El Liberalismo ortodoxo, que tiene muchas corrientes, entre ellas la autocrática, sostiene que el Estado y la Iglesia son obstáculos en el camino hacia la libertad, nosotros, en el Liberalismo Siglo XXI, aseveramos que la pobreza configura el principal obstáculo para la libertad y el progreso de los pueblos, por lo que tanto el Estado como la Iglesia deben tener responsabilidades concurrentes a las del propio individuo en la lucha contra ese enemigo mortal del progreso humano, sin intervencionismos de la Iglesia en los asuntos el Estado, ni del Estado en la iniciativa privada.
En el caso venezolano, que es el mismo de América Latina entera, la pobreza es tan atroz y tan cuantiosa que no es posible que el Estado, y una institución de tanto peso espiritual como la Iglesia, se desentiendan de ella, pero lo que no es admisible es que se hipoteque el futuro económico de la nación con programas asistencialistas inmediatistas que no solucionan el problema, y, al contrario, lo agravan formando parásitos sociales, o que la Iglesia estimule la pobreza con el discurso divinista que es de los pobres el reino de los cielos y entre más miserable y hambriento el sujeto más alto el rango celestial que recibirá cuando sucumba al hambre, o que es decisión de Dios que un niño nazca en la miseria, castrándole la fuerza interna al individuo.
La pobreza como forma modesta de vivir es una situación individual que puede ser hasta voluntaria, pero la miseria, que es pobreza atroz, es un insulto a la condición humana, que se ha convertido en una amenaza cierta para la estabilidad de la sociedad en general, que amerita el concurso de las mentes más lúcidas, planes y políticas viables de desarrollo y la inversión de los recursos necesarios para su superación, con el aporte fundamental del propio individuo, cuyas falencias personales, vicios o deficiencias productivas, son agravantes de este estigma social.
Pero la pobreza es consecuencia no causa
Es necesario aclarar que la pobreza es consecuencia de la ignorancia, la superstición, el fanatismo y el miedo. Tome a cualquier habitante de la miseria y compárelo con otro cualquiera de su misma edad, sexo, fenotipo y origen social que haya progresado, se convencerá que la diferencia es la falta de estudios, la absurda creencia en marañas oscurantistas, la convicción de que solamente con ayuda externa puede avanzar y el terror a ensayar posibilidades.
Insisten demasiados personeros del atraso en que la riqueza de los pueblos reside en sus materias primas y atacan a las transnacionales capitalistas, sin actualizarse en una realidad portentosa, que los grandes consorcios capitalistas de hoy no quieren nada con subsuelo y demoliciones de montañas, lo de ellos es el conocimiento y la tecnología.
Un grupo de muchachos de Silicon Valley, que a los 18 años ya tienen carros personalizados de un millón de dólares, producen más riqueza que toda América Latina junta. Bill Gate es el autentico revolucionario del siglo XX –XXI, hasta ahora.
Materias primas como el petróleo o el hierro estarán fuera del mercado más pronto de lo que muchos se imaginan. Y lo triste es que no hemos invertido un solo centavo en desarrollar tecnologías propias, el tímido acierto de la Orimulsión, una solución para sustituir el carbón como materia energética para países con problemas económicos - en lugar de regalar petróleo que es revendido para beneficio de los gobernantes y no de los pueblos - fue sepultada por la insolencia depredadora del retrogradismo político venezolano.
Los proyectos para combatir la pobreza con “desarrollo endógeno”, frase en sí contradictoria, parte de la premisa del intercambio comercial imposible entre pobres. Lo que llamamos trueque. La única manera de combatir la pobreza es creando riquezas, insertando al individuo, según sus capacidades, en un modelo productivo, probado por su eficacia en el mundo y abriéndose sin complejos al mundo globalizado a intercambiar conocimientos y tecnologías. De lo contrario, sea cual sea el capitán del barco del modelo paternalista, populista, irá a tiempos peores de hambre y miseria, en franco retroceso del resto del mundo. Sigue…
Rafael Marrón González
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