“Yo soy la revolución”…
Este papelón llanero nos tomó por sorpresa. Por descuidado. Por andar haciéndole casos a otros personajes del mismo tenor. Una obra de teatro política que al principio y por su cuenta el autor mentalizó mientras estudiaba en una Academia Militar, donde supo trabajar silenciosamente para un día futuro ponerla en escena por la fuerza. Cuando le llegó la oportunidad, el esfuerzo fue en vano, la pronta resistencia y reacción de los propietarios de los más importantes teatros del país se lo impidieron; pues no se podía aceptar propuesta alguna por vía de golpe.
Por ese intento fallido el llanero revolucionario, como se le llama en la obra, fue recluido en prisión cerca de los diablos de Yare, de donde salió meses después por indulto de su padrino presidente moribundo; quien ni corto ni perezoso se había aprovechado de la revuelta teatral para imponer su segunda temporada gobiernera.
Las malas escenografías de las obras anteriores venían dejando muchos resquemores e insatisfacciones a nivel del público; situación ésta muy bien aprovechada y explotada hábilmente por un grupo de productores independientes y otros dependientes, con apoyo empresarial y mediático, quienes en el 98 lograron armar un equipo promotor capaz de recrear el guión original, por una parte, y la imagen del protagonista vencido por otra. La obra se vendió civilmente como una propuesta mágica revolucionaria de paz, de justicia, de pluralidad, de prosperidad de la risa y de las satisfacciones de todos, sin distingo de clase, credo y género.
El éxito se logró, a pesar de haber competido con otra favorita de la audiencia, ese entonces, la propuesta artística de la reina Irene. No cabe duda, hubo conexión directa con todos los públicos quienes no se hicieron esperar para atiborrar los espacios teatrales donde se presentó el monólogo del llanero revolucionario, una alternativa atractiva y esperanzadora convirtiéndose en la mejor aplaudida y apoyada en cartelera para la temporada 1999-2003. Un guión de sátiras perfecto.
Coyuntura no desperdiciada por el protagonista para desde las tablas diera inicio su plan circense de explotar la risa y la dignidad de los asistentes para imponer su show político como lo había pensado dentro de los cuarteles.
Alcanzó tanto poder y dinero que tomó la rienda de los negocios de la competencia conformando el gran y único monopolio del arte criollo. Con una sola escenografía. Con un solo libreto.
Como toda obra utópica, el tiempo se le convirtió en su principal enemigo. Después de 12 años hablando de pasado, repitiendo al pie de la letra el mismo guión, el público harto de más de lo mismo ha comenzado a retirarse progresivamente con rechiflas de los escenarios.
Jóvenes y adultos han estado pensando en nuevas y mejores opciones para la nueva temporada que se inicia en el 2012.
Exigen mayor variedad escénica, un reparto de mayor calidad con actores mejores preparados. Nada de improvisación y de mensajes negativos. Impregnados de resentimientos y de odios sociales. Esta reacción in crescendo ha puesto cada día de mal humor al protagonista poniéndolo más agresivo y parecido al de la primera vez cuando pretendió imponer su monólogo con violencia.
Como toda obra mal escrita y divorciada del sentido común, le está llegando su fin. Lo más seguro, que en la parrilla de programación del 2012, Yo soy la revolución no estará en escena.
Entretanto, fuera de Venezuela esta pieza desgastada está siendo montada en Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Cuba, Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Irán, Libia, Siria, por los reportes recibidos tampoco ha recibido el respaldo popular esperado, a pesar de la cuantiosa inversión mediática y propagandística efectuada.
¿Cuándo nos devolverán el dinero por estafa de este circo? Se preguntan los aficionados frustrados frente a las lujosas oficinas del propietario de la novela más cara que en Venezuela se haya hecho sin lograr hacer reír de felicidad a sus seguidores.
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