A grandes rasgos, podría decirse que la diferencia entre socialismo y fascismo es que, el primero, construye el estatismo destruyendo todo el sistema basado en la propiedad privada, mientras que el segundo lo hace doblegando al sistema "capitalista" que pasa a ser un subordinado jerárquico del Estado, del líder, supuestamente elegido por voto popular, como Hitler o Musolini, pero que, en rigor, es un voto manejado con masiva propaganda, dádivas y "benevolencia" de un Estado todopoderoso.
En realidad, la discusión acerca de si un régimen es socialista o fascista es secundaria ya que, lo importante, es que ambos son estatismos que imponen al Estado (con regulaciones, leyes y demás) sobre las personas, la sociedad y su faz económica, el mercado natural, utilizando el monopolio de la violencia (militar y policial) que se arroga. Así, el problema básico del estatismo es que la violencia siempre corrompe y por tanto, en la medida de la intervención estatal, se destruye a la sociedad natural.
Hoy muchos "progresistas" son neofascistas vergonzantes, porque la palabra fascista está desprestigiada, como los gobernantes argentinos que tienen actitudes fuertemente autoritarias. No disimulan su intención de que las empresas tengan una fuerte dependencia del Gobierno y, de ser posible, pasen a ser propiedad de sus amigos (los llaman "empresarios nacionales"). Es fuerte el hostigamiento a los medios de prensa independientes, y la creación de multimedios estatales y de nuevos medios privados oficialistas.
Además de utilizar la "cadena nacional" (forzar a los medios a trasmitir sus discursos), la Presidenta aseguró que "sería importante nacionalizar" a la prensa y, fiel al estilo fascista, agregó "no estatizar, los medios" sino que estos (sean esclavos) "adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país", claro que el Gobierno decide qué es nacional (como deciden meter preso, violentamente, a quien no paga los abusivos impuestos, aunque la persona no tenga interés en lo que el Estado le da o representa). Los medios deben responder jerárquicamente al líder.
Para controlar a las empresas, en particular a las que no quieren acatar la autoridad, entre otras armas, utilizan la típica fuerza de choque que se materializa en un sindicalismo adicto. Ahora, con la excusa de que los obreros participen en las ganancias empresarias (lo que no estaría mal si resultara del mercado, es decir, de la decisión pacífica y voluntaria entre las partes) están intentando entrar, por la fuerza (estatal), en el directorio de las empresas. El líder de la central sindical, la CGT, dijo: "tienen temor a que nos metamos en los libros (contables, que manejan los directorios) para saber lo que está pasando en la administración de la empresa".
A medida que avanza la coacción (la violencia) estatal, sobreviene el caos, y las fuerzas de choque se desbocan. El día 20, el sindicalismo oficialista, escoltado por la policía, enfrentó a la verdadera izquierda y una bala mató a un joven del Partido Obrero. "Tiraron a matar porque protegen un negocio", dijo otro izquierdista. Y es verdad, en definitiva, el fascismo es una inmoral trama de dinero y poder.
Obviamente, el Gobierno expresó su "más enérgico repudio". Pero un fotógrafo de Clarín (diario independiente y, por tanto, "enemigo" para el Gobierno) escuchó a un sindicalista oficialista regocijarse diciendo "un zurdito menos", refiriéndose al izquierdista asesinado. Sin dudas, son estas frases, estos actos fallidos, los que realmente muestran la intimidad de los hechos.
Hablando de actos fallidos, días antes, el ministro de Economía le dijo a un periodista judío de La Nación y a otro de Clarín que eran como los que "ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo". Poco después, la Presidenta concurrió a un acto de la mutual israelita AMIA y aseguró que "es una aliada formidable de este Gobierno". Uno de los miembros concurrentes decía, por lo bajo, que la mutual se había convertido en una agencia del Gobierno.
El estilo del fascismo es imperial, con grandes manifestaciones y actos donde se resalta la presencia del líder. Así, el Gobierno argentino quiere gastar unos US$ 10 millones del dinero que pagan los pobres, por vía impositiva, en una exposición tecnológica a realizarse en un lugar que, otro estatista amigo de aumentar impuestos y coartar libertades, el opositor alcalde de Buenos Aires, le niega.
En fin, más o menos, lo mismo que Chávez, Evo, Ortega y el FMLN: neofascismo, siglo XXI.
Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
alextagliavini@gmail.com
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