Prisioneros del cojeculo de una sociedad que no aprende ni a palos, bien podrían los peruanos enfrentar el 10 de abril la tormenta perfecta: Keiko Fujimori y Ollanta Humala obteniendo los dos primeros puestos y disputando la presidencia en una segunda vuelta. El siempre atento Mario Vargas Llosa puso el dedo en la llaga al comentar que ante esa disyuntiva los peruanos estaban escogiendo entre el cáncer o el sida. Que Dios los pille confesados.
Pedro Lastra
PERÚ: EL COGECULO
Tantas esperanzas que el comportamiento racional y sensato del electorado peruano había despertado en América Latina, como para ser capaz de decidir tan inteligentemente en la última década por Toledo y Alan García y echar a andar las más extraordinarias reformas, tener el mayor crecimiento económico de la década y convertirse en el ejemplo a seguir por los díscolos de la región, y viene a última hora a sacar a flote la esencia del despelote del subdesarrollo latinoamericano. Un
vulgar cogeculo.
¿Cómo se explica que el país que tumbó a una de las más sórdidas dictaduras neo fascistas, la del nipón Alberto Fujimori, a quien una renacida justicia peruana encarceló, enjuició y condenó a una pesada condena por crímenes de lesa humanidad, corrupción y latrocinios sin límites se permita la veleidad de haber elevado al estrellato político a Keiko Fujimori, su hija dilecta, tan fascista, tan dictatorial, tan impresentable como su encarcelado padre?
Hoy, Keiko Fujimori comparte el pelotón de vanguardia en la carrera por el palacio presidencial limeño con otros tres o cuatro candidatos, en uno de los mayores cojeculos que se recuerde en la historia electoral del país del APRA, de Belaúnde, de Velasco Alvarado, de Sendero Lumino, el trotskismo revolucionario y otras sinuosidades de
la política latinoamericana. Un país que estuvo a un paso de ser gobernado por uno de sus mayores glorias literarias, pero en el último minuto prefirió echarse en brazos de un ingeniero agrónomo de origen japonés, absolutamente desconocido, que estuviera a punto de echarlo por embarranco de la perdición. ¿Preferir al ignaro Fujimori antes que al deslumbrante Mario Vargas Llosa?
Salir de Fujimori costó sangre, sudor y lágrimas. Sacar de circulación a la siniestra figura de Montesinos, narcoterrorista y maquiavélico cerebro gris detrás del trono que encontrara protección en círculos del chavismo, un auténtico calvario. La solución no pudo ser más inteligente: Toledo, el estadista que salió de la pobreza.
Para continuar la racha de la buena fortuna reeligiendo a Alan García, venido al Poder para reparar los desastres de su primer gobierno. La
lógica indicaba que desvanecido el peligro de Fujimori y conjurada la perfidia de Ollanta Humala, el otro yo del teniente coronel Chávez Frías, sólo tres figuras podrían tenían el visto bueno del electorado peruano: Luis Castañeda, el popular alcalde limeño; Alejandro Toledo, el ex presidente o Pedro Pablo Kuczynski, su propio ex ministro de
economía.
Dios los cría y el diablo los junta. El mismo Dios que ciega a quienes quiere perder. Sin comprender que ninguno de los tres era el enemigo principal de la estabilidad peruana ni el auténtico enemigo de
una sociedad capitalista y democrática, próspera y progresista, afilaron sus colmillos y se dedicaron a desgarrarse las carnes unos a otros hasta envolverse en la polvareda de la estupidez. Así,
permitieron que los únicos enemigos de la democracia peruana, Keiko Fujimori, la cría del tirano, y Ollanta Humala, el discípulo del
castrocomunista venezolano Hugo Chávez, recorrieran el país y fueran remontando las curvas de las encuestas hasta puntear en las encuestas.
Prisioneros del cojeculo de una sociedad que no aprende ni a palos, bien podrían los peruanos enfrentar el 10 de abril la tormenta perfecta: Keiko Fujimori y Ollanta Humala obteniendo los dos primeros puestos y disputando la presidencia en una segunda vuelta. El siempre atento Mario Vargas Llosa puso el dedo en la llaga al comentar que ante esa disyuntiva los peruanos estaban escogiendo entre el cáncer o el sida. Que Dios los pille confesados.
Pedro Lastra
PERÚ: EL COGECULO
Tantas esperanzas que el comportamiento racional y sensato del electorado peruano había despertado en América Latina, como para ser capaz de decidir tan inteligentemente en la última década por Toledo y Alan García y echar a andar las más extraordinarias reformas, tener el mayor crecimiento económico de la década y convertirse en el ejemplo a seguir por los díscolos de la región, y viene a última hora a sacar a flote la esencia del despelote del subdesarrollo latinoamericano. Un
vulgar cogeculo.
¿Cómo se explica que el país que tumbó a una de las más sórdidas dictaduras neo fascistas, la del nipón Alberto Fujimori, a quien una renacida justicia peruana encarceló, enjuició y condenó a una pesada condena por crímenes de lesa humanidad, corrupción y latrocinios sin límites se permita la veleidad de haber elevado al estrellato político a Keiko Fujimori, su hija dilecta, tan fascista, tan dictatorial, tan impresentable como su encarcelado padre?
Hoy, Keiko Fujimori comparte el pelotón de vanguardia en la carrera por el palacio presidencial limeño con otros tres o cuatro candidatos, en uno de los mayores cojeculos que se recuerde en la historia electoral del país del APRA, de Belaúnde, de Velasco Alvarado, de Sendero Lumino, el trotskismo revolucionario y otras sinuosidades de
la política latinoamericana. Un país que estuvo a un paso de ser gobernado por uno de sus mayores glorias literarias, pero en el último minuto prefirió echarse en brazos de un ingeniero agrónomo de origen japonés, absolutamente desconocido, que estuviera a punto de echarlo por embarranco de la perdición. ¿Preferir al ignaro Fujimori antes que al deslumbrante Mario Vargas Llosa?
Salir de Fujimori costó sangre, sudor y lágrimas. Sacar de circulación a la siniestra figura de Montesinos, narcoterrorista y maquiavélico cerebro gris detrás del trono que encontrara protección en círculos del chavismo, un auténtico calvario. La solución no pudo ser más inteligente: Toledo, el estadista que salió de la pobreza.
Para continuar la racha de la buena fortuna reeligiendo a Alan García, venido al Poder para reparar los desastres de su primer gobierno. La
lógica indicaba que desvanecido el peligro de Fujimori y conjurada la perfidia de Ollanta Humala, el otro yo del teniente coronel Chávez Frías, sólo tres figuras podrían tenían el visto bueno del electorado peruano: Luis Castañeda, el popular alcalde limeño; Alejandro Toledo, el ex presidente o Pedro Pablo Kuczynski, su propio ex ministro de
economía.
Dios los cría y el diablo los junta. El mismo Dios que ciega a quienes quiere perder. Sin comprender que ninguno de los tres era el enemigo principal de la estabilidad peruana ni el auténtico enemigo de
una sociedad capitalista y democrática, próspera y progresista, afilaron sus colmillos y se dedicaron a desgarrarse las carnes unos a otros hasta envolverse en la polvareda de la estupidez. Así,
permitieron que los únicos enemigos de la democracia peruana, Keiko Fujimori, la cría del tirano, y Ollanta Humala, el discípulo del
castrocomunista venezolano Hugo Chávez, recorrieran el país y fueran remontando las curvas de las encuestas hasta puntear en las encuestas.
Prisioneros del cojeculo de una sociedad que no aprende ni a palos, bien podrían los peruanos enfrentar el 10 de abril la tormenta perfecta: Keiko Fujimori y Ollanta Humala obteniendo los dos primeros puestos y disputando la presidencia en una segunda vuelta. El siempre atento Mario Vargas Llosa puso el dedo en la llaga al comentar que ante esa disyuntiva los peruanos estaban escogiendo entre el cáncer o el sida. Que Dios los pille confesados.
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