Instalada ya la dictadura ceden todos los derechos fundamentales de la persona humana, desde la vida y la integridad personal hasta el derecho de cada ciudadano a expresarse o a determinarse libremente y elegir su propio proyecto de vida. Lo de la autonomía universitaria es algo anecdótico, sin mengua de la fuerza social movilizadora que provoca.
Le cabe a la sociedad democrática, como lo pide en su testamento de hace un año el fallecido ex presidente Caldera, "abrir caminos a la esperanza" y asumir, en lo sucesivo, la postura que cabe ante toda dictadura: la resistencia.
ASDRÚBAL AGUIAR
EL UNIVERSAL 4 de enero de 2011
Desde el seno de la democracia se consuma la muerte de la democracia
La dictadura no es anécdota
Se inaugura el año bajo el signo de la dictadura. Quienes mejor conocen nuestra idiosincrasia afirman sobre la cultura de presente que nos domina y la resistencia intelectual a la desgracia que nos caracteriza. Vemos la realidad en el día corriente -el pasado pasó, el porvenir está por verse- y acerca de los males, ellos están por ocurrir, vienen en camino pero nunca llegan. Poco previsivos y amigos del azar como somos, pues, esperamos que la suerte nos acompañe en la hora nona, a cuyo efecto y para sobrepasarla la aligeramos con el chiste de ocasión.
En Venezuela hoy ocurre lo peor, según los términos de cualquier sociedad democrática y madura que se precie de tal. Desde el seno de la democracia se consuma la muerte de la democracia. Pero, según parece, hay hechos de mayor urgencia como la devaluación de la moneda o el dictado de la ley de universidades que nos quita la autonomía en el pensar, consagrada por Edgar Sanabria, Presidente de la Junta de Gobierno, en 1958.
No obstante, la Asamblea Nacional moribunda habilita al Presidente durante la Navidad para que legisle durante 18 meses en defecto de la otra Asamblea que se instala en enero, pero desnuda, como desnudo queda en su momento por otro golpe del Estado el Alcalde de Caracas, Antonio Ledezma.
El final de nuestra vida parlamentaria y la actuación del Jefe del Estado como legislador supremo apenas la digiere el modelo cubano que ahora nos domina; no la democracia. En Cuba la Asamblea se reúne para reelegir a su dictador, para que legisle a su arbitrio dentro del llamado Consejo de Estado.
Desde 1789 hasta nuestros días, como lo hace constar la Constitución que en 1791 se da la Revolución Francesa, "el poder legislativo no podrá dictar ningunas leyes que lesionen el ejercicio de los derechos naturales y civiles". La frontera del poder del Estado son los ciudadanos, a quienes pertenece el derecho a la democracia.
Aún así, nuestra última Asamblea, siguiendo el "dictat" de su Comandante Presidente, se carga la voluntad soberana y sacrosanta de la mayoría expresada mediante el voto popular en las elecciones parlamentarias del pasado 26 de septiembre; mayoría soberana y popular a la que el innombrable rinde culto antes, incluso en contra de la Constitución de 1961, sólo para imponer su Constituyente e imponernos, en 1999, la Constitución que hace pedazos durante la Navidad.
Tan grave es lo que ocurre que el taimado José Miguel Insulza, Secretario de la OEA, aún vacilante, admite que lo anterior desconoce a la Carta Democrática Interamericana y reclama, cuando menos, su derecho de opinión al respecto.
En democracia la mayoría tiene límites. No pueden las mayorías acabar con el sistema que les permite hacer valer el poder de las mayorías; como tampoco pueden éstas abrogar los derechos iguales de las minorías. Se trata de un problema sustantivo. Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez gobiernan como dictadores y sus Congresos existen apenas para ratificar con las solemnidades de rigor los actos de sus dictaduras.
Al hablar de dictadura no evocamos a la noble institución de la dictadura romana, que habilita al dictador para sortear emergencias: la guerra o la crisis interna, jamás para cambiar la Constitución. La dictadura instalada entre nosotros es "inconstitucional". Llámesela absolutismo, despotismo, o totalitarismo, concentra y hace ilimitado el poder del Presidente, y las reglas para su sucesión de suyo quedan en el limbo.
Desaparece, pues, la separación de los poderes, tarea en la que se empeñan desde tiempo atrás las damas de la dictadura: Luisa Estela Morales, Cilia Flores, y Luisa Ortega Díaz. La defensora no cuenta, pues no se sabe si acaso respira.
La primera manifestación de la habilitación dada al Comandante Dictador la muestra y revela en su neta sustancia dictatorial: crea los primeros diez distritos militares que sujetan y se sobreponen a la autoridad civil, de donde la dictadura en curso es, por adición, de factura castrense.
Instalada ya la dictadura ceden todos los derechos fundamentales de la persona humana, desde la vida y la integridad personal hasta el derecho de cada ciudadano a expresarse o a determinarse libremente y elegir su propio proyecto de vida. Lo de la autonomía universitaria es algo anecdótico, sin mengua de la fuerza social movilizadora que provoca.
Le cabe a la sociedad democrática, como lo pide en su testamento de hace un año el fallecido ex presidente Caldera, "abrir caminos a la esperanza" y asumir, en lo sucesivo, la postura que cabe ante toda dictadura: la resistencia.
Le cabe a la sociedad democrática, como lo pide en su testamento de hace un año el fallecido ex presidente Caldera, "abrir caminos a la esperanza" y asumir, en lo sucesivo, la postura que cabe ante toda dictadura: la resistencia.
ASDRÚBAL AGUIAR
EL UNIVERSAL 4 de enero de 2011
Desde el seno de la democracia se consuma la muerte de la democracia
La dictadura no es anécdota
Se inaugura el año bajo el signo de la dictadura. Quienes mejor conocen nuestra idiosincrasia afirman sobre la cultura de presente que nos domina y la resistencia intelectual a la desgracia que nos caracteriza. Vemos la realidad en el día corriente -el pasado pasó, el porvenir está por verse- y acerca de los males, ellos están por ocurrir, vienen en camino pero nunca llegan. Poco previsivos y amigos del azar como somos, pues, esperamos que la suerte nos acompañe en la hora nona, a cuyo efecto y para sobrepasarla la aligeramos con el chiste de ocasión.
En Venezuela hoy ocurre lo peor, según los términos de cualquier sociedad democrática y madura que se precie de tal. Desde el seno de la democracia se consuma la muerte de la democracia. Pero, según parece, hay hechos de mayor urgencia como la devaluación de la moneda o el dictado de la ley de universidades que nos quita la autonomía en el pensar, consagrada por Edgar Sanabria, Presidente de la Junta de Gobierno, en 1958.
No obstante, la Asamblea Nacional moribunda habilita al Presidente durante la Navidad para que legisle durante 18 meses en defecto de la otra Asamblea que se instala en enero, pero desnuda, como desnudo queda en su momento por otro golpe del Estado el Alcalde de Caracas, Antonio Ledezma.
El final de nuestra vida parlamentaria y la actuación del Jefe del Estado como legislador supremo apenas la digiere el modelo cubano que ahora nos domina; no la democracia. En Cuba la Asamblea se reúne para reelegir a su dictador, para que legisle a su arbitrio dentro del llamado Consejo de Estado.
Desde 1789 hasta nuestros días, como lo hace constar la Constitución que en 1791 se da la Revolución Francesa, "el poder legislativo no podrá dictar ningunas leyes que lesionen el ejercicio de los derechos naturales y civiles". La frontera del poder del Estado son los ciudadanos, a quienes pertenece el derecho a la democracia.
Aún así, nuestra última Asamblea, siguiendo el "dictat" de su Comandante Presidente, se carga la voluntad soberana y sacrosanta de la mayoría expresada mediante el voto popular en las elecciones parlamentarias del pasado 26 de septiembre; mayoría soberana y popular a la que el innombrable rinde culto antes, incluso en contra de la Constitución de 1961, sólo para imponer su Constituyente e imponernos, en 1999, la Constitución que hace pedazos durante la Navidad.
Tan grave es lo que ocurre que el taimado José Miguel Insulza, Secretario de la OEA, aún vacilante, admite que lo anterior desconoce a la Carta Democrática Interamericana y reclama, cuando menos, su derecho de opinión al respecto.
En democracia la mayoría tiene límites. No pueden las mayorías acabar con el sistema que les permite hacer valer el poder de las mayorías; como tampoco pueden éstas abrogar los derechos iguales de las minorías. Se trata de un problema sustantivo. Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez gobiernan como dictadores y sus Congresos existen apenas para ratificar con las solemnidades de rigor los actos de sus dictaduras.
Al hablar de dictadura no evocamos a la noble institución de la dictadura romana, que habilita al dictador para sortear emergencias: la guerra o la crisis interna, jamás para cambiar la Constitución. La dictadura instalada entre nosotros es "inconstitucional". Llámesela absolutismo, despotismo, o totalitarismo, concentra y hace ilimitado el poder del Presidente, y las reglas para su sucesión de suyo quedan en el limbo.
Desaparece, pues, la separación de los poderes, tarea en la que se empeñan desde tiempo atrás las damas de la dictadura: Luisa Estela Morales, Cilia Flores, y Luisa Ortega Díaz. La defensora no cuenta, pues no se sabe si acaso respira.
La primera manifestación de la habilitación dada al Comandante Dictador la muestra y revela en su neta sustancia dictatorial: crea los primeros diez distritos militares que sujetan y se sobreponen a la autoridad civil, de donde la dictadura en curso es, por adición, de factura castrense.
Instalada ya la dictadura ceden todos los derechos fundamentales de la persona humana, desde la vida y la integridad personal hasta el derecho de cada ciudadano a expresarse o a determinarse libremente y elegir su propio proyecto de vida. Lo de la autonomía universitaria es algo anecdótico, sin mengua de la fuerza social movilizadora que provoca.
Le cabe a la sociedad democrática, como lo pide en su testamento de hace un año el fallecido ex presidente Caldera, "abrir caminos a la esperanza" y asumir, en lo sucesivo, la postura que cabe ante toda dictadura: la resistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario