ND.- Miguel Salazar afirma en su comentario de este viernes en Las Verdades de Miguel que ¿conmemorar qué? a propósito del 4 de febrero de 1992. Afirma que “a 20 años del 4F los verdaderos protagonistas están en el olvido y la revolución de las fantasías se apresta a engrosar la lista interminable de las frustraciones populares”.
Asegura que “en el baúl de los recuerdos quedan los nombres de Gisela Boada, Iris García y la propia Lina Ron. ¿Conmemorar qué? ¿Conmemorar con los verdugos de entonces sentados hoy en primera fila? ¿Conmemorar con una comparsa hoy asimilada a la revolución, pero que al caer el 4F levantó su dedo índice para acusar de asesinos a los alzados?”.
Considera que “la nuestra es una revolución que no aprende, teniendo inclusive un ejemplo reciente como lo es el de la revolución soviética, aquella que terminó anquilosada en desfiles militares frustrando el sueño de tomar el cielo por asalto”.
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Mi comentario de la semana
A propósito del 4 de febrero de 1992. ¿Conmemorar qué? El pasado martes, después de casi 20 años sin verla, casualmente me encontré con Omaira Reyes, una de aquellas valerosas mujeres que dieron el todo por el todo en las calles de Caracas exigiendo la libertad de los presos por la asonada del 4F. Eran los días en que la Policía Metropolitana, bajo el comando del general Barrios Puchi, pretendía acallar cualquier protesta a plomo y en el mejor de los casos con planazos y bombas lacrimógenas.
Omaira y sus compañeras, de quienes no recuerdo sus nombres pero sí sus rostros, desafiaban la represión arriesgando sus propias vidas. Un día en Parque Carabobo, cubriendo la fuente para El Universal presencié cómo arremetía la PM contra unas 10 mujeres, entre ellas Omaira Reyes. Esa mañana una de las militantes de la esperanza perdió un dedo cuando paradójicamente buscaba protegerse de la filosa hoja de una peinilla.
Eran días históricos, que dejaban atrás los amargos recuerdos del desclasado saqueo popular promovido por la propia PM en el curso de las aciagas fechas del 27 y 28 de febrero de 1989. Tras los sucesos del 4F, en los alrededores de la Plaza Bolívar se conformaron espontáneamente pequeños comités para estar atentos a la defensa de los prisioneros en el cuartel San Carlos.
En más de una ocasión corrimos por las calles que bajan del Panteón a la avenida Urdaneta para protegernos de la lluvia de perdigones disparados por las fieras amaestradas de la policía. En una de esas llegué a ver a Cilia Flores y a Nelson Merentes huyendo despavoridos, sordos al ¡Vuelvan Carajo! que salía al unísono de las gargantas de las mujeres camaradas de la fragancia de nuestros sueños, entre quienes estaba la compatriota Omaira Reyes. O meses más tarde, al atardecer del 27N ver cómo Freddy Bernal (con un escuadrón de policías apertrechados hasta los dientes) dejaba en ridículo al tricolor terciado en su brazo, cuando se esfumó en segundos tan pronto se escucharon los primeros tiros frente el edificio del MRE.
Vino entonces a mi memoria cuando ese mismo día vi caer en la avenida Sucre a un mozalbete efectivo de la Guardia Nacional, acribillado por las balas disparadas por encapuchados desde el 23 de Enero. O la imagen de un soldado subiendo detenido a un autobús del Gobierno, con un periodista de VTV (ahora prócer del Minci) conminándolo con el micrófono a que se arrepintiera. Viene al caso este relato testimonial por cuanto a 20 años del 4F los verdaderos protagonistas están en el olvido y la revolución de las fantasías se apresta a engrosar la lista interminable de las frustraciones populares.
En el baúl de los recuerdos quedan los nombres de Gisela Boada, Iris García y la propia Lina Ron. ¿Conmemorar qué? ¿Conmemorar con los verdugos de entonces sentados hoy en primera fila? ¿Conmemorar con una comparsa hoy asimilada a la revolución, pero que al caer el 4F levantó su dedo índice para acusar de asesinos a los alzados? Aprendamos de los errores, me dirán con misericordia, aprender de los errores sí, pero cómo, cuando se burlan de la pedagogía del error en sí mismo. ¿Acaso no se percatan de que la mayoría de las revoluciones se engolosinan en lo grandioso y han terminado como el diabético a la insulina, han concluido adictas a los embustes disfrazados de espejismos?
La nuestra es una revolución que no aprende, teniendo inclusive un ejemplo reciente como lo es el de la revolución soviética, aquella que terminó anquilosada en desfiles militares frustrando el sueño de tomar el cielo por asalto. A 20 años del 4F, parafraseando al cantor falconiano, pero al revés, puedo asegurar sin temor a equivocarme que no es verdad que lo vagabundo está afuera, que lo echó la revolución. No, lo vagabundo está adentro, y bien adentro.
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