21/11/10

CONTRATO SOCIAL PARA LA PROSPERIDAD DEMOCRÁTICA

El hombre necesita a cada paso de la ayuda de sus semejantes, y es inútil que la espere tan sólo de su benevolencia: le será más fácil obtenerla si puede interesar en su favor el amor propio de aquellos a quienes recurre y hacerles ver que es lo que les pide.".- Adam Smith


CONTRATO SOCIAL PARA LA PROSPERIDAD DEMOCRÁTICA

Del Estado Benefactor a la Sociedad del Bienestar

@raulamiel



El camino no puede ser más que el de devolver el protagonismo al individuo y a la sociedad, replegándose el Estado al papel que le es propio. Yo no soy anarquista y, por lo tanto, no pretendo elaborar un modelo de bienestar en el que el Estado esté ausente. Creado por el hombre, para servirle a él y a la sociedad, que es un producto espontáneo de la propia naturaleza humana, el Estado es necesario. El Estado debe existir, acotado a los límites determinados por los fines para los que primigeniamente fue concebido, es decir, para servir, y no como ahora sucede, para ser idolatrado, sacrificando en su honor a las personas y a sus bienes materiales y espirituales, entre los cuales están la libertad y la dignidad humana, tantas veces conculcadas por las concepciones estatistas.

El Estado debe existir para servir a la sociedad, no al revés, definiendo el marco legal dentro del cual los individuos, aisladamente o en asociación con quien deseen, puedan perseguir libre y responsablemente sus propios fines; y administrando justicia entre los ciudadanos, todos iguales ante la ley, para dirimir los conflictos que en la persecución de estos fines puedan presentarse. Descendiendo al campo concreto del bienestar el Estado, si se nos permite el juego de palabras, no debe, en principio, dar al hombre lo que necesita para asegurarse el bienestar, sino darle la seguridad de que por sí mismo puede ganarse el bienestar que necesita, espoleando en él, con los adecuados incentivos, el ímpetu para abrirse camino en la vida, es decir, fomentando la responsabilidad de forjar la propia existencia, generando en el individuo la garra suficiente para afrontar la lucha con vistas a la realidad presente y a las eventualidades del futuro.

Para llegar a la Sociedad del Bienestar desde luego requiere la presencia del Estado, pero de un Estado mínimo, que cree el marco regulador y ejerza simplemente la función subsidiaria, no impide reconocer que, en las actuales circunstancias, es difícil que la sociedad en su conjunto asuma el papel que le corresponde. No porque intrínsecamente carezca de capacidades para ello, sino porque, tras décadas de intervencionismo estatal, estas capacidades han sido adormecidas. Pero precisamente porque, adormecidas, siguen latentes, no es imposible despertarlas, regenerarlas y vertebrarlas para que produzcan con toda pujanza los frutos deseables.

Es cierto que, al día de hoy, la virtud moral de la solidaridad, que supone sacrificio y esfuerzo personal, aparece dañada por los efectos deletéreos de la solidaridad organizada por el Estado, con cargo al presupuesto, porque las conciencias se sienten tranquilizadas, ya que -piensan los ciudadanos- para ocuparse de los otros ya está el Estado, que para esto nos quita el dinero con los impuestos. Pero, a pesar de ello, todos podemos observar la presencia y hasta el auge de tantas organizaciones no gubernamentales, que es un nombre moderno para designar el antiguo y permanente fenómeno del voluntariado social. No es que pretendamos que el bienestar de los incapaces de procurárselo por ellos mismos haya que esperarlo exclusivamente de la benevolencia o la beneficencia de los que tienen más recursos; ya hemos dicho insistentemente que esta función ha de ser asumida por el Estado, en el ejercicio de su papel subsidiario. Si hemos querido referirnos al fenómeno del altruismo que, sin duda, existe en nuestra sociedad a pesar de que, en su conjunto, aparezca como tan egoístamente hedonista, ha sido para hacer caer en la cuenta del potencial de la sociedad para, acertadamente estimulada, desarrollar todo el poder creador inserto en la propia libertad del hombre. Y es este potencial el que debe crear las instituciones civiles que, reemplazando al Estado en el papel que errónea e ineficazmente tiene asumido, sirvan para lograr, en interés propio que no es sinónimo de egoísmo, el deseable bienestar de los promotores, sabiendo que, aun sin proponérselo, lograrán también el bienestar de los demás.

Para este despertar de la sociedad frente al Estado, para este rearme de las instituciones civiles es necesario insistir, en toda ocasión, en la inexcusable recuperación de los valores morales individuales y de la convivencia, así como en la responsabilidad que alcanza a todos aquellos que con sus palabras y su ejemplo pueden ayudar a la revitalización de las estructuras espontáneas capaces de evolucionar, prescindiendo de la no deseable actuación gubernamental, los grandes y pequeños problemas del cotidiano vivir, a fin de alcanzar aquel nivel de bienestar que, como decíamos al empezar, es necesario para que el hombre pueda atender, sin agobios materiales, al cultivo de los valores superiores del espíritu que, como ser racional y libre, de naturaleza trascendente, le son exclusivamente propios.


Hijos biológicos e hijos laborales

EMETERIO GÓMEZ


Me carcome la envidia cada vez que leo una frase creativa que pudo habérseme ocurrido a mí, pero se le ocurrió a otro. La que encabeza este artículo es una de ellas, no la parí yo sino un valiente empresario venezolano que en estos días nos sacudió el alma con un poderoso discurso. El párrafo completo dice así: "Cuando se instala la fábrica y llegan los trabajadores nace ese vínculo, esa paternidad adquirida de la cual el industrial nunca más podrá desentenderse. Además de sus hijos biológicos, él tendrá hijos laborales. Durante años le prestamos poca atención a la vida de los trabajadores fuera de la fábrica, pero los tiempos han cambiado y ahora su bienestar debe ser preocupación fundamental del empresario, ¡¡como los insumos, las ventas y la tasa de cambio!! La alianza obrero-patronal... es el único camino que tenemos los industriales venezolanos para la preservación de lo que queda de economía de mercado, libre empresa y propiedad privada". (Las cursivas y la doble admiración son mías).

Porque, con toda la fuerza que la paternidad biológica tiene ¡¡no es ella la que define lo humano, esto es, lo espiritual!! La paternidad o la abuelidad biológicas pueden llegar a ser infinitamente hermosas, padezco la tortura permanente de no poder dedicarle tiempo a los hijos y a los nietos... pero aquél es un fenómeno -en lo esencial- natural, no estrictamente humano. Lo estrictamente humano, lo que nos exige un verdadero esfuerzo espiritual, es la relación con "los otros", con los que no son de la familia, los que no vimos crecer en medio de profundas angustias, aquellos por los que no sufrimos hasta lo indecible cuando se quedaron huérfanos. De alguna inescrutable manera, por esos vericuetos del Inconscienteinfinito, lo estrictamente humano es el amor a los prójimos a los que no estamos unidos por la naturaleza: la Paternidad Laboral, por ejemplo, el acercamiento espiritual para con el obrero... ¡¡O para con el patrón!!

Hay otra frase en el discurso de este empresario, que lamentablemente tampoco se me ocurrió a mí. Una frase que le da un gran impulso a esa Alianza para el Diálogo, que en Conindustria promovemos y que se menciona en el párrafo anterior. En el que sigue, con una naturalidad que sólo puede tener el que contrata obreros, se dice: ¡¡"Voltéate hacia tus trabajadores y percibe que allí está tu audiencia"!! A lo cual, aludiendo a los obreros, tal vez quepa agregar: "Voltéate hacia tu patrono... y trata, como están haciendo los trabajadores de Polar, de apoyar a tu empresa".

Todo lo cual nos remite al núcleo esencial del párrafo inicial: "Pero los tiempos están cambiando". Una idea que alude a dos procesos distintos: a) La tragedia que vive Venezuela, este locato esfuerzo de Chávez para revivir el Comunismo, que obliga a los empresarios a cobrar conciencia de su Responsabilidad Moral. Y, b) los cambios profundos a favor de los obreros que sufrió el Capitalismo en los últimos 200 años: legalización de los sindicatos, la Seguridad Social y el Estado del Bienestar, la Socialdemocracia, el Socialcristianismo, la Responsabilidad Social de la Empresa y la profundización de la democracia a favor de las grandes masas. "Los tiempos están cambiando", sin duda, y gracias a la insensatez de Chacumbele, tal vez Venezuela sea un escenario privilegiado para ese cambio. Porque a lo mejor llegó el momento de una nueva relación obrero-patronal, no centrada en la paternidad -biológica o laboral- sino en la hermandad más hermosa, en la fuerza espiritual inmensa que nos dan el Cristianismo y las otras grandes religiones.



Tocqueville apuntaba alto

Alberto Benegas Lynch (h)

Frente a los diversos avatares de la economía mundial se esgrimen multitud de cifras, cuadros, ratios y series estadísticas a veces imposibles de digerir: las de los gobiernos para mostrar supuestas mejoras y las de opositores para indicar desmejoramientos.

Es sabido que el intervencionismo estatal distorsiona los precios relativos y, por ende, se consume capital con lo que los salarios e ingresos en términos reales disminuyen, pero en esta columna quiero mirar esta situación desde otro costado completamente distinto al habitual.

Supongamos que fuera posible asegurar ingresos sumamente elevados a la población pero se les denegara la libertad. Veamos esto más de cerca. Si al lector se le otorgaran jugosos estipendios pero no podría elegir los periódicos ni los libros de su agrado, tampoco podría afiliarse o desafiliarse a una asociación sindical, no podría importar o exportar todo lo que quisiera sin permisos especiales, no podría contratar libremente compras y ventas, no podría asistir al templo religioso de su preferencia, no podría elegir el medio de cambio que estima de mayor conveniencia para sus transacciones, no podría operar con el tipo de banco que en competencia abierta ofrezca las mejores condiciones, no podría trabajar en los términos que las partes establezcan sin interferencias extrañas a lo pactado, no podría estudiar o enviar sus hijos a estudiar en instituciones libres de regimentaciones exógenas, no podría en definitiva usar y disponer de lo propio porque en rigor no se respetarían los derechos de propiedad. Decimos entonces, si al lector se le brindaran honorarios mayúsculos pero no dispondría de la libertad para proceder en los caminos señalados y otros de ese tenor ¿optaría por lo primero aunque no disponga de lo segundo? ¿renunciaría a la condición humana? ¿de que le serviría el dinero si es un esclavo? Entonces, el indicador más relevante de una sociedad civilizada es el grado de libertad prevalente, todo lo demás está subordinado a este valor vital y trascendental.

Es a esto precisamente a lo que se refirió Alexis de Tocqueville en El antiguo régimen y la Revolución Francesa cuando escribió en 1856 que “De hecho, aquellos que valoran la libertad por los beneficios materiales que ofrece nunca la han mantenido por mucho tiempo […] El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”. Nada puede haber más importante que este pensamiento que apunta a la excelencia y a subrayar el eje central de la mismísima condición humana. Salvando las distancia siderales, esto está en las antípodas de lo que escribió Juan Perón en correspondencia dirigida a Otto Meynem, ministro consejero de la embajada alemana en Buenos Aires, el 2 de mayo de 1943 y reproducida por éste el 12 de junio de 1943 al Capitán de Navío Dietrich Neibhur radicado en Berlín: “Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete”. Por su parte, el diplomático nazi le agrega al referido funcionario alemán en la misma misiva: “Perón sigue la buena escuela”.

Ahora bien, se suele preguntar que libertad tiene una persona que se está muriendo de hambre sin comprender que el hambre y la libertad son dos conceptos distintos (aunque vinculados en otro plano). Son nociones diferentes pero están relacionadas en el sentido de que la libertad permite destapar las ollas de la energía creadora que, a su vez, hace posible la producción de mayores bienes y servicios que mitiga grandemente el hambre. Por eso es que los países de mayor libertad gozan de niveles de vida más altos que los de menor o nula libertad. Eso es lo que ocurría en Alemania Oriental frente a Alemania Occidental y eso es lo que hoy sucede en Corea del Norte frente a Corea del Sur. Por eso es que los cubanos que pueden escapar de las garras totalitarias de la isla-cárcel se van y se quedan en Miami y no se les ocurre irse a Irán. No debe confundirse oportunidad con libertad. Una persona puede no tener la oportunidad de ser un atleta por sus condiciones físicas pero no deja de ser un hombre libre. Tampoco debe confundirse la libertad en el contexto de las relaciones sociales con lo que ocurre en el mundo biológico y físico: sostener que no se es libre de bajarse de un avión en pleno vuelo o que no se es libre de ingerir altas dosis de arsénico sin fenecer mezcla conceptos. La libertad en el contexto de las relaciones sociales significa lisa y llanamente la ausencia de coacción por parte de otros hombres, nada más y nada menos. Tener hambre, estar resfriado o tener dolor de estómago nada tiene que ver con la libertad. Y si se cae en el lugar común de mantener que en libertad “el grande se come al chico” es debido a que quien se expresa de ese modo no se percata de que los grandes (las altas tasas de capitalización), como una consecuencia no buscada pero inevitable, trasmiten su fortaleza a los más débiles vía mayores salarios.

Como es de público conocimiento, todos venimos del hambre y la miseria (cuando no del mono), el mejoramiento en la calidad de vida moral y material es consecuencia de la libertad. Es menester comprender cabalmente que el oxígeno vital de la condición humana es la libertad, el resto está supeditado a ese clima fundamental. Se nos niega característica medular del ser humano si se nos quita la libertad. El libre albedrío es lo que nos diferencia del resto de las especies existentes.

Finalmente, vuelvo a un tema recurrente en mis artículos: el sentido de la vida debe verse como que nuestra existencia hizo una diferencia -aunque más no sea minúscula- para que el mundo que nos rodea sea un poquito mejor que lo era antes de nacer y para ello no basta con ir a la oficina, procrearse, injerir alimentos, no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. De todo lo que podemos hacer en esta vida nada más valioso como el preocuparnos y ocuparnos del bien que, como queda dicho, es el más preciado para la subsistencia de la condición humana: léase preservar y alimentar la libertad del modo en que a cada uno le resulte posible.

Carl Jung en El hombre moderno en busca de su alma escribe que muchos de sus pacientes “no padecen una neurosis definible en términos clínicos, sino más bien sufren por la insensatez y futilidad de sus vidas”. Todos debemos encontrar nuestra misión en la vida pero, insisto, de todas ellas, la que constituye el sine que non de todas las demás y aquella que la responsabilidad no puede rehuir, reside en el descubrimiento de la manera de fortalecer el aspecto medular de nuestra especie y abandonar la horripilante imagen de quien en definitiva vivió solo para ocupar espacio. Claro que hay múltiples maneras de contribuir para que el mundo sea mejor, pero todas las personas de espíritu libre tienen la obligación moral de incluir en sus proyectos un tiempo para que ellos y sus congéneres puedan disfrutar de la vida propiamente humana.

Estas necesarias contribuciones deben llevarse a cabo aún en soledad y en medio de climas hostiles fabricados por los genuflexos del poder, un ámbito que, como bien describe Maquiavelli, está imbuido de engaños y trampas. En este sentido, consigna Maurizio Vitroli: “El problema es que, entonces como hoy, en los tronos y en las butacas del poder casi siempre están los que no saben, en tanto que el que sabe encuentra oídos sordos, o es objeto de mofa”. A pesar de todo esto, el deber no puede trocarse por desidia…al fin y al cabo, como ha dicho Croce, hay que tener en cuenta la “historia como hazaña de la libertad”.

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