8/8/10

La Robolución Putrefacta

Es un toma y dame donde el caudillo, el cadáver del cuento de la cripta se queda con todo, pues no otra cosa significa la desaparición de las Fuerzas Armadas profesionales, democráticas y constitucionalistas para convertirlas en una montonera bajo al arbitrio de comisarios y jefecillos locales que no pierden oportunidad de despotizarlos, devaluarlos y humillarlos,
Manuel Malaver

La revolución putrefacta

No porque Venezuela sea desde hace tres semanas un país invadido por el hedor físico de cerca de 70 mil toneladas de alimentos en descomposición, puede decirse que la pestilencia ideológica en que se hunde tenga una data tan reciente y no se remonte al primer día que Hugo Chávez y su revolución tomaron el poder por allá en febrero de 1999.

Entonces se vio que tal peste no venía de ningún lugar de Venezuela, ni del continente, ni de ningún tiempo sintonizado con las ideas y sucesos que en ese momento sacudían al mundo, sino, nada más y nada menos, que de los escombros donde, en algún punto de la geografía alemana y berlinesa, yacía enterrado, desde finales de 1989, el totalitarismo marxista, comunista y soviético.

De ahí que, el recién electo presidente, Hugo Chávez, luciera cubierto de miasmas, colgajos, jirones, amasijos, y muy en la onda de aquellos cuentos de la cripta que nos regalaba en su horario hipernocturno la televisión de aquellos tiempos, con lápidas que se abrían en las tumbas de los cementerios y cadáveres que salían a ciudades y descampados a espantar y aterrorizar.
Pero eso en cuando a lo visual, ya que en lo estrictamente auditivo, lo que traían las ondas de Hertz eran ideas, pensamientos, frases y slogans de origen decimonónico, sobrevivientes de las dos matanzas mundiales del siglo XX, de revoluciones, golpes de estado, insurrecciones, guerras de guerrillas, y experimentos de utopías inviables e inútiles que los ciudadanos de Rusia y Europa de Este-como los de China 10 años antes- juzgaron necesario destruir y enterrar de una vez y para siempre.
Estaban, sin embargo, frente a los 27 millones de venezolanos que seguían las incidencias de la toma de posesión de aquel día de febrero del 99, sonriendo siniestramente, invocadas por el cadáver del cuento de la cripta, que había llegado de alguno de los cementerios cercanos y empezaba su danza frenética de mentiras, adulteraciones, violencia, anacronías, amenazas, atraso y muerte.

Me acuerdo de algunas de las palabras y frases: antiimperialismo, lucha de clases, socialismo, proletario, estado, revolución, explotación, y de cómo su significado atroz y repelente, excluyente y marxistoide empezó a reinstalarse en parte del inconsciente colectivo venezolano para obligarlo a retroceder 10, 100, 200 años atrás, y hacerlo uno con el cadáver del cuento de la cripta.
Es también la fecha del inicio en Venezuela de otra de las dolencias del siglo, y de todos los siglos: del fanatismo, la religión de los creen sin preguntar, y siguen sin criticar, expertos en aplaudir y adorar, e igual en ejecutar las órdenes más aviesas, torcidas e ilegales si vienen del mandamás, del caudillo, del jefe, del comandante.

Creo que por aquí se les llama “focas”, en lo que es sin duda una injusticia contra una especie animal noble y dócil, tranquila y somnolienta, que no debe hacer diferencias entre el sueño y el despertar, la quietud y la muerte, el mar y la tierra.
O sea, de todo lo que transcurre en una sociedad con tufillo militarista y militaroide, cuartelario y soldadesco, y donde, son los hombres de uniforme, los de las charreteras, botas y fusiles al hombro los que marcan la pauta, el ejemplo a seguir, a continuar, a aplaudir en modos y usos que van tatuándose, infestando y pervirtiendo al alma colectiva.

La hora de abrir los cuarteles, en fin, con los militares saliendo a copar calles, campos y cargos públicos, empresas del estado y planes sociales, transfigurados, no en funcionarios responsables de proteger las fronteras y la integridad territorial de la República, sino de contribuir a una revuelta civil que los va desprofesionalizando, partidizando e ideologizando, hasta hacerlos cómplices, piezas y máquinas de un poder civil corrupto y corruptor.

Es un toma y dame donde el caudillo, el cadáver del cuento de la cripta se queda con todo, pues no otra cosa significa la desaparición de las Fuerzas Armadas profesionales, democráticas y constitucionalistas para convertirlas en una montonera bajo al arbitrio de comisarios y jefecillos locales que no pierden oportunidad de despotizarlos, devaluarlos y humillarlos,
Y de por ahí salen los recursos, la disposición, los ánimos, los fusiles y las balas para librar una batalla más relevante y trascendente aun, como es el asalto a las instituciones democráticas de la sociedad y del estado, la desaparición de los poderes independientes que existen para balancearse entre sí y evitar que uno predomine sobre los demás, vía la redacción de una “nueva constitución” escrita y aprobada para mayor gloria de “Su Majestad”.

Para darnos una idea de hasta donde se ha llegado en Venezuela en la vía de esta destrucción de la democracia, anotemos que ya Chávez podrá ser dictador vitalicio “por elección popular” y nombrar a uno de sus hermanos, hijos, hijas, nietos o nietas para la sucesión, según las recetas de Fidel Castro en Cuba y de Kim Jong-ill, en Corea del Norte.
Para ello se cumple también con todo rigor y metódica, la destrucción de la sociedad civil democrática y los partidos que la representan, sus instituciones y entidades, devaluándolas y acorralándolas, estrangulándolas y fragmentándolas para que no disfruten de otro atributo “que el de haber existido”.
Todo un entrenamiento en fin, para llegar a conquistas mayores, como pueden ser el fin de la economía privada y del aparato productivo interno y su sustitución por la inviable y depredadora economía estatal, que conducen al fin de la economía y el consumo colectivo para sustituirlos por las importaciones y la libreta de racionamiento.

Tampoco pueden existir derechos individuales y constitucionales, y mucho menos derechos humanos, que ahora pasan a interpretarse como el derecho de los que mandan para someter y despotizar a los otros, a los que no se dejan someter y mandar.
Tiempos, entonces, de tribunales sumarios y jueces que siguen órdenes, de cárceles y calabozos, de llaves y cerrojos y de acosos para que los disidentes tomen el camino del exilio y desaparezcan.
Pero sobre todo, de mucho silencio, de modo que los que perseguidos, los acosados, los atropellados, los oprimidos no encuentren que decir, ni quien los escuche.

Oswaldo Álvarez Paz encarcelado ayer, y el periodista Francisco Pérez de El Carabobeño hoy y mañana, quizá, el empresario, Guillermo Zuloaga, presidente de Globovisión, son casos recientes a los que seguramente seguirán muchos, muchos más.
Y frente a ellos, el cadáver escapado del cuento de la cripta, aventado de un cementerio cercano, y cubierto con las miasmas y colgajos de los escombros del Muro de Berlín, danzando frenéticamente, aullando, brincando e infestando al país con la pestilencia del comunismo totalitario.
Un personaje a tomar en cuenta en una próxima película de Tim Burton (¿una continuación de Alicia quizá?), el alumno de Disney y admirador de Vincent Price y Bela Lugosi, director de aquellos clásicos con animados de la cripta que podría lograr mucho, si no fuera porque Oliver Stone ya se le ha adelantado.

Pero ojo, como escribiera recientemente, Carlos Raúl Hernández, en “El Universal”, en el excelente artículo: “El caso del fotógrafo ciego”, la visual de un país invadido por cientos de miles de toneladas de comida podrida no encuentra precedentes en ningún lugar, tiempo, ni en sistemas políticos de los conocidos hasta ahora.
Casi estoy de acuerdo, aunque deba revisar esta misma noche “Los cuentos de Canterbury” de Chaucer y “El decamerón de Boccaccio”.
Creo haber leído en alguno de aquellos cuentos con sabor medioeval, pestilente y críptico, mucho de lo que ahora se vive en Venezuela.

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