El Ejecutivo de Zapatero ha decidido callarse frente a un Gobierno que colabora con una organización que pretende la destrucción de España y que mata para conseguirla. Así, desde luego, no se defienden nuestros intereses, ni económicos ni de ningún tipo.
2010-03-05
La llegada de Zapatero al poder supuso un claro cambio de rumbo de la política exterior española. Con sus peculiaridades, no cabe duda de que era la propia de un país desarrollado y occidental, que defendía sus intereses e incluso se ocupaba con preocupación de la violación de los derechos humanos, especialmente en países tan cercanos como Cuba o el Sáhara.
Pero todo eso cambió. Se pasó de combatir el integrismo islámico a defender una Alianza de las Civilizaciones que dejó claro en qué consistía cuando nuestro país se puso del lado de las teocracias y no de la libertad de expresión en su condena a las viñetas danesas. Se dejó de defender los derechos humanos y se pasó al apoyo de toda cosa de izquierdas que hubiera por América, sin importar su carácter vegetariano o carnívoro. Quizá el ejemplo más notable de esa diplomacia bananera fue la promesa hecha a Evo Morales de doblar la ayuda a Bolivia, pero sólo si ganaba él las elecciones. No obstante, fueron los apoyos a la dictadura cubana frente a la disidencia y al "experimento democrático venezolano" frente a la oposición y al más elemental respeto a los derechos humanos los puntos más importantes de esta deriva.
Como le suele suceder a la izquierda en esta materia, los cambios les han salido gratis a Zapatero y Moratinos. Da lo mismo que apoye a gobiernos que tienen por costumbre encarcelar disidentes o aterrorizar a la población mediante bandas de matones armados: si son de izquierdas, para muchos está justificado o, al menos, pueden permitirse mirar para otro lado.
Sin embargo, esos gobiernos tienen otra fea costumbre, como es la de apoyar y auxiliar a otros revolucionarios, entre los cuales incluyen a ETA, banda terrorista y, detalle que muchos olvidan, de extrema izquierda. El auto del juez Eloy Velasco ha sido claro: la relación entre los terroristas colombianos de las FARC y los españoles de ETA tenía lugar en suelo colombiano bajo la amorosa protección de Chávez, que llegó a darle cargos en el Gobierno a un etarra. En Venezuela se probó armamento que luego se usaría en atentados y las dos organizaciones criminales intercambiaron sus conocimientos.
Unos hechos así, en un auto de un juez basado en la propia documentación de los terroristas de ambos lados del charco, habrían movido a cualquier Gobierno digno de tal nombre a llamar a consultas a su embajador y, desde luego, a exigir a Chávez unas disculpas. Zapatero, presionado por una opinión pública que abomina de ETA, prometió que pediría explicaciones al gorila rojo. Pero Moratinos no hizo nada de eso. ¿Mintió Zapatero, le engañó Moratinos? Dado que este último sigue en su cargo, sólo cabe concluir que el presidente del Gobierno hizo esas declaraciones para quitarse el problema de encima, esperando que los días cubriesen con un manto de olvido los graves atentados de Chávez contra nuestro país.
Preguntado por los periodistas, Moratinos ha declarado que le parecen más importantes nuestros intereses económicos en Venezuela –cada vez más exiguos tras las nacionalizaciones del gorila rojo– que "un absurdo enfrentamiento" provocado por "nada más" que unos "indicios de colaboración con ETA". Es comprensible que en un Gobierno investigado por el chivatazo eso de colaborar con ETA le parezca poca cosa. El Ejecutivo liderado por Zapatero ha decidido callarse frente a un Gobierno que colabora con una organización que pretende la destrucción de España y que mata para conseguirla. Así, desde luego, no se defienden nuestros intereses, ni económicos ni de ningún otro tipo. Pero es que está claro que los amigos de Zapatero no son los de España.
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