Todos
sabemos de la inmoralidad del régimen actual. Del uso y abuso del poder
político y económico concentrado en manos del Presidente mediante el cual se
esconde la enorme cobardía del régimen en prácticamente todas sus actuaciones.
No es un secreto el ventajismo descarado con las cadenas, apenas un detalle del
problema. De las especulaciones alrededor de las misiones y la disposición
opositora de supuestamente acabarlas, de la decisión de mantener pobres a los
pobres y de empobrecer al resto del país para que todos dependamos del
estado-gobierno para comernos un pedazo de pan o tomarnos un vaso de leche.
Tampoco es un secreto el retroceso espantoso en todas las áreas de la vida
nacional.
Nada funciona bien en Venezuela. El país está en quiebra, convertido
en un pobre país pobre, a pesar de los recursos fiscales que manejan como les
da la gana. Somos los “venaditos” de Latinoamérica, el hazmerreír de grandes y
pequeños en el mundo entero. Esto unido a la enfermedad del comandante-presidente,
a sus evidentes limitaciones físicas y mentales los obliga a apelar a todo tipo
de armas para sembrar el miedo en la población, temor en el ciudadano común por
las represalias a que se expone y avanzar en un fraude de ejecución progresiva
a la vista de todos. Se trata de represión abierta y encubierta, de violencia
física e institucional, que puede ser peor, mediante el chantaje y la amenaza.
Malas señales.
Hugo
Chávez perdió la mayoría. La nación lo rechaza en términos impresionantes. La
credibilidad está en el suelo, incluso dentro de su propio mundo. El
deslizamiento hacia la oposición no se detiene, aunque no todos estén aún dando
apoyo a Capriles Radonsky. Quienes lo abandonan no se devuelven, a pesar de las
presiones.
La alternativa democrática crece como la espuma. Se apoderó de la
calle y del sentimiento real del ciudadano común, hastiado y fatigado de esta
cosa que tenemos como gobierno. Del mundo que apoya a Capriles nadie se retira
para plegarse al oficialismo. Sucede todo lo contrario. Chávez está
espantosamente solo, aunque no es un huérfano, ni menospreciable el poder que
aún dispone. Ya no confía en nadie porque sabe que nadie puede confiar en él.
Está demasiado alterado. Tiene perdidas las elecciones. De allí el esfuerzo
sobre humano para proyectar invencibilidad o miedo. Está mal.
El
juego está descubierto. La alternativa democrática se prepara para la batalla
final en todos los terrenos. Conocidos los trucos y el juego perverso del
régimen,
Chávez cree contar incondicionalmente con dos factores que ha tratado
de magnificar en los últimos días. Vale la pena resaltarlos. Uno es el Consejo
Nacional Electoral, CNE, a su servicio, pero demasiado visto y bajo un control
mayor del que las rectoras chavistas puedan imaginarse. Lo reflejan el anodino
documento firmado la semana pasada y la firme posición de Capriles cuestionando
la imparcialidad del organismo. Su equipo de campaña sabe todo lo que se
prepara desde allí. Se prepara adecuadamente. Será dura la lucha y habrá
momentos de gran tensión, pero la voluntad general de la nación terminará
imponiéndose.
El
otro factor es la fuerza armada nacional. En cualquier nación civilizada Chávez
sería reo por varias violaciones constitucionales y legales. Entre las más
importantes está el menosprecio a la FANB, a todos los legalmente uniformados,
a sus componentes institucionales y a una oficialidad que se siente ofendida
con esos calificativos de revolucionarios, socialistas y chavistas, vomitados
sobre el texto de una Constitución que juraron sostener y defender. Lo harán en
su momento. Será la hora del desconcierto y la locura para algunos altos mandos
convertidos en vergüenza de la patria. Es la hora de luchar sin desmayo.
“Vacilar es perdernos”.
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