27/12/10

2010: el peor año de Chávez

Que Hugo Chávez haya terminado el 2010 borrando de un plumazo los resultados de las elecciones parlamentarias del 26-S al hacerse aprobar una Ley Habilitante que lo convierte en el poder legislativo del país durante 18 meses; que, además, haya aprovechado la tragedia de cientos de miles de venezolanos que perdieron vidas, salud y casas en las vaguadas de diciembre para emerger como un demagogo trágico-cómico capaz de echar mano a los recursos histriónicos que hagan falta para maquillar su maltrecha imagen entre los más pobres; y que, por último, esté reprimiendo sin piedad a los estudiantes que salieron a protestar el jueves porque una Asamblea Nacional espúrea y moribunda les arrebató la autonomía universitaria, no es sino consecuencia de que ya es una minoría hincada como una espina purulenta contra la voluntad mayoría de los venezolanos y que decidió gobernar recurriendo a la fuerza y la violencia de los cabecillas de estados forajidos para ver si sobrevive a las batallas políticas que lo esperan en el 2011 en las calles y en el 2012 en los centros de votación.
Manuel Malaver
La Razón / ND 26 December, 2010
2010: el peor año de Chávez

De modo que, lo que presenciamos es un Chávez que huye despavorido y en derrota, y que tal como proceden algunos acosados que tratan a toda costa de interrumpirle el paso al enemigo que lo persigue de cerca, incendia pueblos y ciudades, dinamita puentes y carreteras, envenena ríos y cisternas, arrasa con reservas de alimentos y cosechas, y en conjunto, destruye lo poco que dejó de la dominación de un territorio que ocupó por la fuerza, el engaño, la traición, el cohecho y el colaboracionismo.

Tarea esta última la más difícil de lograr, pues la Venezuela que resta de 11 años de satrapía militarista, marxistoide, delirante y mentalmente desequilibrada, no es sino un país en ruinas, física, cultural y moralmente desarticulado, con sus inmensos recursos traspasados a gobiernos extranjeros y los pocos que han permanecido en el territorio nacional usados para enriquecer a la claque que rodea al dictador por puro afán de lucro y tratar de corromper a los pobres que azotados, ya por las catástrofes naturales, ya por las políticas oficiales, se cuelgan de promesas que Chávez, mejor que nadie, sabe no va a cumplir.

En otras palabras: que el 2011 será un 2010 llevado al extremo, con más devaluación del bolívar e incremento de su peor efecto, la inflación; desbordamiento del hampa que ya cobra la vida de 20 mil venezolanos al año; continuación de la caída del PIB como una consecuencia de la destrucción del aparato productivo interno y de la conversión de Venezuela en un país monoproductor y monoexportador de petróleo; del deterioro de los servicios públicos y del abandono de la infraestructura física nacional al convertirla en casi inexistente, y en suma, plagado de enfermedades y bajísimos índices de escolaridad por que el gobierno no invierte en salud, ni educación, sino en propaganda para convencer y autoconvencerse de que “son las mejores del mundo”.

Pero paralelo a la destrucción de Venezuela en sus bases físicas primordiales, Chávez hizo añicos al sistema democrático que, luego de haberlo derrotado en dos golpes de estado, permitió participara y le reconoció el triunfo en las elecciones presidenciales de 1998, pero en absoluto para que, como había prometido, contribuyera a la recuperación de la economía, profundizara la democracia y la libertad y las hiciera accesible a todos, para tender las manos a los más pobres y rescatarlos del olvido y el abandono, y crear un país inclusivo donde la paz, la modernidad, la administración honesta de los recursos, la eficiencia y el bienestar fueran la vía para poner fin a las injusticias, los desequilibrios y la desigualdad.

Chávez, por el contrario, lo que traía camuflado en sus alforjas era el proyecto de restaurar el sistema comunista y soviético, marxista y totalitario, stalinista y castrista que más de 2000 millones de seres humanos venían desmantelando desde las reformas que Deng Siao Ping introdujo en China a finales de los 70 y fue enterrado definitivamente bajo a los escombros de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 por decisión de los países de Europa del Este y de la exUnión Soviética… pero que el teniente coronel de Sabaneta de Barinas decidió remacharle a Venezuela a trancas y barrancas, con las armas o sin las arnas, por las malas o por las buenas, lenta pero implacablemente, y previo desmontaje de las instituciones democráticas y la incautación de la independencia de los poderes y del estado de derecho.

Y es así como lleva 11 años, no solo rebanando las libertades, y despedazando de a poquito la democracia, sino despilfarrando la riqueza petrolera (la única que nos queda) al empeñarse en forjar una alianza internacional anticapitalista, antiimperialista y antinorteamericana, que, como en los tiempos de la perdida Guerra Fría, cumpliera la tarea en la que habían fracasado Stalin, Mao, Breznev, Kim Il Sung, Pol Pot y Fidel Castro.

Es un delirio que ha significado el despilfarro del BILLON DE DOLARES que percibió el tesoro nacional durante el último ciclo de alza de los precios del crudo que duró del 2003 y 2008, que ha dejado a Venezuela en escombros, mientras los aliados que, supuestamente, acompañarían a Chávez en su cruzada de restauración del socialismo y la Guerra Fría, los gobiernos de Brasil, Argentina, por ejemplo, no sólo salen de la recesión sino que se declaran abiertamente capitalistas e insertos en la economía global, sino que otros, como Ecuador, Nicaragua y Bolivia asumen sus propias políticas y se alejan del áspero y anacrónico socialismo chavista, en tanto que Cuba emprende una serie de reformas económicas con las que, simplemente, reintroduce el capitalismo en la isla.

O sea, que solo Chávez mantiene y trata de implementar un sistema político y económico fracasado en el pasado, en el presente y hacia el futuro, que ya le ha impuesto enormes costos a Venezuela, que la mantienen dividida y partida en dos por el odio y el rencor que a diario predica este demagogo que se aprovecha de la tragedia de cientos de miles de damnificados para simular que los quiere y que, ahora sí, después de 11 años y de haber despilfarrado un BILLON DE DOLARES, va a ocuparse de resolver sus problemas.

Problemas que durante el 2010 quedaron más al desnudo que nunca, con una devaluación del bolívar del 300 por ciento, el colapso del sistema eléctrico nacional que dejó durante meses a miles de pueblos y ciudades con cortes diarios de suministro de energía de hasta 8 horas, y la pérdida de 200 mil toneladas de alimentos importados que se dejaron podrir en puertos, silos y almacenes porque la corrupción y la incompetencia de la burocracia estatal fue incapaz de colocarlas en mercados, bodegas, operativos y demás lugares de expendios públicos.

Pero 2010 fue también el año de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, en las cuales, más de la mitad de los electores convirtió a Chávez en minoría nacional, le quitó la mayoría calificada en la AN y eligió 67 diputados que impidieran que el sistema totalitario, stalinista y castrista convirtiera a Venezuela en una cárcel con un carcelero vitalicio que extendía sus facultades hasta trasmitirle, vía herencia, tal aberración a sus descendientes, fueran hijos, sobrinos y nietos.

Chávez ha respondido desconociendo la voluntad popular, anulando el poder legislativo, convirtiéndose en el segundo dictador del continente después de Raúl Castro, en el jefe de un estado forajido que intenta evitar lo que sin duda ya es inevitable:

Su desalojo del poder ya sea en el 2011 a través de la aplicación del Artículo 350 de la Constitución, o en el 2012, en las elecciones presidenciales, en las que, sin importar los trucos y triquiñuelas que invente, la represión y la violencia que aplique, saldrá de Miraflores convertido en un acusado que tendrá que dar cuenta de sus actos en tribunales nacionales e internacionales, y en los consultorios de médicos psiquiatras que estudiarán el regreso de un síndrome de desequilibrio mental que se creyó desaparecido en Venezuela con la muerte de aquel presidente de comienzos del siglo XX que se llamó Cipriano Castro.

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