Este domingo pasado, 23 de enero, otra vez Chávez puso de manifiesto su incontinencia verbal frente a un público de adictos y amenazados que deben soportar las invectivas contra todo lo que se oponga a sus designios totalitarios, al rayo del sol, de pie, apelmazados durante horas y, claro, disfrazados de colorado para mostrar lealtad absoluta y verticalismo a ultranza.
Como lo he bautizado en otras notas, “el bufón del Orinoco”, mientras el país se cae a pedazos, otra vez se prendió del micrófono para una extenuante y deshilvanada perorata que pretende convencer a los alaridos y con adjetivos de baja estofa pero sin vestigio de argumentación alguna.
Sería realmente cómico si no fuera dramático para los pobres venezolanos que mantienen su sentido de dignidad y autoestima, pero su catarata de frases entrecortadas son dignas de lo mejor de Woody Allen. Veamos sus conceptos centrales, si es que puede denominarse “conceptos” a esa tremendamente agitada verborragia de saltimbanquis.
Cantó “el que no brinca es un yanki” y dijo que en ese preciso momento inventaba una nueva letra “que habrá que ponerle música”: “el que no estudia historia es un escuálido” y a continuación relató la historieta más desopilante sobre Venezuela donde cayeron en la volteada todos quienes defienden la libertad y pretendió incluirlo en sus andadas hasta a Francisco de Miranda, esa gran personaje liberal y antisocialista por excelencia. Intercaló en su relato la exhibición de teléfonos “producidos en China comunista y ensamblados en Venezuela, para todos los que los quieran, incluso para los contrarrevolucionarios” para concluir que “quienes no comparten esta historia incurren en el pecado de la ignorancia o son malvados como la derecha en la Asamblea Nacional, quienes no entendieron lo que allí dije en mis siete horas de disertación última, por eso la próxima vez habaré catorce horas”.
Acto seguido este curioso paquidermo vestido con los colores de la bandera, comenzó otro canto: “volvió, volvió la democracia” por eso —continuó— “seré elegido nuevamente en diciembre de 2012 y seré presidente hasta el 2019 que ya me retiraré” pero frente al coro del público de “no, no, no” manifestó estar dispuesto a reconsiderar la idea y continuar al frente del poder “aunque ya cumplo los 57” (nos recuerda la ironía mordaz de Miguel Ángel Asturias en Señor Presidente).
A continuación mostró un folleto con grandes letras que anuncian cinco líneas estratégicas clave para la “República Bolivariana de Venezuela” que he pensado “especialmente de madrugada” y “son las modestas reflexiones de un soldado que piensa”. ¿Cuáles son estos frutos de la mente privilegiada del coronel Chávez?, pues son cinco: primero “la militancia socialista contra los capitalistas y la burguesía por parte de todos los grupos” y a esta altura mencionó todo lo que existe y puede existir incluso “pescadores y pescadoras” y los “intelectuales orgánicos” (?). Segundo, “que la poderosa máquina del partido socialista no solo lo sea electoralmente sino que se constituya en un movimiento fuerte activado todos los días convertido en patrullas, comandos y células”. Tercero, “que el socialismo se convierta en un poderoso camino de propaganda, agitación y comunicación”. Cuarto, “que nuestro partido socialista sirva a la construcción del poder popular y que todo sea al calor de las luchas populares”. Y quinto, “como resultado de los cuatro puntos anteriores —la resultante como diría un físico matemático— se producirá un gran huracán bolivariano por todas partes que será un huracán huracanado, el huracán de la patria”.
Espetó también que se mantendrá en el poder para defender al pueblo gracias “a Dios encarnado en Cristo Redentor” y “por eso se que ganaré en diciembre de 2012 ya que la democracia es al socialismo lo que el oxígeno para el mundo” puesto que “el socialismo es la idea de Cristo hecha realidad”. Como en otros tramos, a esta altura le pareció simpático otro anuncio: esta vez intercaló con énfasis que “mañana firmaré la resolución de que se condonan todas las deudas a los que han perdido sus cosechas por la inundación” e invitó a los presentes a que digan a grito pelado sus problemas respecto a sus pasivos impagos pero como el orador no escuchaba (“no oigo” vociferaba Chávez porque no sabe que quiere decir “escuchar”) frente a un griterío ensordecedor que iba en aumento, inmediatamente ordenó a uno de sus lacayos: “teniente, haga cadena con otros camaradas y dígame que dicen” y como los servidores públicos se demoraban en este desorden superlativo, el comandante con rostro severo exigió eficiencia y cuando se enteró de algunos de los múltiples problemas que aquejaban a los integrantes de la audiencia cautiva que comenzó a entusiasmarse con reclamos variopintos, optó por cortar tan peculiar diálogo y decretar “soluciones”, básicamente en cuanto a que no pagaran lo que debían a lo que sus secuaces circunstanciales del público respondían con sonoros aplausos y cánticos estúpidos siempre fabricados al son de rimas maltrechas. Nadie escuchaba nada frente a tamaña algarabía desatada al furor de la espantosa necesidad que agobia a los venezolanos, pero seguramente unos pedían tener luz y gas, otros se quejarían por la insoportable inflación y los de más allá reclamarían comida que escasea por todos lados en la tierra del bufón Orinoco. Sería muy largo de consignar todas las imbecilidades, sandeces e incoherencias del dictador caribeño quien terminó su regadera oral con un escalofriante y nada halagüeño ni tranquilizante “socialismo o muerte”.
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* Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
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