Desde
que por vez primera el gobierno autoritario y militar de Venezuela
comenzó a atacar a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos de
la OEA y a la Corte, dijimos que lo hacía no sólo porque tales entes
hayan investigado o condenado a nuestro país en unos cuantos casos, sino
porque, principalmente, en el fondo de tal conducta subyacía -subyace-
una concepción ideológica que rechaza, por principio, las atribuciones
supraestatales conferidas a tales organismos.
Todo
lo que tenga que ver con la reducción de la soberanía de los Estados,
concebida de manera absoluta, es anatema para quienes gobiernan a
Venezuela hoy. No importa si se trata de la vigencia y garantía de los
derechos humanos, considerados, al menos en el mundo occidental, como
valores universales por encima de las fronteras político-territoriales, o
de los temas de la integración a la economía global.
Esa
concepción obsoleta la hemos visto reflejada incluso en sentencias del
Tribunal Supremo de Justicia, que rechazan las decisiones de aquellas
jurisdicciones internacionales, invocando, como argumento, que son
inejecutables.
Para
el poder actual en Venezuela, los avances de la normativa alcanzados en
el siglo XX en el Derecho Internacional, particularmente, en materia de
supranacionalidad o de DDHH, serían despropósitos que conspiran contra
la autonomía de los países.
La
visión de que el ser humano es uno, a pesar de las diferencias de
nacionalidad, culturales o étnicas, con derechos universales instituidos
por los tratados que crean organismos internacionales que los
preservan, no se acomoda a la ideología de quienes gobiernan a
Venezuela.
Para
éstos, los individuos y sus derechos inalienables están por debajo de
los Estados, y nada que los salvaguarde más allá de las fronteras podría
imponerse a los gobiernos. El derecho y los órganos del Estado nacional
están antes que los derechos humanos y las instituciones que consagran y
aplican las normas internacionales. De allí que deban ser puestos de
lado.
Esa
visión demodé, en lo político, viene como anillo al dedo a los
gobernantes autoritarios. Les permite sustraerse a instancias que pueden
castigar sus violaciones y desafueros. Los tiranos siempre suelen echar
mano de esa concepción absoluta de soberanía para así librarse de la
persecución de los órganos con competencia internacional.
Cuando
el gobierno venezolano denuncia la Convención Americana de los Derechos
Humanos y se excluye del sistema de protección establecido en ella,
está actuando conforme a esa perspectiva ideológica.
Que
para ello utilice subterfugios ridículos y de conveniencia, como el
esgrimido por el inefable embajador de Venezuela en la OEA, Roy
Chaderton, “quitarse el yugo imperialista”, no quita que en el fondo se está haciendo lo que la ideología manda y las circunstancias políticas imponen.
Mantenerse
en el poder a como dé lugar para implantar su demencial sistema de
gobierno, es la prioridad de Chávez. Su falta de escrúpulos lo conduce a
hacer lo que más le conviene, y quién sabe con qué objetivos
coyunturales- electorales. La elección del 7O será muy tensa, y ya
estamos viendo la violencia que está generando el chavismo.
Hasta
ahora se han oído algunas voces del hemisferio pidiendo
diplomáticamente al gobierno la reconsideración de la medida tomada.
Todos la lamentan. Pero ninguna, obviamente, puede subrayar la gravedad
del asunto.
Llama
la atención de forma escandalosa, sobre todo, la actitud alcahuete de
los gobiernos de Mercosur. No sólo porque sean, en su mayoría, amigos de
Chávez; sino porque esas fuerzas políticas deben mucho al sistema
internacional de protección de los derechos humanos. No pocas
situaciones aberrantes sucedidas en esos países tuvieron en ese sistema
una vía para la denuncia y para el enjuiciamiento de los perpetradores
de crímenes de lesa humanidad.
¿Qué pasa entonces que no hay pronunciamiento alguno de esos gobiernos sobre el inconstitucional paso dado por Chávez?
¿Acaso no forma parte del entramado institucional de Mercosur toda la normativa internacional sobre los derechos humanos?
De
nuevo el realismo pérfido del que nos hablaba Octavio Paz alguna vez, se
impone. Los venezolanos demócratas y defensores del sistema de
garantías de los derechos humanos, no olvidaremos ese silencio cómplice y
ominoso
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