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sus inspiradores han contaminado el carácter y la naturaleza del país.
Tal vez es esa la clave de la profunda violencia que nos amenaza a
diario y que abarca una lapidaria división originada en el bandolerismo
de la palabra... Por eso, lo que decidiremos en octubre trasciende de la
escogencia de un presidente. La encrucijada es aún más seria: una vía
representa el "salto adelante" del vandalismo y la depravación, y la
otra, un nuevo manual de urbanidad política para Venezuela. No vale
equivocarse.
ARGELIA RÍOS
EL UNIVERSAL 22 de junio de 2012
Revolución censura XXX
La apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha próspera en toda la sociedad
No solo se miente sin decoro en estos tiempos de revolución. Además del uso procaz del engaño y la mendacidad, "el proceso" ha renunciado a todas las majestades con que el poder suele ornamentarse, buscando probar que es el pueblo quien ejerce el mando. En ese afán, las autoridades bolivarianas renunciaron a hacer de su conducta un catecismo ejemplarizante y se han asimilado al estilo perdulario con que ellas identifican a la gente más llana. La hipocresía que barniza su relación con las masas, no solo envuelve las falsedades de una pobre obra de gobierno inflada por los fuegos artificiales de la propaganda oficialista. En ella cuenta también la escenificación teatral de los caporales socialistas, que -con impecable histrionismo- simulan ser parte del lumpen, apelando a los diccionarios de la obscenidad y la insolencia.
Antes de que la iniquidad se convirtiera en moneda de uso corriente, los voceros revolucionarios proclamaron con altavoces el fin de los dobleces en el manejo de los asuntos públicos. Por entonces, y haciendo de cronista del naciente proyecto bolivariano, José Vicente Rangel encomiaba la abolición de las solemnidades del poder, al que había ascendido, según solía decir, una clase política despojada de faroles y postines. Pero lo que anunciaban los carteles iluminados del "proceso" era en realidad la proscripción de los escrúpulos y la aclamación de la rapacería, cuyas variadas manifestaciones conformarían más tarde los ceremoniales de una revolución transgresora que sublima las fachadas más sórdidas de la política. Fue así como se impuso el lenguaje torvo y pendenciero con que el poder se desnudó ante los ojos del país, que hoy luce habituado a la exhibición morbosa de sus intimidades más repulsivas.
Arquetipo de un estilo licencioso que terminó entronizándose en los quehaceres del poder, el "proceso" bolivariano no solo degradó la actividad y el discurso político doméstico: la apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha próspera en toda la sociedad, una parte de la cual se conduce como si estuviera adoctrinada, no con las ideas del mentado socialismo bolivariano, sino con los ademanes toscos con que sus inspiradores han contaminado el carácter y la naturaleza del país. Tal vez es esa la clave de la profunda violencia que nos amenaza a diario y que abarca una lapidaria división originada en el bandolerismo de la palabra... Por eso, lo que decidiremos en octubre trasciende de la escogencia de un presidente. La encrucijada es aún más seria: una vía representa el "salto adelante" del vandalismo y la depravación, y la otra, un nuevo manual de urbanidad política para Venezuela. No vale equivocarse.
ARGELIA RÍOS
EL UNIVERSAL 22 de junio de 2012
Revolución censura XXX
La apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha próspera en toda la sociedad
No solo se miente sin decoro en estos tiempos de revolución. Además del uso procaz del engaño y la mendacidad, "el proceso" ha renunciado a todas las majestades con que el poder suele ornamentarse, buscando probar que es el pueblo quien ejerce el mando. En ese afán, las autoridades bolivarianas renunciaron a hacer de su conducta un catecismo ejemplarizante y se han asimilado al estilo perdulario con que ellas identifican a la gente más llana. La hipocresía que barniza su relación con las masas, no solo envuelve las falsedades de una pobre obra de gobierno inflada por los fuegos artificiales de la propaganda oficialista. En ella cuenta también la escenificación teatral de los caporales socialistas, que -con impecable histrionismo- simulan ser parte del lumpen, apelando a los diccionarios de la obscenidad y la insolencia.
Antes de que la iniquidad se convirtiera en moneda de uso corriente, los voceros revolucionarios proclamaron con altavoces el fin de los dobleces en el manejo de los asuntos públicos. Por entonces, y haciendo de cronista del naciente proyecto bolivariano, José Vicente Rangel encomiaba la abolición de las solemnidades del poder, al que había ascendido, según solía decir, una clase política despojada de faroles y postines. Pero lo que anunciaban los carteles iluminados del "proceso" era en realidad la proscripción de los escrúpulos y la aclamación de la rapacería, cuyas variadas manifestaciones conformarían más tarde los ceremoniales de una revolución transgresora que sublima las fachadas más sórdidas de la política. Fue así como se impuso el lenguaje torvo y pendenciero con que el poder se desnudó ante los ojos del país, que hoy luce habituado a la exhibición morbosa de sus intimidades más repulsivas.
Arquetipo de un estilo licencioso que terminó entronizándose en los quehaceres del poder, el "proceso" bolivariano no solo degradó la actividad y el discurso político doméstico: la apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha próspera en toda la sociedad, una parte de la cual se conduce como si estuviera adoctrinada, no con las ideas del mentado socialismo bolivariano, sino con los ademanes toscos con que sus inspiradores han contaminado el carácter y la naturaleza del país. Tal vez es esa la clave de la profunda violencia que nos amenaza a diario y que abarca una lapidaria división originada en el bandolerismo de la palabra... Por eso, lo que decidiremos en octubre trasciende de la escogencia de un presidente. La encrucijada es aún más seria: una vía representa el "salto adelante" del vandalismo y la depravación, y la otra, un nuevo manual de urbanidad política para Venezuela. No vale equivocarse.
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