Artículo en lanación.com 24 de mayo
El difícil legado de quienes no tuvieron que ver con los horrores del
Holocausto pero los llevan a cuestas por herencia familiar
Monika
se enteró de la dimensión de los crímenes de su padre por La lista de
Schnindler. Los apellidos Himmler, Goering, Goeth and Hoess todavía tienen el
poder de evocar los horrores de la Alemania nazi. ¿Cómo es vivir con el legado
de esos apellidos? ¿Es posible superar los terribles crímenes cometidos por los
abuelos de quienes hoy llevan estos apelativos a cuestas?
Cuando Rainer Hoess era niño le enseñaron una
reliquia de la familia. Recuerda la imagen de su madre levantando la pesada
tapa de un baúl a prueba de fuego, con una gran esvástica en la tapa, que
guardaba fajos de fotografías. Había fotos de su papá cuando era pequeño,
jugando con sus hermanos y hermanas, en el jardín de una casa familiar
grandiosa. En ellas se ve una piscina y un arenero. Una escena idílica, que
ocurría a sólo unos metros de las cámaras de gas del campo de concentración de
Auschwitz.
Su abuelo, Rudolf Hoess, fue el primer comandante
de Auschwitz. Su padre creció en un pueblo al lado del campo, donde él y sus
hermanos jugaban con juguetes fabricados por los prisioneros. Estaban tan
cerca, que su abuela le decía a los niños que lavaran las fresas que recogían,
porque olían a ceniza proveniente de los hornos de los campos de concentración.
A Rainer lo persigue la imagen de la puerta del
jardín que vio en las fotos, la cual llevaba directamente a Auschwitz. La llama
"puerta al infierno". "Es difícil explicar el sentimiento de
culpa. Aún cuando no hay motivos para que yo la sienta, ahí está. Llevo la
culpa en mi mente", cuenta. "También me avergüenzo, por supuesto, por
lo que hizo mi familia, por lo que mi abuelo le hizo a miles de otras
familias", agrega.
Su padre nunca abandonó la ideología con la que
creció y Rainer ha roto todo contacto con él, mientras se esfuerza por manejar
la culpa y la vergüenza de la familia.
Una carga muy pesada
Para Katrin Himmler, usar lápiz y papel fue la
manera de superar el haber tenido a Heinrich Himmler en su familia. "Es
una carga muy pesada. Es algo que siempre llevas encima", dice.
Himmler, uno de los arquitectos del Holocausto,
fue su tío abuelo. Su padre y sus demás hermanos también estuvieron en el
partido Nazi. Katrin escribió "Los hermanos Himmler: la historia de una
familia alemana", en un intento por "darle algo de positivo" al
apellido "Himmler". "Hice lo posible por distanciarme y
confrontarlo críticamente. Ya no tengo que avergonzarme de esta conexión
familiar", asegura.
Para ella, los descendientes de los criminales de
guerra nazi parecen estar atrapados entre dos extremos. "La mayoría decide
romper completamente con sus padres, para poder vivir sus vidas, para que la
historia no los destruya. O se inclinan por la lealtad y el amor incondicional,
y se olvidan de todas las cosas negativas", dice. Todos, afirma, enfrentan
la misma pregunta: "¿Realmente puedes amarlos si quieres ser honesto y
saber lo que hicieron o pensaron?".
Katrin pensaba que tenía una buena relación con
su padre hasta que comenzó a investigar el pasado de la familia. A su padre le
costaba mucho hablar sobre eso. "Sólo entendí lo difícil que era para él,
cuando me di cuenta de lo difícil que era para mí aceptar que mi abuela era una
nazi", dice.
"Realmente la quería, estaba muy apegada a
ella. Fue muy difícil cuando encontré sus cartas y me enteré de que mantenía
contacto con antiguos nazis, y que le envió un paquete a un criminal de guerra
sentenciado a muerte. Me revolvió el estómago", cuenta.
Un recuerdo difícil
Tratar de averiguar qué pasó en su pasado
familiar fue duro para Monika Hertwig. Ella era una bebé cuando su padre, Amon
Goeth, fue juzgado y enviado a la horca por matar a decenas de miles de judíos.
Goeth fue el sádico comandante del campo de concentración de Palszow, pero
Monika fue criada por su madre como si los horrores de esa época nunca hubieran
ocurrido.
Cuando Monika era niña, su madre creó una versión
rosa de su padre a partir de fotos de familia. "Tenía esta imagen en la
cabeza, según la cual los judíos de Plaszow y Amon eran una sola familia",
relata. Pero, siendo adolescente, cuestionó esta visión y confrontó a su madre,
quien eventualmente admitió que su padre "puede que haya matado a unos
pocos judíos".
En una oportunidad en la que preguntó
insistentemente cuántos eran esos "pocos" judíos, su madre "se
volvió como loca" y le pegó con un cable. Fue la película "La lista
de Schindler" la que le abrió los ojos sobre la dimensión de los crímenes
cometidos por su padre.
Ralph Fiennes hace el papel de Goeth, y Monika
dice que ver la película fue como ser golpeada por un rayo. "Pensaba: esto
tiene que parar, en algún momento tienen que dejar de disparar, porque si no lo
hacen me voy a volver loca aquí mismo en esta sala", explica. Monika salió
del cine en estado de shock.
La solución: esterilizarse
Bettina Goering, la sobrina nieta de Hermann
Goering -a quien Hitler había designado como su sucesor-, sintió la necesidad
de actuar en forma drástica sobre el legado de su familia.
Ella y su hermano decidieron esterilizarse.
"Lo hicimos...para que no haya más Goerings", afirma en una
entrevista. "Cuando mi hermano se lo hizo, me dijo: 'corté la
línea'".
Atormentada por su parecido con su tío abuelo,
Bettina dejó Alemania hace más de 30 años y ahora vive en un lugar remoto, en
Santa Fé, Nuevo México. "Es más fácil para mí vivir con el pasado de mi
familia estando a esta gran distancia", explica.
Mientras Bettina optó por alejarse del lugar
donde sus ancestros habían cometido los crímenes, Rainer Hoess resolvió que
tenía que visitar el corazón de la vergüenza familiar: Auschwitz.
Cuando era niño no se le permitió participar en
visitas escolares al campo debido a su apellido, pero ya siendo un adulto en
sus cuarenta, sintió la necesidad de confrontar "la realidad del horror y
las mentiras que he tenido todos estos años en mi familia".
Cuando vio la casa de infancia de su padre, se
desmoronó y comenzó a repetir la palabra "locura" sin parar. "Es
una locura lo que construyeron aquí a costa de los otros, y que tengan las
agallas de decir que nunca ocurrió", dice. Se quedó sin habla cuando vio
la "puerta al infierno".
En el centro de visitantes confrontó las crudas
emociones de los descendientes de las víctimas de los campos. Una joven israelí
arrancó a llorar al relatarle cómo su abuelo había exterminado a su familia. No
podía creer que él hubiera decidido darle la cara a los descendientes de las
víctimas.
Mientras Rainer hablaba de su culpa y su
vergüenza, Zvika, un exprisionero de Auschwitz que estaba en el fondo de la
habitación le preguntó si podía tomar su mano. Se abrazaron. Zvika le dijo a
Rainer que le da charlas a jóvenes sobre lo ocurrido en el Holocausto, pero les
dice que no debe culparse a los familiares que no estaban ahí.
Para Rainer éste fue un momento crítico.
"Recibir la aprobación de alguien que sobrevivió a esos horrores y que
sabe, de hecho, que no fuiste tú, que tú no lo hiciste...Por primera vez no
sientes miedo ni vergüenza, sino felicidad. Dicha, dicha interna"..
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