Los
14 años del régimen de Hugo Chávez han servido para acelerar la
destrucción de tres grandes instituciones venezolanas, dos de ellas
industriales y una militar, pero esencialmente burocrática.
De
PDVSA nos hemos ocupado intensamente llegando a la conclusión, con
abundantes documentos en la mano, de que se trata de una empresa
irrecuperable. Los motivos fundamentales son cuatro: (1), hace de todo,
menos lo que debiera hacer;(2), está asfixiada por una nómina
ineficiente que ya sobrepasa los cien mil empleados;(3), su gerencia es
mediocre y corrupta y, (4), se le ha sustraído de manera criminal el
dinero necesario para sus inversiones. Es un enfermo desahuciado que
tendrá que ser reemplazado por un nuevo modelo petrolero. Ya es hora de
debatir ampliamente este tema.
CVG
ha pasado de ser un gigantesco aglomerado industrial que producía, al
menos, suficiente flujo de caja para sus operaciones (aunque por la
mayor parte de su existencia no ha dado ganancias netas a la Nación) a
ser un monstruo en desintegración, importando los productos que debiera
estar produciendo, con una gerencia anarquizada y en constante necesidad
de dinero del Estado (PDVSA le inyectó $700 millones el año pasado)
para no cerrar sus puertas. La empresa está en coma permanente,
mantenida viva artificialmente después de haber sido sometida a todos
los abusos imaginables por parte de los gobiernos de los últimos
cuarenta años y por sectores de la región que le dio el nombre que le
han chupado el alma. Sus empresas dan dolor: ALCASA está podrida y
VENALUM vapor el mismo camino. SIDOR es un caos sindical / político y
CADAFE ha sido por años, un noble gigante que ha soportado el maltrato
de gobiernos y empresas del Estado que usan su producto la electricidad
sin pagarle. El gobierno cabalga sobre un caballo que se muere de
hambre.
Se
pudiera decir que las dos instituciones arriba mencionadas representan
un inmenso fracaso predominantemente económico, aunque ese fracaso tenga
un importante componente de corrupción espiritual. Pero la tercera
institución, el ejército, representa un fracaso esencialmente
espiritual, con un importante componente económico. Se trata de la más
iva prostitución de un sector de la sociedad venezolana, el cual ha
violado su misión, convirtiéndose en una institución parasitaria al
servicio de proyectos políticos personales. He vivido dos dictaduras en
Venezuela, la de Pérez Jiménez y la de Hugo Chávez y ambas han estado
claramente apuntaladas por el ejército. En realidad, más que dictaduras
de un solo hombre han sido dictaduras de la institución armada, comprada
por el tirano del momento para mantenerse en el poder, en abierta
actitud de traición a la Nación. Durante los gobiernos democráticos el
ejército no dejó de conspirar, como lo demuestran los golpes de 1992,
conocidos en su gestación hasta por el gato del cuartel sin que se
metiera a esos sinvergüenzas en cintura. Sus jerarcas se convirtieron en
expertos de intrigas palaciegas para lograr prebendas para sus
miembros. No creo exagerar al decir que esta institución ha sido un
inmenso parásito chupador de la sangre de la nación. Al decir esto, pido
excusasa a quellos miembros de la institución quienes soñaron en
construír algo mejor sin lograr darle al cuerpo la fisonomía deseada.
Y
ahora, ¿qué hacer? No desearía estar en los zapatos de quienes tendrán
que enderezar esos y otros gigantescos entuertos. Algunos de los líderes
del futuro pensarán que lo mejor será atacar este inmenso problema de
manera gradual y progresiva, porque tal estrategia les parecería la
única posible de sobrevivir politicamente.
Pero
deseo fervientemente que algun día, espero que sea más temprano que
tarde, aparezca un(a) líder que pueda emocionar al pueblo venezolano con
un genuino mensaje redentor, que lo convenza de no seguir viviendo la
mentira, que lo lleve a abandonar el camino de la limosna ya romper con
dogmas populistas y patrioteros que le han corrompido el alma. Ese líder
si sería un verdadero revolucionario. Inspiraría a nuestro pueblo a
dejar de chapotear en el pantano de la cursilería y de la mediocridad y
empinarse a fin de llegar a ser de verdad lo que tantos irresponsables
pasados y presentes le han dicho que es.
¿Estará
él o ella ya entre nosotros? ¿O será un proceso, aún más civilizador y
civilizado, de liderazgo colectivo? En el rostro de nuestros jóvenes
creo advertir esa promesa.
"Ningún bastardo ganó una guerra muriendo por su país. Él la ganó haciendo que el otro bastardo muriera por el suyo."
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