29/5/11

Nadie se siente protegido

Más de una semana ha pasado desde que José Luis Morocoima resultó herido en una trifulca que se registró en los portones de CVG Bauxilum. Sin embargo, para su esposa, Laury Acosta, la zozobra ha sido constante. Sencillamente, a pesar de que su pareja sobrevivió, no ha podido tener paz.




“A quien le preguntes de los trabajadores que estuvieron allí, no te van a decir que hubo un disparo, porque hubo muchos disparos”

Laury se sienta en uno de los muebles de la sala de su casa. Al mismo tiempo, se excusa: “Está sola la casa así porque, bueno, hemos estado…”. Y hasta allí deja la frase. No es necesario que continúe, pues quien conversa con ella sabe completar, con sus propias palabras, una misma idea, la de la causa de la soledad de ese hogar en donde vive con su esposo y los tres hijos de ambos.

Desde el miércoles 18 de mayo el silencio ha imperado en ese refugio. No se trata de una mudanza; menos, de unas vacaciones. Las ausencias se entienden cuando se recuerda lo que ocurrió durante la mañana de ese día en la entrada de CVG Bauxilum: la agitación, el ruido de los disparos, la defenestración de la idea del diálogo y la angustia generada por la incertidumbre.

Laury tragó amargo esa mañana. Pero sabía que lo peor apenas comenzaba, pues, en adelante, “paz” sería, para ella, un concepto ambiguo, quimérico o, de manera más certera, inexistente.

Toda la retahíla cobra sentido cuando se presenta un dato crucial para entender, en toda su plenitud, la angustia de esa mujer y la de su familia. Su esposo, José Luis, fue la víctima más prominente de los sacudones que, durante aquellos días, padecieron sindicalistas y trabajadores de la empresa. Hoy habla la madre de sus hijos, Laury Acosta, la señora de Morocoima.

Tenemos tres hijos. El mayor tiene 22. Tenemos una niña de ocho y una bebecita de siete meses (…) él comenzó a trabajar en la empresa en 1988, y antes vivía en Maturín. Generalmente, las amenazas habían sido hacia él, pero yo también las sentí porque soy trabajadora de la empresa también. La presencia de personas extrañas en los portones… toda esa serie de cosas que hoy se ven en Guayana y que antes no se veían. Yo tengo 12 años en la empresa. José Luis es un hombre de trayectoria en la parte sindical: más de 15 años. En la empresa tiene 23 años, y jamás y nunca se había visto eso. En una oportunidad (año 2009) se hicieron unas denuncias ante la Asamblea (Nacional, encabezadas por Pastora Medina) por agresiones, pero llegaba hasta la parte de amedrentar. Pero esto que pasó…

El temor de señalar
Una niña vivaz de ocho años entra por la puerta principal de la casa. Está visitando el hogar, pues desde el día del atentado no ha podido dormir en su cama. Sus padres prefieren mantenerla en otros lugares para evitar que…bueno, que cualquier cosa ocurra.

Después de un “¡Hola!”, su mamá, de manera amable, la conmina a dejar la sala: “Anda a jugar. Anda”. Y retoma la narración.

Él se vino y empezamos a trabajar. Nos vinimos a esta ciudad. De hecho, la queremos como si hubiésemos nacido aquí, en Guayana. Primero yo trabajé en la Alcaldía, cuando Clemente Scotto, y después con Pastora Medina. Me retiré porque quería ejercer mi profesión como técnico en Electricidad. Tuve la oportunidad en Bauxilum, y desde ese entonces estoy allí trabajando.

A José Luis no lo habían amenazado antes. Todo comenzó desde 2009. Yo, por ejemplo, estaba presente en el momento de la agresión. Afortunadamente, no fue en el portón porque había más cantidad de personas, pero violencia como esa, la habían vivido sólo como sindicato, pero nunca frente a todos los trabajadores. Siempre hubo inquietud de amenazas, pero nosotros, normal, tratando de llevar una vida normal, pero con esta situación, imagínate, con el grado de violencia que hay aquí en Guayana, como tal (…) hubieron (sic) amenazas directas: “¿Dónde está Morocoima que lo vamos a matar?”. Eso es como que te digan a ti: “¿Dónde está tu esposa o algún familiar, que lo vamos a matar?”. Así se sintieron todos los trabajadores que estábamos allí. El terror, porque eso fue de terror.

Nosotros estábamos allí desde las 6:00 (de la mañana) en la asamblea. Cuando se toma la decisión, después de que él pregunta si íbamos a esperar respuestas en el portón para que (José) China (presidente de Bauxilum) dé respuestas a los reclamos, los trabajadores cierran los portones. En ese momento llega la gente…bueno, se dice que era la gente de la Muralla Roja, y eso fue lo que se escuchó. No hubo chance a nada: inmediatamente, salió la ambulancia con José Luis.

Verdades
Que nadie se llame a engaños: durante la mañana del 18 de mayo de 2011, en CVG Bauxilum, hubo tiros. Laury Acosta de Morocoima puede jurarlo, si así se lo piden. Nadie puede decirle que no.

Hubo un tiroteo. A quien le preguntes de los trabajadores que estuvieron allí, no te va a decir que hubo un disparo, porque hubo muchos disparos, muchos. Yo estaba como a 100 metros (de Morocoima), y al escucharse los disparos, la gente comenzó a gritar que habían matado a José Luis. Cuando yo corro hacia dentro de la empresa, me dicen que lo están sacando. En ese momento, unas señoras me agarran y no puedo subirme a la ambulancia. Fui a buscar el carro, y unos compañeros de trabajo me consiguieron y fueron los que me llevaron a la clínica. Todo fue muy rápido. En verdad pensé que lo habían matado, porque nadie nos comunicaba nada, hasta que llegamos a la clínica y las personas que llegaron con él nos dijeron que estaba bien. Después, entramos y lo veo que me hace así (extiende el dedo pulgar). Pude hablar con él en la parte de arriba, en cirugía. Él nunca perdió el conocimiento, pero no escuchaba. Ese es el problema más grave que tiene ahorita: el de la audición.

Desespero e impotencia
El alivio que pudo haber sentido al saber que su esposo estaba vivo, se esfumó cuando supo que no sólo José Luis Morocoima podía ser blanco de matones: ella o cualquiera de sus tres hijos eran susceptibles de sufrir ataques. Todavía ese temor persiste.

Nos trasladamos a otros lados porque había mucha inseguridad: entraban muchas personas en la clínica, que uno veía como extraños.

Por seguridad, tuvimos que movernos a otros sitios. Yo tengo el informe médico. El que sacaron en la empresa dice todo, pero después, cuando comenzaron a decir todo eso, yo le pedí al doctor Hurtado, de la Ceciamb, que me hiciera un informe tal y como había recibido al señor Morocoima cuando ingresó a la clínica. Cuando lo trasladaron desde la empresa, van unos doctores con él, y lo van manipulando y tocando la herida. Lo desnudaron en la ambulancia, y cuando están en la parte de la Emergencia, el doctor coloca una nota donde la doctora de la empresa le muestra el pedazo de proyectil que le extrajo del glúteo a Morocoima. Ese proyectil se perdió. La doctora de la empresa se lo entregó a una persona de seguridad de la empresa, y ese proyectil nunca apareció. No penetró el proyectil, gracias a Dios, pero de que hubieron (sic) los disparos, los hubo.

En el informe que entregan primero, dice “glúteo izquierdo”, y es en el glúteo derecho. Cuando tú ves todo eso, dices que hay una cosa que no concuerda. En la cabeza le dieron con piedras, con cascos y con las cachas. Hay un informe que dice que le perforaron la membrana del oído, y esa es la pérdida de audición que él tiene. Anteriormente, él tenía problemas en un oído, y los golpes los recibió en el oído bueno, pero la bala no se entregó a quien tenía que entregarse, que era el Cicpc. Las ropas yo las entregué al Cicpc. Ahora, que ellos manejen otra cosa, ya eso queda a la conciencia de cada quien.

Perenne incertidumbre
La serenidad, manifiesta Laury, la recibió de su hijo de 22 años, convertido en cristiano evangélico. “Me dio bastante fortaleza, y me dijo que me quedara tranquila que su papá iba a salir de eso”. La parte complicada llegó con las niñas. ¿Cómo decirle, primero, que a su padre lo habían matado y, después, que le habían disparado? Llegó el momento en el que se hizo ineludible. Y lo logró. Más allá de eso, el drama de la familia Morocoima Acosta persiste, y la paz sólo llegará cuando puedan estar, por fin, nuevamente bajo el mismo techo, sin preocupación alguna.

Tuve que decirle (a la niña de ocho años). Te imaginas el choque: moverla de sitio, no llevarla a la escuela, o sea, todo el trauma que se le crea a una niña. Con respecto a la niña de siete meses, estaba amamantando y tuve que separarme de ella por la misma situación.

Prácticamente, estamos unidos aquí (se toca la parte izquierda del pecho), pero estamos separados. No es miedo como tal, es protegerlos a ellos, porque uno no sabe lo que está pensando el otro. Si los venezolanos tuviéramos garantía, eso no hubiese pasado ahí, ¿verdad? Esas personas que cometieron esa agresión estuvieran bajo otras circunstancias. No nos sentimos protegidos. En esta sociedad nadie se siente protegido, y a eso se le suma la violencia de las empresas de Guayana. ¿Qué garantías tiene uno? Cuando yo he estado viniendo a la casa, los vecinos o el vigilante me han dicho que han visto carros parados afuera. Uno tiene información de todo eso.

Cuando estuvimos en la clínica, la Policía del estado y el Cicpc nos asignaron unos funcionarios en la clínica, y ellos cumplieron sus guardias. Hasta ahí. Ya después de ahí…bueno, cada quien tiene que buscar la manera de cómo protegerse.

* “Lo desnudaron en la ambulancia, y cuando están en la parte de la Emergencia, el doctor coloca una nota donde la doctora de la empresa le muestra el pedazo de proyectil que le extrajo del glúteo a Morocoima. Ese proyectil se perdió. La doctora de la empresa se lo entregó a una persona de seguridad de la empresa, y ese proyectil nunca apareció. No penetró el proyectil, gracias a Dios, pero de que hubieron (sic) los disparos, los hubo”.

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