27/8/10

Venezuela ante las elecciones, un análisis de Ricardo Angoso


EL RESULTADO QUE ARROJEN LAS URNAS ES IMPREVISIBLE, PERO EL CLIMA ELECTORAL
Y LA PERSECUCIÓN A LOS MEDIOS Y A LA OPOSICIÓN NO HACEN PRESAGIAR QUE EL “JUEGO”
SE VAYA A DESARROLLAR DE UNA FORMA LIMPIA Y DEMOCRÁTICA


El próximo 26 de septiembre, tras muchos años de lucha y crispado debate político, se verán las caras la oposición venezolana, conformada y liderada por la agrupación de partidos denominada Mesa de la Unidad Democrática, y el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Hugo Chávez, que lleva en el poder una década larga, ya ha anunciado que dará la batalla para derrotar a la oposición, mientras que los candidatos opositores le acusan de jugar con “ventajismo”, desproporción en los medios, utilización de los funcionarios e instituciones a favor de su formación política y manipulación informativa a través de los canales oficiales.

Luego, sobre el proceso electoral planean muchas dudas, pues en anteriores elecciones se registraron numerosas irregularidades, acusaciones de fraude por parte de la oposición y los observadores internacionales y un manejo del voto electrónico más que dudoso, según destacaron algunos parlamentarios españoles presentes en varios comicios, entre ellos el senador Iñaki Aanasagasti.

Tampoco ayuda mucho el ambiente en que se está celebrando la campaña electoral. La oposición ha denunciado el acoso sistemático que padecen a manos de los simpatizantes chavistas, organizados ya abiertamente en una suerte de milicias “bolivarianas”, y la persecución a los medios independientes y alternativos al régimen, que ha vivido su cénit con la censura al diario El Nacional de Caracas y el cierre de varias emisoras de radio desafectas al pensamiento único del máximo líder, tampoco presagian que el clima va a ser el más favorable para que los venezolanos se manifiesten libremente y sin cortapisas.

No obstante, pese al resultado que salga de las urnas, las cosas tampoco van a cambiar mucho para Venezuela, pues el máximo líder ya ha anunciado que se dé el resultado que se dé agotará su mandato hasta el 2012, tal como está previsto, y que hará todo lo posible para perpetuarse en el poder hasta el 2020 e incluso más allá, siguiendo la estela de sus adorados hermanos Castro en la isla-presidio de Cuba, último baluarte del agónico “socialismo real” en el siglo XXI.


Chávez, que no cree en la democracia al estilo occidental ni en la economía de mercado, tal como ha afirmado en repetidas veces a través de su insoportable y redundante retórica castroestalinista, sabe que el “socialismo del siglo XXI” –el comunismo de nuevo cuño, en palabras del escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza- nunca pasaría la prueba democrática y sería derrotado ante el veredicto de las urnas, del pueblo al que tanto apela pero que cada día que pasa, a tenor de las encuestas, se va desencantando más de su proyecto “revolucionario”. Han sido demasiados años de desilusiones, fracasos y errores garrafales en la gestión del país.

Aparte de estas consideraciones, que para una parte de la izquierda latinoamericana e incluso europea no tienen ningún valor pues son creadas por el “imperio” (Estados Unidos) en aras de destruir el “paraíso” socialista venezolano, nadie medianamente sensato en Caracas cree que Chávez vaya a ceder en un ápice de producirse algún contratiempo –no esperado por nadie- en las elecciones. Sea cual sea el resultado, Chávez seguirá su viaje hacia ninguna parte y, seguramente, el proceso de cubanización creciente se intensificará.

El país, poco a poco, se ha ido acostumbrando a la represión, la persecución sistemática de toda forma de disidencia, el intervencionismo omnímodo del Estado chavista en todos los ámbitos de la vida civil y el ordeno y mando de la satrapía caribeña, en el peor estilo cuartelero que conoció Venezuela en los últimos dos siglos. La nación, antaño una mercado próspero y envidiado por sus vecinos, se sumerge en un verdadero cataclismo social, político, económico y moral. Cada nueve minutos se comete un homicidio en la Venezuela chavista. La inflación se ha disparado, el caos caribeño del “socialismo o muerte”, qué redundancia por cierto, se extiende por todos los rincones del país. Miles de jóvenes venezolanos hacen cola en las embajadas occidentales para conseguir una visa y largarse cuanto antes de una “nave” que irremediablemente su hunde en los mares de la racionalidad política. No hay salida, piensan muchos, mientras continúe Chávez en el poder.

Por ejemplo, la reciente detención del valiente y ejemplar disidente Alejandro Peña Esclusa, silenciada por los medios chavistas, hace presagiar que nuestra esperanza de un rápido cambio no es un horizonte cercano. Peña Esclusa, ejerciendo una libertad de expresión que el régimen no tolera, denunció el verdadero horror que se vive en Venezuela y el apocalíptico estado de cosas que algunos tratan de ocultar, aunque cada día es más difícil maquillar una realidad incontestable. El mundo camina en la dirección contraria a la del proyecto del “socialismo del siglo XXI”, pues como señalaba muy oportunamente el analista Moisés Naím Chávez está enamorado de ideas fracasadas y muertas, en una suerte de necrofilia ideológica desconocida hasta ahora y que tan sólo conduce al abismo más certero.

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