiones para atender a los necesitados. Son capaces hasta de decirnos malagradecidos por no prosternarnos y reconocer la maravilla que son. Por lo demás, la mayoría de las veces, la limpieza o la atención es un cuento, una barridita y después, como ocurre con la gente sucia, no limpian más y se preguntan que es lo que pasa cuando agarran una superinfecció n o las enfermeras de Barrio Adentro rechazan el socialismo, porque no les han pagado en meses.
Los funcionarios tienen además un problema gravísimo con el reconocimiento. No hacen y quieren que les reconozcan como si hubiesen hecho algo. No hay que criticar porque el Buscaracas le ha enredado la vida a todos los que viven en los alrededores. Hay que carcajearse cuando se inventa un teleférico para una parroquia que no es precisamente turística sino para los expertos en violencia o en turismo de aventura y no se les justifican los costos operativos a los contribuyentes. Hay que felicitarse por que el alcalde se de un plazo de un año más para limpiar a la ciudad. Y que además controle un periódico particular, donde la noticia de abrir con frecuencia es él.
Más me molesta que haya caraqueños que asuman este vasallaje o venezolanos que se crean
que todo lo que el gobierno ofrece hay que agradecerlo de rodillas. Doblar el lomo nunca produjo sino patadas.
No hay regalos del gobierno. Por lo menos, no en Venezuela. Eso es en otros países. ¿No se habían enterado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario