IBSEN MARTÍNEZ
1.
La próxima vez que alguien le diga que la candidatura de Capriles "no
levanta", pregúntele cómo lo sabe. Puede ser una buena idea.
Igual conviene preguntar(se) por
qué quienes, desde el propio terreno de la oposición "unitaria", le
tienen ojeriza, invariablemente se refieren a Capriles como "ese
muchacho", dicho esto último con un benévolo y displicente cabeceo que
quiere pasar por sabiduría política.
Me refiero
al tipo de sabiduría que en la literatura clásica se atribuye a los
consejos de ancianos. Es sugestivo que estos demócratas vilipendian la
juventud de Capriles con el mismo ánimo descalificatorio con que lo
hacen los voceros del chavismo. Y esto, quizá no paradójicamente, en un
país puer aeternus que desde siempre ha practicado un culto demagógico a
la Juventud.
Tengo para mí que es a los
nostálgicos del país que nos dio al longevo, empecinado y errático
Rafael Caldera y a un fósil llamado Alfaro Ucero, a quienes más
impacienta el calmo y sistemático desempeño del "muchacho".
Una variante semántica de "la
candidatura de Capriles no levanta" es afirmar que Capriles "no es
suficientemente duro con Chávez". De nuevo, preguntar: "¿qué te lo hace
pensar?" es lo mejor que puede uno hacer para identificar, no sólo un
adversario de Capriles, sino muy probablemente a eso que una insuperable
expresión yanqui define como un "perdedor".
"Perder es cuestión de método",
ha dicho Santiago Gamboa, el extraordinario escritor colombiano, y estos
inopinados detractores de Capriles son, en mi modesto parecer, maestros
del método. Para irnos entendiendo, imparto de una vez un retrato
hablado de una, dos, quizá tres secciones del Coro de Perdedores
Perpetuos que la tienen tomada con Capriles.
Son muchas más, pero con unas pocas bastará para que el lector mire en la dirección que mi dedo de mugrientas uñas indica.
2.
Me bastó escuchar los nombes de algunos de los más cejijuntos analistas
de la presuntamente pésima campaña de Capriles para echarme a reír.
Son, para decirlo de alguna manera, jubilados supernumerarios de decenas
de campañas perdidas durante la llamada IV República, adscritos a lo
que con un gran esfuerzo de imaginación podría llamarse el bloque
socialdemócrata de la coalición opositora. Hay entre ellos más de un
Willy Brandt de patio de bolas. O bien caballeros que alguna vez
formaron parte de las comisiones de propaganda del MAS y que nunca
ganaron una campaña electoral, ni siquiera al interior de aquel
legendario pequeño partido. O factores del firmamento adeco la Gran
Maquinaria que arrasaría en las primarias de febrero, ¿recuerdan?,
algunos de ellos reciclados en Un Nuevo Tiempo. O asteroides del Big
Bang copeyano. O insidiosos editores de prosa punzopenetrante,
proverbialmente tenidos por zahoríes, que en el aciago 1998 llegaron a
proponernos ¡a Alfaro Ucero! como dique de contención del tsunami
Chávez.
¿Cuál es su argumento estelar? ¡Las encuestas!
Una paráfrasis de la recordada, estupenda telenovela de Leonardo Padrón
nos daría a Venezuela como El País de las Encuestas. Permítanme
incurrir en mi atropello favorito: hacer irrisión de ese sujeto
infaltable en la Pinacoteca de los Genios venezolanos del siglo XXI: el
encuestador, o por mejor decir, el "demoscopa", caballero de fortuna que
ausculta los pareceres del público y suele infligirnos agudezas tales
como: "Chávez podría ganar, pero también podría perder"; o bien: "esta
medición es sólo una fotografía: lo que importa en la tendencia",
etcétera.
Hay de todo en el gremio, desde luego.
Gente de mucha probidad cuyas
observaciones infunden respeto. Pero, ¡ay!, es minoría: lo que abunda es
el encuestador, que "científicamente", con alarde de varianzas,
desviaciones estándar, campanas de Gauss y modelos estocásticos, llega a
la conclusión chamánica de que lo que pasa es que Chávez tiene una
"conexión emocional" con el electorado y Capriles, ¡qué vaina con el
muchacho!, no la tiene.
Se habla de un encuestador que
cambió sus resultados en 180º justo después que el gobierno le
engavetase un crédito del Banco Industrial.
Tales encuestadores salen del
ámbito de la Ciencia, del método inductivo experimental y los modelos
matemáticos para penetrar en la bruma de lo mágico-religioso con la
facilidad de quien atraviesa la puerta giratoria de un hotel. Decir: "es
que Chávez tiene un vínculo emocional con los desdentados", sin
caracterizar ni describir el funcionamiento de ese tal vínculo, equivale
para mí a correr al burladero de la palabrería hueca y declararse
miembro de la Asociación Mundial de Charlatanes.
3. ¿Qué procura este "revival" del ya rancio tema de la conexión memtempsicótica de Bolívar y su pueblo a través de Chávez? La
nuez de la artera campaña es infundir en el electorado opositor la idea
de que Capriles no tiene "carisma", que no le pega duro a Chávez, que
no va pa’l baile. Y hacer así más fácil la demencial sugerencia de
cambiar de caballo en mitad del río.
Tres millones de electores se
manifestaron hace apenas 90 días a favor del candidato más moderado. Yo,
que, dicho sea de paso, voté por María Corina Machado, me niego a creer
que esa disposición a votar por Capriles en octubre se haya desvanecido
a favor del candidato que ofrecía llevar a Chávez esposado a la Corte
Internacional de La Haya. Al contrario, si atendemos a que la mejor
encuesta es una elección, la oposición, y con ella Capriles, las viene
ganando todas, consistentemente, desde hace cuatro años.
Tan buen arranque como el de las
primarias precedió los actuales días, quizá los más negros del Chávez
candidato en toda su carrera pública: gravemente enfermo y disminuido,
rodeado de "incondicionales" que ya no lo son tanto, absortos como están
en vertiginosas sumas y restas mentales acerca del futuro personal de
cada quien. Y con el tiempo conspirando en contra. ¿Es este el momento
de dudar del abanderado? La mejor prueba de que Capriles lo está
haciendo razonablemente bien con su estrategia de "fuerza tranquila",
para usar el famoso lema electoral de François Mitterand, es que tiene
protervos enemigos en su propio bando. Yo no le tendría el menor respeto
político de no ser así.
Para finalizar, menciono una de
sus armas secretas, tan inasible y mágica pero tan potente como el
fulano carisma de Chávez: la buena suerte. El muchacho es suertudo y eso
vale tanto o más que el carisma del paciente habanero.
Dejémonos de vainas, ¿sí? Aquí el único que está en problemas verdaderos problemas, algo mas que electorales es Chávez.
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