6/11/11

RITO A LA BARBARIE …

Solamente mentes enfermas pueden aceptar barbaries como la del gobierno libio de Gadafi o de la muerte de este dictador en manos de sus captores, que lo ejecutaron fríamente luego de sodomizarlo y torturarlo, a un hombre rendido, herido e indefenso que clamaba misericordia: ¿Qué os hice? No hubo vestigio de nobleza en los jefes de esa turba que robó al cadáver su anillo de oro y las botas de cuero en la ambulancia. Los crímenes de Gadafi han sido superados por la crueldad de sus asesinos. Tal para cual.

El honor del pueblo libio fue mancillado por este acto vil y cobarde que evidencia el grado de demencia al que puede llegar el ser humano cuando se desatan sus bajas pasiones por el desenfreno que deriva de la conciencia disuelta en la masa estúpida, bajo liderazgos irresponsables que le dicen lo que puede hacer amparado por la impunidad, en lugar de guiarlo hacia lo que debe hacer dentro de los cánones universales del respeto por el derecho ajeno, aun para los vencidos.

Los psiquiatras que entrevistaron a los criminales nazis en Nuremberg no encontraron ninguna patología esencial que los diferenciara de cualquier ciudadano normal que saca a pasear su perro en el atardecer. Pero fueron capaces de los crímenes más horrendos.

En las reacciones encontradas frente al crimen contra Gadafi, se manifiesta esa profunda deformación del alma: Sostener que es “un mártir” (que padece en defensa de sus convicciones) un ladrón y asesino como Muammar Gadafi, con 42 años de poder omnímodo sobre vidas y propiedades de una nación a la que saqueó, que redactó su propio código penal al mejor estilo teocrático y lo aplicó contra miles de personas que osaron disentir de su gobierno corrupto, o justificar la barbarie de su tortura y asesinato porque “quien la hace la paga”, revela tanto la torcida psiquis de un aspirante, como la precariedad del sistema de valores que sustentan la civilización en general, pues esta acción bárbara unifica a Occidente con Oriente por su lado más oscuro.

Chavismo de barbarie viene

En Venezuela, bajo la egida de Chávez, la barbarie, idéntica a la expresión libia, también ha cometido infamias criminales que maculan la dignidad del gentilicio. Enardecidos especimenes del odio, negando cualquier similitud con lo humano, protegidos por la impunidad más canalla, han asesinado mujeres indefensas, han pateado periodistas y aterrorizado opositores pacíficos, mientras su líder aplaude regocijado y define como “caballeros” a los asesinos y como “patriotas” a los violadores de los derechos humanos – evidencia de que no es el gobierno el que los viola sino el poder.

Sostengo que es la piedad el valor identificador del ser humano – quien no es capaz de sentir piedad no es humano, es animal, extraterrestre o cosa – y entristece saber que hemos avanzado muy poco en ese tránsito hacia la consolidación del humanismo. Tanto gobernantes impíos como pueblos salvajes revelan lo débil de nuestra estructura moral y ética.

Sujetos que llegan al poder bajo las normas constitucionales de la alternabilidad, juran sobre la constitución y luego se declaran gendarmes necesarios, libertadores – casos Gadafi o Mugabe - o providenciales herederos eternos sin cuya presencia el diluvio arrasará con todo vestigio de posibilidad, siempre y en todos los casos, apoyados por la codicia – corruptos, traficantes, mediocres ascendidos por la incondicionalidad - y por la ignorancia mendicante que se ha asumido “pueblo” por antonomasia, ambos estadios capaces de cualquier barbarie con tal de mantener sus privilegios, si puede llamarse así la lata de nepe que le toca al “pueblo” en la repartición de la riqueza que se escapa por los verdes caminos del ladronismo revolucionario, que, a fin de cuentas, históricamente ha sido una forma expedita de cogerse lo ajeno.

¡Ay del que en pueblo fíe!

Lo cierto es que la atroz muerte de Gadafi debe llamar a la reflexión en estos tiempos de patologías ideológicas que se solapan con las desmedidas ambiciones de especimenes de psiquis totalitaria, que se asumen “revolucionarios”, que en la modernidad significa patente de corso, para justificar su eternización en el poder invocando la voluntad de Dios o en su defecto la del pueblo, que según y que es su voz, que adecuadamente sobornado sirve de pedestal, pero a la vez de guadaña como lo están demostrando los movimientos subversivos de los pueblos árabes.

¡Ay del que en pueblo fíe!, reza un antigua axioma: Gadafi murió sin comprender por qué el pueblo libio que lo adoraba se había levantado en su contra, aunque algo debió entrever por la ausencia de agua y luz en su ciudad natal, donde buscó refugio. Es que así son de patéticos estos minúsculos seres endiosados por la ignorancia y la codicia y sustentados por su absoluta falta de escrúpulos, cuando el destino inexorable los alcanza.

Pero debemos asumir con la convicción de la evolución, que a todo Gadafi no debe llegarle su turba sino su juicio, en impecable ejercicio del debido proceso que niegan a sus víctimas. De lo contrario, en esta brutal práctica del ojo por ojo, llegaremos a ser, como lo anunciara algún lúcido humanista en similar momento histórico, un mundo de ciegos.

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