Sus huestes y él mismo ya no justifican el atentado del 11S. Aunque no
pueden ocultar su insatisfacción por el paso dado por “el imperio” al
ponerle fin al sangriento historial del saudí. Hubieran preferido la
impunidad total para el mayor terrorista de la historia. Con sus
sangrientas acciones traía aguas a los molinos bolivarianos. Ya se
rasgan las vestiduras por el descabezamiento del asesino. Ante el cual
sólo cabe recordar la vieja sabiduría popular: a la serpiente, se la
mata por la cabeza.
Si en 1923 la República de Weimar no hubiera estado carcomida por una
congénita debilidad estructural, si su liberalismo no hubiera lindado
con la pusilanimidad y la alcahuetería y si su justicia hubiera sido
fiel a los predicamentos de rigor para casos de grave violación al
estado de derecho como los golpes de Estado, Hitler, que acababa de
protagonizar el putsch de la cervecería, no hubiera sido amnistiado
tras dos años de cómoda pasantía en el penal de Landsberg, donde era
tratado como huésped de lujo, recibía las visitas de sus potentados
protectores, escribía sus memorias – Mi Lucha – y preparaba el asalto
al Poder por vías “constitucionales”, sentando el precedente copiado
al calco por Fidel Castro y Hugo Chávez. “La revolución moderna” –
comentaría entonces– “no se hace contra el Estado. Se hace con el
Estado”.
Si entonces se le hubiera sometido al estricto rigor de la ley, muy
posiblemente se le hubiera ahorrado a la humanidad su más grave
conflagración, la Segunda Guerra Mundial, cuyo resultado serían entre
65 y 75 millones de víctimas fatales y el Holocausto, el más
terrorífico acto de inhumanidad conocida por el hombre a todo lo largo
de su tormentosa y atribulada historia. Se escamotea su profunda
indignidad moral cuando se le reduce a la fría cifra de seis millones
de asesinados. Sus detalles provocan un abismo de incomprensión.
¿Podía la humanidad descender a esas honduras de la maldad, sin sufrir
su más terrorífico quebranto existencial?
A Cuba, el expediente le ha costado una tiranía de más de medio
siglo. Y la destrucción de todas sus tradiciones, sus instituciones y
su cultura. Como lo advirtió con premonitoria lucidez Rafael
Díaz-Balart, el cuñado de Fidel Castro, cuando el parlamento cubano
cometió el más grave error de su vida amnistiando a la banda que había
asaltado el Cuartel Moncada. A Venezuela, la misma congénita debilidad
institucional de amnistiar a los criminales del 4F que nos
desgobiernan, le va costando doce años de sistemática devastación
física y moral. Y la más grave crisis existencial de su historia. Cuyo
desenlace permanece abierto.
Son reflexiones inevitables ante la decisión del presidente de los
Estados Unidos por descubrir y ponerle un fin sangriento al terrorista
más devastador de la historia, Osama Bin Laden. Una justa y acertada
decisión político-militar del mismo calibre de la que le permitió en
su momento al ex presidente de Colombia Álvaro Uribe terminar con la
vida de Raúl Reyes y descabezar al narcoterrorismo de las FARC.
El aterrador atentado a las Torres Gemelas provocó una no oculta
satisfacción en las filas de la izquierda radical. Cuyo odio visceral
e irrecuperable hacia los Estados Unidos y el sistema democrático que
representa se viera súbitamente satisfecho por la acción de Al Qaeda.
Hugo Chávez fue mucho más lejos: en una de sus interminables y
torturantes alocuciones por cadena nacional rizó el rizo del absurdo
al corregir al propio Bin Laden – que se había responsabilizado por el
atentado – exculpándolo de toda responsabilidad en el sangriento
suceso para llegar al ex abrupto de culpar al propio gobierno de
George Bush por haber realizado el atentado: "La hipótesis que cobra
fuerza es que fue el mismo poder imperial norteamericano el que
planificó y condujo este atentado terrible contra su propio pueblo y
contra ciudadanos de todo el mundo. ¿Para qué? Para justificar las
agresiones que de inmediato se desataron sobre Afganistán, sobre Irak
y las amenazas contra todos nosotros". Lo dijo sin que se le arrugara
el semblante, a pocos meses de las elecciones presidenciales del 2006.
Delirante canallada que no impidió fuera reelecto por una holgada
mayoría.
Sus huestes y él mismo ya no justifican el atentado del 11S. Aunque
no pueden ocultar su insatisfacción por el paso dado por “el imperio”
al ponerle fin al sangriento historial del saudí. Hubieran preferido
la impunidad total para el mayor terrorista de la historia. Con sus
sangrientas acciones traía aguas a los molinos bolivarianos. Ya se
rasgan las vestiduras por el descabezamiento del asesino. Ante el cual
sólo cabe recordar la vieja sabiduría popular: a la serpiente, se la
mata por la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario