La destitución de Alberto Federico Ravell de la Dirección General de Globovisión replantea nuevamente el debate sobre el rol de los medios de comunicación social, sobre todo en una nación polarizada como la nuestra, donde los partidos políticos opositores cedieron su espacio para que buena parte de las empresas periodísticas les hicieran el quite mientras recuperaban el aliento perdido frente al chavismo.
Ravell, periodista de la vieja guardia, ex presidente también de Venezolana de Televisión, transformó a Globovisión de una canal de noticias en una maquinaria informativa dedicada a la batalla mediática contra el gobierno de Hugo Chávez. Y asumió ese rol sin titubeos, con el consentimiento obvio de los otros accionistas de esa planta, y logró acumular puntos para ser considerado uno de los principales enemigos del proceso. La satisfacción que expresan en sus palabras y en sus rostros quienes desde el gobierno han saludado su salida y han sonreído por ella es la mejor prueba de esto.
Alberto Federico jugó duro a promover la polarización, y sin duda apostó también a acompañar las posiciones más radicales que llevaron a los factores opositores a sufrir duras derrotas, y a insistir en equivocadas estrategias de corte electoral y de otra naturaleza. Obviamente, su modelo comunicacional encontró perfecta contraparte en la oferta televisiva de VTV, también promotora del no-diálogo, de la confrontación sin concesiones y de la satanización de los grises, de los matices, de los términos medios o de las posturas disidentes.
Así como el canal 8 se convirtió en trinchera de la línea oficial, sin dar resquicios para mostrar las diferencias, las posturas críticas o incluso para dar espacio a voces opositoras, durante buen tiempo la gestión de Ravell en Globovisión jugó a invisibilizar voces reflexivas o incluso sensatas en la acera antichavista. Pregúntenle a Claudio Fermín, a Domingo Alberto Rangel hijo o a Eduardo Fernández, por ejemplo. No se trata de hacer leña del árbol caído.
Bastante critiqué a Ravell, incluso en debates públicos, sin dejar por ello de tener un trato cordial en lo personal, desde las distancias políticas, como es natural. Se trata de agregar para el análisis algunos elementos que estimo necesarios. Si la salida de Ravell sirve para algo más que como un trofeo a ser exhibido en La Hojilla, que sea para evaluar las consecuencias de haber convertido a algunos medios en partidos políticos con cámaras, y esto vale para “Globo” pero también para la propia VTV.
Globovisión, estilo Ravell, fue un modelo de TV sustentable en la medida en que la polarización le dio vida, en la medida en que la propia VTV lo legitimó al impedir, luego de las derrotas consecutivas de la oposición desde el referendo revocatorio, un cambio en su estrategia para permitir mayor apertura y menos sectarismo.
Por eso he mantenido que ambos canales se han necesitado para justificar su comportamiento. Uno, hipercrítico de la gestión gubernamental, virulento y descalificador de cuanta acción oficial se lleve a cabo, aunque sea positiva. Y el otro, por el contrario, instrumento de la adulación, la incondicionalidad y de la censura a la crítica, por muy leve que sea. Ambos promoviendo la confrontación y viviendo de ella.
Mientras tanto, en la oposición, unos lloran la salida de Ravell, pues en efecto era un punto de referencia, armado de tremendo cañón comunicacional. Otros guardan silencio, pero en el fondo respiran aliviados porque su influencia a la hora de la toma de decisiones se reduce dramáticamente, al menos por ahora. ¿Es Ravell un cadáver político? Está por verse. ¿Mantendrá Globovisión el ravellismo sin Ravell? No es fácil.
El Nacional
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