14/8/10
Yoruba... Enigmático título que trae Franklin Santaella Isaac
Se dice que los babalao, santeros, paleros, son los continuadores de la religión politeísta de los Yoruba, pueblo africano ubicado en parte de los territorios ocupados hoy por Ghana y Nigeria, fueron de los más avanzados, los primeros en trabajar el hierro y los primeros que obtuvieron armas de fuego, adoraban, entre otros, al dios del relámpago, el fuego y la danza: Shangó a quien se le ofrecían sacrificios humanos, pueblos belicistas que por algún tiempo dominaron y esclavizaron a sus vecinos para convertirlos en su principal producto de exportación, es decir los vendían como esclavos a los portugueses y demás traficantes de seres humanos del viejo continente. Su organización política territorial estaba formada por una confederación de ciudades estado de las cuales se destacó Ife, centro neurálgico del comercio, las artes y por supuesto la religión, íntimamente ligada al gobierno.
Los esclavos trajeron a América sus creencias que chocaban con el monoteísmo de los dueños, era obligatoria, entonces, una recomposición o adaptación al nuevo estatus, razón por la cual sustituyeron la representación de sus dioses por figuras del santoral católico, Santa Bárbara: Shangó, San Lázaro: Babaluayé, Nuestra Señora de Regla: Yemayá.
Como en todas las cosas, existen los verdaderos Yorubas que basan su fe en el bien, la caridad, la paz y la fraternidad y aprovechadores que dan cabida a sentimientos innobles y ceremoniales ocultos vandálicos, tales como profanación de tumbas, sacrificios de animales y que viven a expensas de los incautos y desesperados que ven una solución mágica, y no tan mágica, a sus problemas mediante estas prácticas.
Por otra parte, también se dice, que nuestro caudillo es aficionado o devoto de la santería y que en la mismísima Miraflores se realizan ritos para fortalecerlo, protegerlo e iluminarlo. De ser cierto, cabe preguntar: ¿en manos de quien está el príncipe?
Si sus guías espirituales son los impostores, deben sentir alivio, sus seguidores, porque a fin de cuentas las cosa falsificadas, más temprano que tarde, se descubren y puede aplicárseles el adagio aquel: maldición de burro no llega al cielo, pero si son los verdadero hay serios motivos para preocuparse puesto que estos estaban animados por la creencia de que el Rey condensaba en su persona la fuerza vital de todo su pueblo, y a partir de un septenio, que podía renovarse por una sola vez, se imponía su sustitución, so pena del desfallecimiento de la comunidad y en consecuencia el Alafin o Soberano, que era tildado de camarada de los dioses, gobernaba entre siete y catorce años, hasta que el Consejo de Estado, formado por siete miembros, los oyomasi, le invitaban a suicidarse o le envenenaban para, acto seguido, inhumarle ritualmente, sacrificando vidas humanas en los funerales.
¡Babaluayé, dame veinticuatro velas pa’ ponela en cruz!
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