Fernando Rodríguez - Editorial TalCual
Como
el Comando Carabobo no encuentra nada que decir sobre la majestuosidad
(sic) del acto de inscripción electoral de Capriles y de paso sobre los
actos inmediatamente posteriores en Monagas, Sucre y Bolívar, le ha dado
por concentrar sus críticas en los quince minutos del discurso de
Henrique en esa ocasión.
Fue muy corto porque no tiene verbo,
ni programa, ni ideas políticas, ni cultura a secas. Lo cual va a ser
una de las letanías para la campaña. Ello se complementa con la
afirmación insólita de que Chávez, el teniente coronel, posee todas esas
virtudes en grado sumo.
Hay que reconocer que no se
puede tener la menor duda de la capacidad maratónica del Presidente para
hablar, varios lustros lo han demostrado: es una de las lenguas más
incontinentes de las que se tenga noticia.
Lo que sucede, nada es perfecto,
es que esa facultad olímpica le sirve para darle vida a un discurso
galletoso, mendaz, sobrado, vulgar, insultante, ignaro, cuartelero,
provinciano, populista, resentido, patriotero, pleno de fascismo
ordinario, delirante, egocéntrico, de la anécdota boba, del chiste malo,
atropellador del espacio público y el derecho al diálogo, etc., etc.
Es decir, es una de las formas
fundamentales de tortura que han padecido la mitad de los venezolanos,
50% digamos (al efecto consultar a IVAD), que corren despavoridos hacia
el cable, el dominó o el trago cada vez que entra como río en conuco a
los hogares venezolanos. Y la otra mitad, digamos (consultar a
Hinterlaces), ha terminado en huir con mayor disimulo: Zape, Ramón,
quita esa vaina, hoy no; y Ramón, funcionario con carnet, la quita sin
muchos remilgos, para ver La ley y el orden que se las trae.
Las cifras del rating no pueden
ser más elocuentes al respecto. Hay quienes se ufanan de haber oído
hasta ocho horas de discurso encadenado, pero no lo crea, es una manera
estrambótica de jalar.
En cuanto a cultura, ideario
político y programa de acción no puede pasar nada distinto a lo
descrito. La olla podrida que llaman socialismo del siglo XXI, donde
caben Bolívar caricaturizado, Marx no leído, Cristo bolchevique, los
babalaos, Gadafi, Ceresole, el indigenismo ingenuo, la historia
caricaturizada, El reposo del guerrero y objetos surreales como los
gallineros verticales o la ruta de la empanada, entre mil cosas más, no
puede servir más que para una ópera cómica sobre caudillos tropicales.
De programas no hablemos, vale mejor mirar los desastres causados en
todos los órdenes en sus terribles años de gobierno. En cuanto a hablar
de la cultura del caballero hay que ser bien inculto para hacerlo; no
haber oído nunca hablar de Nietzsche, ni vía Wikipedia, para no
asombrase de la desfachatez, el desvarío y la prepotencia con que habla
del gran filósofo, como habla de lo primero que le viene en gana, sin
saber que no sabe. El "payaso continental" lo llamó Carlos Fuentes, o de
"anacrónico y risible", lo tildó Vargas Llosa. Y dejémoslo aquí.
Ahora bien, si votar por
Capriles al menos significa votar por un hombre parco al hablar, que no
habla sino de lo que sabe y, por lo visto, eso que sabe se convierte en
realidades tangibles, en las escuelas y los servicios de salud de
Miranda, por ejemplo, nosotros votamos entusiasmados por él, por un país
sin cadenas ni disparates.
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