En realidad, el auténtico conspirador y único terrorista entre nosotros es el gobierno -de aquí el lamento por la muerte de su paradigma, Osama Bin Laden-: sus agentes, las fuerzas represivas subordinadas a él y todos aquellos que sea por ingenuidad o canallesca inmoralidad le hacen el juego, y la víctima de su conspiracionismo y de sus actos de intimidación es el pueblo de este infortunado país puesto bajo sus botas.
Intruso en su intimidad
LAMENTO POR LA MUERTE DE OSAMA BIN LADEN
Ha sido liquidado uno de los más nefastos criminales habidos en el mundo contemporáneo… y solamente condenan el acontecimiento y el comprensible júbilo mundial por ese acto de legítima defensa, el gobierno de Venezuela -en la persona del Vicepresidente agresor de periodistas- y el Sanguinario del Caribe. Oída la voz del amo, no es improbable que a breve plazo escuchemos idéntico clamor de sus subalternos continentales. Tanto pesar sugiere afinidades entre los condolientes y el cabecilla terrorista; en nuestro país otros indicios apuntan en la misma dirección.
El Ejecutivo Nacional destinó una sustanciosa partida de nueve cifras para “enfrentar, frenar y minimizar el incremento de amenazas contra la estabilidad de la nación”… En otras palabras, para controlar las conspiraciones contra el proceso y neutralizar los actos de terrorismo derivados de ellas; entre otros posibles, principalmente los animados por intención magnicida. La insistencia en el tema y los recursos destinados a combatir la pretendida subversión, son manifestaciones del conspiracionismo chavista. ¿Pero será, en verdad, una paranoia originada en el sentimiento de culpa por su absoluta ineptitud, o una maquinación pérfida?
Conspiración y terrorismo son cosas diferentes, aunque estrechamente relacionadas; no toda conspiración conduce al terrorismo; sin embargo, todo acto de esta naturaleza nace de una conspiración. Ambas acciones comparten el propósito político: se ejecutan en función del ejercicio del poder. Carece de sentido un falso terrorismo; siendo tan sólo una amenaza a la larga se vuelve cómico; el terrorismo es una conspiración que necesariamente debe resolverse en un acto violento notorio, a propósito de lograr su objetivo de vulnerar la seguridad psicológica de una colectividad; en cambio, hay conspiraciones verdaderas y falsas, o inventadas; entre otros aspectos, pone de manifiesto el entretejido de estos dos fenómenos el hecho de que una falsa conspiración puede ser la justificación de actos terroristas.
El ejemplo clásico de conspiración real fue la culminada en el asesinato de Julio César en 44 aC; en la modernidad, es una conspiración sustantiva la tramada por Al Qaeda contra la democracia occidental. Es una falsa conspiración la que atribuye a los judíos el proyecto de dominar al mundo, a partir de un escrito conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion, aparecido por primera vez en 1903, en Rusia. No obstante la demostración de esa falacia por el periodista inglés Philip Graves en 1921, la creencia persistió, y hasta el día de hoy sigue vigente en ambientes signados por la estupidez y el odio; fue uno de los fundamentos ideáticos del Holocausto y Gadafi se cuenta entre aquellos que actualmente sostienen la veracidad de Los Protocolos y de su “proyecto secreto”.
Pero la falsa conspiración atribuida a los judíos en Los Protocolos, en realidad fue el resultado de una conspiración verdadera contra ese pueblo, tramada por la Okhrana, policía política zarista, con el fin de justificar el terrorismo de estado contra ellos bajo la forma de los inhumanos pogromos.
Otro aspecto común es que tanto los actos de terrorismo como las conspiraciones, cuentan con tres componentes básicos: los conjurados, sus agentes ejecutores y la víctima. En la obsesión conspirativista chavista, los primeros son un conciliábulo de poderosos capitalistas perversos y sus aliados, orientados y financiados por el Imperio, naturalmente; los agentes, aquellos que nos rebelamos ante la opresión y señalamos el desastre de su gobierno; los de más reciente incorporación a esta categoría son ¡los damnificados!, calificados por algún imbécil desalmado de “enemigos de la revolución” por su protesta debida a sus miserables condiciones de vida en las que los mantiene la indiferencia oficial. La víctima de las pretendidas confabulaciones es, obviamente, el sacrificado y generoso Benefactor de la Patria. No obstante, tanto como tratándose de Los Protocolos, la chavista es una falsa conspiración, siendo la conspiración verídica la tramada por el gobierno para justificar su violencia contra sus opositores y como forma de resquebrajar, ¡a carajazo limpio!, la plataforma de seguridad psicológica de las ciudadanía, con el artero propósito de ablandarla y facilitar su manipulación; el conspiracionismo del gobierno, reiterado ad nauseam, es una táctica de poder a la que se suman, en función del ejercicio de su autocracia, la lenidad de las autoridades ante la desaforada delincuencia, las amenazas constantes, la inseguridad jurídica y social y la incertidumbre del futuro. Ese conjunto de tácticas las administra en el contexto de una solapada estrategia de terrorismo de estado, característica de todo régimen totalitario.
En realidad, el auténtico conspirador y único terrorista entre nosotros es el gobierno -de aquí el lamento por la muerte de su paradigma, Osama Bin Laden-: sus agentes, las fuerzas represivas subordinadas a él y todos aquellos que sea por ingenuidad o canallesca inmoralidad le hacen el juego, y la víctima de su conspiracionismo y de sus actos de intimidación es el pueblo de este infortunado país puesto bajo sus botas.
¿ Este Hijo de .... no le duelen los Venezolanos que tambien murieron el 11 S. ?
Intruso en su intimidad
LAMENTO POR LA MUERTE DE OSAMA BIN LADEN
Ha sido liquidado uno de los más nefastos criminales habidos en el mundo contemporáneo… y solamente condenan el acontecimiento y el comprensible júbilo mundial por ese acto de legítima defensa, el gobierno de Venezuela -en la persona del Vicepresidente agresor de periodistas- y el Sanguinario del Caribe. Oída la voz del amo, no es improbable que a breve plazo escuchemos idéntico clamor de sus subalternos continentales. Tanto pesar sugiere afinidades entre los condolientes y el cabecilla terrorista; en nuestro país otros indicios apuntan en la misma dirección.
El Ejecutivo Nacional destinó una sustanciosa partida de nueve cifras para “enfrentar, frenar y minimizar el incremento de amenazas contra la estabilidad de la nación”… En otras palabras, para controlar las conspiraciones contra el proceso y neutralizar los actos de terrorismo derivados de ellas; entre otros posibles, principalmente los animados por intención magnicida. La insistencia en el tema y los recursos destinados a combatir la pretendida subversión, son manifestaciones del conspiracionismo chavista. ¿Pero será, en verdad, una paranoia originada en el sentimiento de culpa por su absoluta ineptitud, o una maquinación pérfida?
Conspiración y terrorismo son cosas diferentes, aunque estrechamente relacionadas; no toda conspiración conduce al terrorismo; sin embargo, todo acto de esta naturaleza nace de una conspiración. Ambas acciones comparten el propósito político: se ejecutan en función del ejercicio del poder. Carece de sentido un falso terrorismo; siendo tan sólo una amenaza a la larga se vuelve cómico; el terrorismo es una conspiración que necesariamente debe resolverse en un acto violento notorio, a propósito de lograr su objetivo de vulnerar la seguridad psicológica de una colectividad; en cambio, hay conspiraciones verdaderas y falsas, o inventadas; entre otros aspectos, pone de manifiesto el entretejido de estos dos fenómenos el hecho de que una falsa conspiración puede ser la justificación de actos terroristas.
El ejemplo clásico de conspiración real fue la culminada en el asesinato de Julio César en 44 aC; en la modernidad, es una conspiración sustantiva la tramada por Al Qaeda contra la democracia occidental. Es una falsa conspiración la que atribuye a los judíos el proyecto de dominar al mundo, a partir de un escrito conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion, aparecido por primera vez en 1903, en Rusia. No obstante la demostración de esa falacia por el periodista inglés Philip Graves en 1921, la creencia persistió, y hasta el día de hoy sigue vigente en ambientes signados por la estupidez y el odio; fue uno de los fundamentos ideáticos del Holocausto y Gadafi se cuenta entre aquellos que actualmente sostienen la veracidad de Los Protocolos y de su “proyecto secreto”.
Pero la falsa conspiración atribuida a los judíos en Los Protocolos, en realidad fue el resultado de una conspiración verdadera contra ese pueblo, tramada por la Okhrana, policía política zarista, con el fin de justificar el terrorismo de estado contra ellos bajo la forma de los inhumanos pogromos.
Otro aspecto común es que tanto los actos de terrorismo como las conspiraciones, cuentan con tres componentes básicos: los conjurados, sus agentes ejecutores y la víctima. En la obsesión conspirativista chavista, los primeros son un conciliábulo de poderosos capitalistas perversos y sus aliados, orientados y financiados por el Imperio, naturalmente; los agentes, aquellos que nos rebelamos ante la opresión y señalamos el desastre de su gobierno; los de más reciente incorporación a esta categoría son ¡los damnificados!, calificados por algún imbécil desalmado de “enemigos de la revolución” por su protesta debida a sus miserables condiciones de vida en las que los mantiene la indiferencia oficial. La víctima de las pretendidas confabulaciones es, obviamente, el sacrificado y generoso Benefactor de la Patria. No obstante, tanto como tratándose de Los Protocolos, la chavista es una falsa conspiración, siendo la conspiración verídica la tramada por el gobierno para justificar su violencia contra sus opositores y como forma de resquebrajar, ¡a carajazo limpio!, la plataforma de seguridad psicológica de las ciudadanía, con el artero propósito de ablandarla y facilitar su manipulación; el conspiracionismo del gobierno, reiterado ad nauseam, es una táctica de poder a la que se suman, en función del ejercicio de su autocracia, la lenidad de las autoridades ante la desaforada delincuencia, las amenazas constantes, la inseguridad jurídica y social y la incertidumbre del futuro. Ese conjunto de tácticas las administra en el contexto de una solapada estrategia de terrorismo de estado, característica de todo régimen totalitario.
En realidad, el auténtico conspirador y único terrorista entre nosotros es el gobierno -de aquí el lamento por la muerte de su paradigma, Osama Bin Laden-: sus agentes, las fuerzas represivas subordinadas a él y todos aquellos que sea por ingenuidad o canallesca inmoralidad le hacen el juego, y la víctima de su conspiracionismo y de sus actos de intimidación es el pueblo de este infortunado país puesto bajo sus botas.
¿ Este Hijo de .... no le duelen los Venezolanos que tambien murieron el 11 S. ?
No hay comentarios:
Publicar un comentario