28/7/11

Venezuela: Esteban Sin Renta


El mediatizado Socialismo del Siglo XXI emerge de la acumulación intolerable de nuestros atávicos males rentistas

Esteban es nadie sin renta petrolera y sin Esteban su revolución es nada. Y es que tambien en nada devino aquella Gran Venezuela que nunca alcanzamos a ser cuando, engatillada por el Embargo Árabe de 1974, nos ocurriera la primera gran oleada rentista del Siglo XX. Si alguna capacidad predictiva anida en la historia, valga invocarla hoy.

Fue aquella Gran Venezuela, en efecto, nuestra primera revolución rentista, nuestro primer gran experimento fallido en simularnos grandes. Antes que materializar logros fabulados, la Gran Venezuela nos desnudó entonces los grandes daños causados a la Sociedad y a la Economía por la irresponsable administración de una riqueza no trabajada por nuestro sistema económico, una riqueza ajena que nos es transferida y cuyas ocurrencias y magnitudes son aleatorias.

Se desataron así los demonios de la renta: inflación y devaluación; desempleo y empobrecimiento; descapitalización y fuga de capitales; despilfarro y corrupción. Las lecciones por aprender, sin embargo, no fueron aprendidas por las clases políticas en funciones de gobierno cuando, en su momento, se vieron en presencia de nuevas oleadas rentistas. Gobiernos hubo, no obstante, que reincidieron en corregir nuestra grandeza apostando a las mismas causas que otrora le dieran lugar y así, predeciblemente sin éxito, idearon varios otros grandes ensayos revolucionarios de la clase El Gran Viraje.

De aquellos vientos, estas tormentas. Luego de 35 años eludiendo aprender lecciones, el mediatizado Socialismo del Siglo XXI emerge de la acumulación intolerable de nuestros atávicos males rentistas. A diferencia del pasado, sin embargo, sufrimos un experimento inédito en nuestra historia republicana: para erradicar los males rentistas, heredados unos y suyos los más, esta revolución cuartelaria dragonea aniquilarnos como Nación, renta mediante.

Mientras que la gran misión Energía nos descapitaliza de centenarios e irrecuperables conocimientos petroleros y desconyunta el sistema eléctrico nacional, la gran misión Vivienda despedaza nuestras capacidades de ingeniería constructiva. Lo grande de esta revolución rentista estriba en destruirnos como Sociedad y reemplazar nuestra Economía con gobiernos amigos, solo importando que sean mercenarios prestos al sicariato: he allí el guion, guion cuya autoría post-2003 es en mucho del Ayatola del Caribe y cuya ejecución es capitaneada por su pro-cónsul en Venezuela, el notariado Ali Rodríguez.

Así las cosas, el Brasil del hermano Lula (muito obrigado) y la Argentina de la parejita Kirchner (que grande sos vos, che) se brindan como graciosos proveedores de carne, pollos y huevos, amén de montadores de gasoductos al Sur, puentes, metros e hidroeléctricas (Macagua I y Tocoma). El patético Lukashenko de Bielorrusia y Gadafi, el moribundo, gerencian viviendas (Guasimal) y plantaciones al Sur del Lago. Los silovikis, hijos de Putin, trasiegan su juguetería armamentista a las FARC, Libia e Irán. Los cubanos nos re-venden chucherías eléctricas y médicos de incierto profesionalismo. China, en fin, se erige sin requerirlo en nuestra nueva metrópolis (la que antes fuera Washington en el imaginario revolucionario) y, a cambio del Orinoco, nos facilita un grande y pesado fondo monetario (ídem Washington).

Ahora bien, si acaso anhelamos un futuro ajeno a grandes y delirantes venezuelas, urge entonces desgobiernizar la renta petrolera. Y no faltan razones de Estado para ello. La Nación y sus nacionales -nosotros todos- en tanto que propietarios del barril en tierra somos también, en buena doctrina de Estado, los naturales propietarios de la renta petrolera. Los gobiernos, sin embargo, nos han históricamente usurpado la propiedad de la renta y no pocas veces han beneficiado de su co-propiedad al Capital Petrolero global (Empresas Mixtas).

Primus inter pares es el gobierno actual, uno que ha perfeccionado ad nauseam esa mala praxis metodológica totemizada en las regalías y los tributos fiscales petroleros, praxis acientífica que vulnera nuestros derechos económicos a la propiedad plena de la renta. De allí los grandes apuros revolucionarios en presencia de ganancias súbitas del Capital (Marzo 2008) y de precios exorbitantes del barril de petróleo (Mayo 2011).

En adición a los daños históricos y los magnificados durante esta primera década del siglo XXI, nos ocurre presenciar hoy la destrucción del Estado convencional, una grande destrucción solo viabilizable por gracia de una inusual renta en manos de un gobierno transgresor. Urge, en consecuencia, identificar para la Nación su propiedad plena de la renta y, de infinita importancia, su inalienable administración de la renta petrolera. Todo ello radica en llenar un ya intolerable vacío institucional, no otro que otorgar rango constitucional a un Consejo de Estado para la más sabia administración de la renta. De lo contrario -en ausencia de un debate nacional y de rectificaciones necesarias-, las clases políticas que hoy pugnan por gobernar la Nación en el Siglo XXI mal podrían brindarnos un futuro deseable, un futuro distinto al pasado y al presente.

Y no es todo: en un futuro tal vez no lejano subyace una Venezuela privada de nuevas oleadas rentistas. En efecto, la égida de altos niveles de precios post Embargo Árabe (1974) ha previsiblemente activado el reemplazo de las gasolinas de motor, el segmento más preciado del barril de petróleo y quid de la renta petrolera. A la par, y en igual dirección, actúan las fuerzas que privilegian el Ambiente. El Sistema Energía mundial, en consecuencia, es sujeto de cambios estructurales que focalizan en una disminuida dominancia del petróleo y, por derivación, en una disminuida dominancia de la OPEP. De allí entonces que, en aras de ocupar espacios en la emergente matriz energetica mundial, los factores del poder global dibujen a conveniencia el tránsito a nuevos estados de equilibrio entre la oferta y la demanda de Energía, en particular de los yacimientos de Energía sitos en el Medio Oriente y el Golfo Pérsico ante los mercados crecientes del Asia.

Venezuela -que no dicta precios del petróleo y cuyos crudos extra-pesados del Orinoco son de discreta importancia en los mercados internacionales de la Energía-, exhibe una aún más vulnerable posición: ya privada de sus conocimientos petroleros en 2003, sus yacimientos son canjeados a futuro en aras de una artificiosa geopolítica de la Energía. La pregunta sigue latente: quienquiera que suceda al actual taita -este monstruoso Boves de la renta petrolera-, no será acaso embrión de un nuevo taita que ambiciona su personalísima gobiernización de la renta petrolera? Ante un desafío de tales dimensiones es obligante un cambio político en Venezuela, solo viable por una clase política gobernante investida de sabiduría y ética.

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