El tipo está asustado. Me refiero al candidato del pasado. Al
presidente saliente. Al que endeudó al país en $200MM en pleno auge de los
precios del petróleo. Al que quebró PDVSA y las empresas de Guayana junto a
siete mil empresas varias. El que empujó a cinco millones de venezolanos a la
subsistencia informal por regalar los recursos de la nación. El que les paga a
los paramédicos cubanos el triple de lo que paga a los médicos venezolanos.
Al culpable de la impunidad del hampa que,
en sus catorce años de mal gobierno, ha causado la muerte de 150 mil
venezolanos. Sí señores y señoras, el culpable de la inflación – 1.245% lleva
el pote - está asustado. Lo dicen su cara y sus arrebatos. Sus insultos a los
suyos. Sus
brutales groserías. Y no es para menos. Cacerolazos y rechiflas en cada lugar
al que acude a ofrecer lo mismo que ha incumplido.
Multitudes siguen al “flaco” que salta de
un pueblo a otro mientras él se arrastra en una ambulancia disfrazada. Y para
ñapa una fanática suya le entrega su gorra al flaco que se la disputa el pueblo
en cada concentración que va marcando el camino del cambio por todo el país.
Esa gorra tricolor que lo obsesiona, ahora le pertenece al pueblo que canta “la
gorra no se me cae”. Millones la portan con orgullo ciudadano.
Hay un camino gritan en los llanos, en el
mar y en las montañas. Pero también en las oficinas públicas y en las fábricas
del régimen. Capriles avanza. No se cansa. Suda cada voto. No trafica con la
pobreza. Salta de una curiara en Maripa, mete miles en un mitin en Ciudad
Bolívar y amanece como una lechuga en Caricuao. Mientras él jadea con la lengua
afuera. Viejo y enfermo. Arrastrado los pies. Echando espumarajos de rabia
seca.
Le pegaron en la cara una bola de papel en
Maracay y una franela roja en La Vega. Eso no había pasado. Gasta cientos de
miles de millones en afiches con una foto vieja, de cuando tomó la primera
comunión, que las lluvias destruyen junto con puentes, carreteras y barriadas
hastiadas de sus promesas embusteras.
El flaco le quitó la gorra, la calle, el
discurso y el pueblo, que está hasta la coronilla de practicar el odio
inculcado que lo sentenció al atraso, quiere subir al autobús del progreso. La
realidad mostrada por Capriles le da bofetadas que le suben la bilirrubina y
regaña al gobernador de Anzóategui que convirtió ese estado costero en un
chiquero como él lo hizo con Venezuela. Y Capriles, con el dedo que él usa para
repartir dólares, cargos y candidaturas, le señala la miseria generada por su
gobierno en cada rincón de Venezuela.
Los pescadores arruinados. Los campesinos
hambrientos. Los jóvenes desempleados. El entreguismo con Cuba, que lo estafa
con sus mercenarios mediocres. Las antipatrióticas importaciones. La
dependencia alimentaria. “Los bandidos sinvergüenzas que se han robado los reales,
acabando con el aparato productivo del país”. El desastre
del sistema eléctrico. La falta de viviendas que pica y se extiende. La
vergüenza de las cárceles - más de 300 presos asesinados en el transcurso del
año – no cuida ni libres ni presos. La inmensa corrupción. Y le muestra las
cifras escalofriantes de la inseguridad. Del narcotráfico. Del sicariato. Del
secuestro. Y
le devela un ancho camino a la Fuerza Armada que pide más mensajes de vuelta a
la institucionalidad vulnerada.
Y él, agarrado en falta, frente a un
espejo que le delata la prematura ancianidad y la ineptitud, responde a las
certezas con insultos y descalificaciones – fascista, nazi, majunche, oligarca,
pitiyanqui, por poco y le dice chavista - tratando de asustar con el cuento del
lobo, y el pueblo lo mira con hastío “cuándo se irá este tipo”. Vete ya.
Piérdete. Harto de sus ínfulas de “hijo de Bolívar”. Pero Capriles sí es
sobrino de Bolívar. Y saberlo le irrita la garganta. Las encuestadoras le
robaron los reales y hasta la del Yesi que lo daba
60/40, como en el montaje del revocatorio, ahora lo pone a ganar de migajita,
para no decirle que va en caída libre. Que no lo salva ni Bambarito. Que la
campaña del flaco pegó y duro. Ese hombre sí camina. Y el fantasma de CAP ríe.
Es un relevo generacional ineludible. Los
muchachos tomaron las riendas – hasta Rosinés se retrata con Capriles - y le
están dando una paliza. Ay, como le duele. Él quería una invasión gringa. Un
bombardeo israelí. Una guerra civil. Pero va a ser con pacíficos votos. Que son
secretos. Y los militares van donde van los votos. Y
el escenario internacional apoya votos. Por eso gruñe. Refunfuña. Tira patadas
con la pierna que no le duele. Da puñetazos a las paredes. Los soldados de la
guardia lo miran y sonríen entre dientes. “Si me da un coñazo se lo devuelvo”,
piensa alguno. Pasó la época cuando pateaba soldaditos y obras de arte que
ahora tendrá que pagar.
Ya sabe que en los cuarteles el voto será
por el flaco. Como en las universidades y en los sindicatos de Guayana. Sus
corruptos agarran la garrocha y buscan aliados en el otro lado. Quieren salir
de esto. Robar impunemente también cansa. Sus familias votarán por Capriles.
Quieren gastar sus reales. José Vicente, el decrépito alcahueta, le sirve de
porrista, para exprimirle unos reales. Fidel guarda silencio y Raúl le saca
el taburete. Los dolores lo atormentan. Los esteroides lo estiran y encogen.
La Corte Penal Internacional, agazapada en
la bajadita, le despierta la acidez. Se calma cuando recuerda que se construyó
un panteón. Solo para él y Bolívar. Cree que ya entró en la historia. Obvia que
los investigadores del futuro le sacarán el trapero maloliente y que sus
compinches internacionales lo negarán antes de que cante el gallo.
Uno más de la cuarta
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