25/6/12

EL MAL QUE ENFRENTAMOS: LA GUERRA SANTA DE HUGO CHÁVEZ


Y aquí llegamos al quid del problema: no derrotaremos al chavismo si no desmontamos la maquinaria de sometimiento electoral que ha montado. Motor y esencia de su estrategia totalitaria. Si no convencemos a las fuerzas armadas de la responsabilidad histórica que le cabe en impedir se cometa un fraude que dé al traste con nuestro esfuerzo por recuperar Venezuela para los venezolanos y devolverles su rol de garantes esenciales de la soberanía de nuestra, su Patria. Si no conquistamos el corazón del pueblo para la más justa, la más bella, la más ambiciosa de las causas: volver a ser una gran Nación, libre, justa, próspera y solidaria.

Antonio Sánchez García

EL MAL QUE ENFRENTAMOS:
 LA GUERRA SANTA DE HUGO CHÁVEZ
A Armando Briquet

Tiene Chávez una claridad admirable sobre la empresa que acomete desde hace 14 años: dividir a los venezolanos en dos bandos, usar uno de ellos, sometidos por el engaño, el encanto, la corrupción o la dádiva, para declararle la guerra, vencer y aniquilar al opuesto, aquel que se niega a rendírsele y al que considera su enemigo mortal, haciendo tabula rasa de las instituciones republicanas para sobre ese campo arrasado montar una tiranía de corte totalitario. Para la cual la ideología socialista y el modelo castrista le sirven de perfecto enmascaramiento. Y la izquierda de plataforma de combate. Exactamente como le sirviera a Fidel Castro, bajo cuya seducción ha caído rendido y a quien le ha regalado su alma, su partido, su ejército y su Patria. Y a quien, según parece, está dispuesto a sacrificarle su vida.

No lo mueve, entendámonos, una ideología, un sistema de filosofía política – el marxismo o cualquier otra – sino una auténtica teología, o mejor dicho una contra teología: siguiendo la enseñanza de Bakunin gritar a los cuatro vientos que no acepta ni Dios ni Amo, convertir el Estado en su iglesia, a los ciudadanos en feligresía y a él mismo en su heresiarca. De allí su entendimiento visceral con el talibanismo musulmán. La suya no es una actividad política cualquiera: es una Yihad, una guerra santa. Como la que creen estar librando Ahmanidejad, Assad, Al Qaida, sus principales aliados, contra Occidente.

Su última declaración de principios ya estableció su precepto cardinal: sólo los chavistas son venezolanos. El resto, a juzgar por los procesos electorales últimos más de un 52% de la población son herejes, apátridas. Y en una guerra santa ya sabemos el destino que les espera a los herejes: la hoguera, el garrote vil, la horca. O el simple exterminio mediante la cámara de gas, como lo pusiera en práctica su antecedente más glorioso, Adolfo Hitler, con el pueblo que condenó al exterminio. Nada anhelará más Hugo Chávez que una Endlösung, una solución final.

Otra cosa muy distinta es que ese proyecto de guerra santa la pueda culminar con éxito, vista la tozudez de la mayoría en no dejarse exterminar, en no permitirle el capricho de desterrarse, pegarse una estrella de David en el pecho y encerrarse en el gueto que tenga a bien destinarle. A lo cual contribuye, además de un tenaz espíritu libertario, la suprema incapacidad del gobierno que usurpa, en absoluto comparable al eficaz gobierno hitleriano, que asumió un país en ruinas, quebrado económicamente, con seis millones de desempleados y lastrado por aterradores y humillantes gravámenes de guerra para convertirlo seis años después – la mitad del lapso que ha tardado el autócrata en despilfarrar una fortuna y devastar la Nación – en la primera potencia de Europa.

La comparación no es caprichosa. Hitler inventó el expediente electoral para asaltar el Poder por la puerta ancha de las elecciones, comprendió - luego de fracasar su golpe de Estado y pasar dos años en prisión - que un Estado moderno no se lo conquista por medio de la violencia sino de los votos, para lo cual había que apoderarse de la mayoría y desde las alturas del poder legítimo deslegitimar la democracia, perseguir y encarcelar o asesinar a los demócratas y establecer la tiranía. Para conquistar luego a sus vecinos y echar a andar el delirio de la conquista planetaria.

Todo lo cual debiera estar suficiente y meridianamente claro para la víctima propiciatoria del delirio: más de la mitad de un pueblo consciente, nosotros, los demócratas. Temo de corazón que a esa claridad belicista, destructiva y totalitaria del caudillo – el Führer – no corresponda en nuestras élites políticas la existencia de una verdadera teología política, capaz de comprender la cruzada que debemos librar para derrotar a Chávez, desalojar del Poder al chavismo y erradicar de suelo patrio la semilla del odio, de la confrontación, del totalitarismo. Y establecer en suelo venezolano –nuestro suelo - una nueva Democracia. Libre de corrupción, de politiquería, de irrespeto institucional, de injusticia. Una democracia verdaderamente liberal y republicana, decente, respetuosa, de sólidas bases y firmes convicciones morales. Que combata los graves males que heredados del pasado la ambición apocalíptica de Chávez llevara al paroxismo.

Que se me entienda: una cosa es la táctica de apaciguamiento y reconciliación, de reencuentro y entendimiento de todos los venezolanos, que nuestro candidato lleva a cabo con éxito, llenando de esperanzas al país, y otra muy distinta la estrategia irrevocable que debe estar en su base: derrotar existencial, ontológicamente, de una vez y para siempre el mal del caudillismo, del militarismo, del comunismo con el que se pretende pervertir el espíritu de la Nación y hundirnos en una tiranía tan cruenta y longeva como la cubana.

Y aquí llegamos al quid del problema: no derrotaremos al chavismo si no desmontamos la maquinaria de sometimiento electoral que ha montado. Motor y esencia de su estrategia totalitaria. Si no convencemos a las fuerzas armadas de la responsabilidad histórica que le cabe en impedir se cometa un fraude que dé al traste con nuestro esfuerzo por recuperar Venezuela para los venezolanos y devolverles su rol de garantes esenciales de la soberanía de nuestra, su Patria. Si no conquistamos el corazón del pueblo para la más justa, la más bella, la más ambiciosa de las causas: volver a ser una gran Nación, libre, justa, próspera y solidaria.
Hay un camino.

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