8/12/11

Una muerte anunciada

Dice el presidente Chávez que se va a morir, pero que no se quiere morir. Como todo el mundo, más o menos. O en todo caso como todos los gobernantes de todos los milenios, desde los tiempos del sumerio Gilgamesh.

Sábado 26 Noviembre 2011
Con los jefes de Estado nunca se sabe, porque no dicen la verdad ni siquiera cuando están mintiendo. Pero hace unos pocos días, en un inflamado discurso ante un público entusiasta de estudiantes, el presidente venezolano Hugo Chávez pareció abrir su corazón al anunciar su propia muerte como algo no solo inevitable, sino además inminente:
-Les toca a ustedes terminarla (la revolución bolivariana). Nosotros la iniciamos. Pero el tiempo no nos va a dar. ¡Y qué importa! No veré a Venezuela como la sueño ¡pero la verán mis hijos, y mis hijas, y mis nietos! ¡Ustedes, muchachos! Y no solo la verán: la harán con sus manos, con su corazón...

Etcétera. El comandante Chávez, arrastrado por el gusto de su propia retórica, mencionó toda clase de vísceras. En cuanto a lo de sus hijos e hijas, creo saber que solo tiene hijas. Pero supongo que la corrección de género juega en las dos vertientes.

¿Está el comandante Hugo Chávez próximo a la muerte? No se veía nada mal en las imágenes transmitidas por internet (Caracas Chronicles). Se veía fuerte, de voz recia, seguro de sí mismo, enfundado en su chompa tricolor bolivariana y patriótica. Se veía de buena salud, muy distinto del hombre demacrado y alicaído que apareció hace unos meses tras sus primeras sesiones de radioterapia para el cáncer (¿qué cáncer? ¿De cuál víscera) que le operaron en Cuba. Aunque sin pelo por ese mismo tratamiento, y malsanamente obeso, sin duda por lo mismo. Pero no se sabe qué tan enfermo está. Apenas una semana antes, en otro de sus apasionados discursos, esta vez ante jóvenes chavistas de camisa roja (¡ah, esa obsesión por el color de las camisas! Las negras de Mussolini, las pardas de Hitler, las azules de Franco... Qué fatiga), una semana antes clamaba el comandante:

-Dicen que estoy moribundo. ¡Pero eso es lo que ellos quieren! ¡Revisen cómo practico mi gancho!

Y mostraba la potencia de su gancho de izquierda, como si fuera un campeón de boxeo. Como si fuera un niño.

En resumen: dice el presidente Chávez que se va a morir, pero que no se quiere morir. Como todo el mundo, más o menos. O en todo caso como todos los gobernantes de todos lo milenios de la historia del mundo, desde los tiempos remotísimos del sumerio Gilgamesh, el rey que no quería morir. Y para espantar la muerte recurre a los oncólogos cubanos, a los sortilegios llaneros de María Lionza, a la magia simpática del desenterramiento de Simón Bolívar. Entre tanto, otros opinan al respecto. The Wall Street Journal de Nueva York, por ejemplo, pretende tener información confidencial según la cual el cáncer de Chávez es mortal de necesidad porque ya ha hecho metástasis en los huesos. Puede ser cierto, puesto que WSJ, como los demás periódicos de la cadena de Rupert Murdoch, chuza las conversaciones privadas de mucha gente para enterarse de sus secretos. Pero también puede ser falso, puesto que los periódicos de Murdoch mienten tanto como los jefes de Estado. Y también hay señoras ricas venezolanas en el exilio que dicen tener la certidumbre de que la enfermedad de Chávez es ficticia: un invento para enternecer al pueblo y ganar así, por lástima, las próximas elecciones para decir a continuación, chorreante de vigor, que lo rescató de la muerte el cariño del pueblo.

Así lo hizo una vez, hace siete siglos, un aspirante a papa de Roma (o, más exactamente, de Avignon). Fingió estar agonizante. Y los cardenales reunidos en un cónclave de durísimas condiciones por el rey de Francia decidieron designar al moribundo para salir del paso. Una vez elegido, Clemente V se irguió triunfal, resucitado, diciendo que lo había sanado el Espíritu Santo. Y gobernó la Iglesia durante quince años.

Pero ¿mantener viva un año entero la caña de la lástima? Las elecciones presidenciales de Venezuela están previstas para octubre de 2012. Parece poco verosímil.

Pero nunca se sabe.

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