Adolf Eichmann |
Se equivocan, de medio a medio, quienes suponen que los grandes criminales de los totalitarismos eran, hombres de colmillos afilados, mirada extraviada y sedientos de sangre: eran, en su mayoría, hombres comunes y corrientes, buenos padres y amantísimos esposos. Hombres grises, hombres ordinarios, como los denomina Christhopher Browning en un excelente libro dedicado al batallón 101 de la reserva de policía alemana en Polonia.
El camarada Duch, miembro del Partido Comunista de Camboya, protagonista del genocidio perpetrado por los Jemeres rojos de Pol Pot (actualmente en prisión), llegó a confesar en el juicio: “normalmente les cortábamos el cuello, les matábamos como a pollos". Después se hizo evangélico y pastor, era un hombre de intachable conducta familiar.
Hay un libro de Harold Walzer, Los ejecutores (lamentablemente no traducido al español), que examina el comportamiento de los principales protagonistas de los genocidios: hombres normales, fanáticos de una causa, trepadores, o sumisos ejecutores de las órdenes del máximo líder.
El caso más conocido es el del teniente coronel Adolf Eichmann, gracias a Hannah Arendt, quien presenció, como corresponsal del New Yorker, el juicio en Jerusalén. Arendt, a partir de esta experiencia, propuso la tesis de la banalidad del mal. Tiene razón John Gray cuando sostiene que más apropiado sería hablar de la banalidad de los malvados. Sus crímenes no fueron nada banales.
Les dejo, a los interesados, un poema de Leonard Cohen sobre Eichmann.
Luis Montes
Todo lo que hay que saber sobre Adolph Eichmann
Ojos: Regulares
Cabello: Regular
Peso: Regular
Altura: Regular
Señas particulares: Ninguna
Dedos de las manos: Diez
Dedos de los pies: Diez
Inteligencia: Media
¿Qué esperaban?
¿Garras?
¿Incisivos enormes?
¿Saliva verde?
¿Locura?
Leonard Cohen
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