25/10/10

¿Podría Brasil elegir a una presidenta gay?

Rumores y desmentidos le ponen emoción a la campaña brasileña
“¿Usted es homosexual, candidata?”, preguntó el miércoles a la tarde el periodista Efrem Ribeiro a la candidata oficialista a la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff. La aludida, -célebre por su -carácter fuerte, se molestó con el comentario, pero respondió expeditiva:
-”Querido, no te voy a responder a eso. Tengo una hija y soy abuela, ¡por amor de Dios! Ese tipo de discusiones no las voy a tener aquí”, aseguró Dilma, mientras caminaba por las calles de Teresina, capital del pobrísimo Piauí, un estado donde ganó las elecciones en la primera vuelta de las presidenciales, el 3 de octubre. El segundo turno de las elecciones será el 31 de este mes.
Es la primera vez que el tema de la sexualidad de Dilma Rousseff (divorciada y sin pareja conocida) sale del coto cerrado de Internet, donde vienen circulando historias apócrifas de una supuesta ex mucama de la presidenciable, quien la estaría demandando tras una prolongada relación sentimental. El rumor tiene que ver con la vida privada de la y ex ministra de Lula, y la pregunta sobre sus preferencias sexuales fue más que atrevida, pero su respuesta fue muy light. Aún así -quizá por pudor-, la gran prensa nacional no ha tocado el delicadísimo y picante asunto.
La candidata de Lula da Silva viene cediéndole votos a su contrincante en los últimos días, en gran parte por sus posiciones dubitativas ante temas espinosos. Las encuestas de esta semana revelan que su rival socialdemócrata José Serra suma una intención de voto de 47%, contra un 53% de Dilma; esa distancia podría ser menor si se especula con los márgenes de error técnico que suelen contener las encuestas. Ya no es descabellado asegurar que la ungida de Lula podría perder las presidenciales.
Seis puntos de diferencia son muy poco si se recuerda que Dilma -a pesar de jamás haber competido por un cargo electivo-, llegó a tener más de diez puntos de ventaja sobre Serra, y pintaba para ganar las elecciones en primera vuelta el domingo antepasado.
Una de las razones del desánimo del electorado con Dilma -aseguran las encuestadoras-, es que la exguerrillera se ha empeñado en negar sus posiciones pro-aborto y antirreligiosas del pasado, documentadas por cámaras de televisión y disponibles en Internet. Dilma no niega lo que dijo, por caso, en los años 2007 y 2008 en entrevistas con medios nacionales, sino que actúa como si la contradicción no existiera, vendiéndose como una defensora del derecho a la vida, víctima de una campaña de difamación opositora.
Pero la mujer no necesita enemigos: el lunes, en una misa en honor a Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, Dilma se hizo la señal de la santa cruz hacia el lado equivocado. Una muestra, dicen sus detractores, de su apego mal ensayado hacia los rituales religiosos.
Y ojo, que el rechazo a Dilma no tiene que ver sólo con la sentida campaña que desde sus púlpitos emprendieron las iglesias cristiana, evangélicas y pentecostales de Brasil, acusándola de ser una abortista disfrazada de cristiana. Una campaña imparable que resuena en radios y TV, para desesperación de los estrategas de la campaña del oficialismo. La culpa -dicen los analistas-, es de la impresión de que su discurso obedece a la conveniencia y no a sus convicciones. Serra, en contraste, dice ser en contra del aborto, pero admitió que mientras fue gobernador de Sao Paulo reglamentó la interrupción del embarazo en los casos en que el Código Civil brasileño (que data de la década de 1940) lo permite: violación y riesgo de vida para la madre. Horas atrás el candidato opositor se dijo a favor de la unión civil (no matrimonio) entre personas del mismo sexo, para equiparar derechos legales con las parejas heterosexuales.
El contraataque del oficialismo, con Lula a la cabeza, está dirigido al núcleo duro de su electorado: los más pobres y menos escolarizados. A ellos Dilma y el presidente les aseguran que Serra y su gente privatizarán las empresas del Estado (Petrobras entre ellas), cortarán subsidios a los más pobres y frenarán el crecimiento que la economía de Brasil alcanzó en los últimos años. Serra niega las mentiras, pero los hechos sugieren que la campaña presidencial se decidirá más por una serie de mitos, chismes, falsedades y dogmas que por propuestas sobre cómo será Brasil después de Lula.

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