Esteban, en su reality show, propuso a la AN estudiar las legislaciones de otros países que permiten penalizar política y moralmente a los diputados que "salten la talanquera". Así que, el traidor se niega a ser traicionado.
Esteban, en materia de traición, desde siempre es muy adelantado a su época. No olvidemos que, en 1971 en formación de parada y desfile en el Patio de Honor de la Academia Militar de Venezuela, su juramento decía "prometéis a Dios y a la República, en presencia de la Bandera Nacional, defender la patria y sus instituciones…". Entonces, ¿quién traicionó primero?
En la segunda mitad del siglo II, antes de Cristo, un caudillo lusitano resiste mediante la guerra de guerrillas los avances de Roma. Se llama Viriato. Invencible en el plano militar se recurre a la traición y el guerrero cae asesinado por sus tres lugartenientes. Cuando éstos se presentaron a cobrar el precio de su felonía, habrían recibido del cónsul encargado del sucio trabajo como respuesta, el equivalente de la frase que atravesó los siglos: Roma no paga traidores.
No se encuentra en las definiciones de traición la de haber defendido a la República, sus instituciones y su gente. Por el contrario, la Real Academia Española de la Lengua la define como "Delito que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener". Traidor es el que comete traición -prosigue imperturbable la Academia-, la que también informa que traidor "Aplícase al animal taimado y falso".
Otra autoridad en la materia es el poeta florentino Dante Alighieri. Dante aloja a los traidores en el noveno círculo, el más profundo de su infierno imaginario, y no en medio del fuego, sino de hielos pavorosos, que se corresponden con la falta de calor humano que los traidores mostraron hacia sus benefactores, hacia sus parientes y hacia la patria a la que debían servir. Lo que Alighieri nos enseña, es que no debemos confundirnos ante un traidor. Su cuerpo puede parecernos presente, pero su alma puede haber sido arrebatada hacia un invierno sin fin.
César cuando descubre a su hijo adoptivo Bruto entre los conjurados deja caer los brazos y según la tradición pronuncia entonces otra frase legendaria, "¡Tú también, hijo mío!".
Borges cuenta que en el sur de la provincia de Buenos Aires, en el siglo XIX, un gaucho es agredido por otros gauchos y al caer reconoce a un ahijado suyo. Todo lo que dice "con mansa reconvención y lenta sorpresa" es "¡Pero che!".
Ahora bien, traiciona uno su conciencia y sus principios cuando ante el temor de ser acusado de traidor, se queda complaciendo la miseria de los otros con deliberado silencio. En política, el asunto no es quién es traidor y quién no, sino quién tiene más o menos manchas. La traición es sólo una cuestión de fechas. El traidor debe prepararse para la soledad, porque los traicionados lo desprecian tanto como los beneficiarios de su traición, que siempre lo mirarán con recelo. En su soledad solo pueden acompañarlo otros traidores, lo que lo condena al perpetuo sobresalto. La vida entre traidores es insegura, y no tiene vuelta atrás, así lo perdonen, porque siempre se lo recordará por traidor.
Ya decía Víctor Hugo: "el traidor no es otra cosa que un déspota en apuros…".
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