En
primer lugar una gigantesca movilización popular que estremecerá a toda
Venezuela para ratificarle que el electorado decidió, a través del
voto, expresarle que su tiempo ya pasó y no le queda otra alternativa
que recoger sus bártulos y retirarse a donde bien tenga sin provocarle
más daños al país, ni así mismo.
En
segundo, un pronunciamiento de la mayoría institucional y democrática
de la FAN que, independientemente, de las maniobras fraudulentas que se
articulen desde los organismos del poder público controlados por el
teniente coronel, tendrá la información inapelable de quién es el
ganador e invitarán al auto promovido comandante en Jefe a reconocer el
triunfo de Capriles y a colaborar con la transición o marcharse al país
que decida.
Y
por último, un llamado casi masivo de la comunidad internacional
haciéndole una exhortación a Chávez a respetar la Constitución y las
Leyes, aceptar el triunfo del nuevo presidente y ofrecer su colaboración
para que la crisis política que empezó al otro día de asumir el poder
hace 14 años, pase a ser un mal recuerdo para Venezuela y los
venezolanos.
En
otras palabras, que harían muy bien individualidades como José Vicente
Rangel y algunos miembros de la cúpula política y militar, gente como
Diosdado Cabello, Henry Rangel Silva, Elías Jaua, José Montilla Pantoja,
Rafael Ramírez, Luís Goncálvez, Nicolás Maduro, Luís Motta Domínguez,
Jorge Rodríguez, Jorge Giordani, Clíver Alcalá Cordones y Francisco
Ameliach de dejarse de estar calentándole las orejas a Chávez para una
resistencia imposible y más bien alentarlo a que siga su tendencia
natural que no es otra que la de rendirse y prepararse para tiempos
mejores.
No
meto en el grupo de los “ últimos mohicanos” a políticos medio
revolucionarios o chavistas de baja intensidad como Alí Rodríguez,
Aristóbulo Istúriz, Fernando Soto Rojas, Freddy Bernal, María Cristina
Iglesias, Juan Barreto, Nelson Merentes y otros seriamente impactados
por lo lejos que han llegado las cosas y por la incorregible grieta
emocional de Chávez que lo impulsa a destruir, destruir y destruir.
Son
militantes de la revolución con posiciones ambiguas y hasta
contradictorias durante el proceso, a quienes les hubiera gustado que
Chávez en la campaña electoral hubiera lucido por lo menos “una
sonrisita” y que no han bajado al albañal para y que “pulverizar” la
candidatura de Henrique Capriles.
Hablo
de Capriles…un hombre de apenas 40 años, tranquilo, sereno, reposado,
“un muchacho” como el mismo se dice, buen funcionario público y en
sentido alguna inmerso en la batahola de odios, venganzas, divisiones y
resentimientos desatada según Chávez fue convirtiendo al país en una
suerte de bar de película del Lejano Oeste donde solo se iba a gritar,
desordenar, insultar, irse de las manos y disparar.
Capriles,
quizá la última oportunidad para que los venezolanos arreglemos
nuestros problemas en paz, sin salir a matarnos unos a otros y desgarrar
y destruir el único patrimonio que realmente nos pertenece y podemos
legar a nuestros hijos: Venezuela.
Un
hijo de esta tierra que no sabe de divisiones de clases, de razas, de
religiones, de culturas, civilizaciones y que, sinceramente, puede
sentarse a hablar con cualquier habitante del planeta como si fueran
amigos de toda la vida.
Y
es una idea, un sentimiento, unos principios que, sorpresivamente,
difundió y logró que comprendan y sientan los millones de venezolanos
que están aplaudiéndolo, siguiéndolo y ofreciéndole sus votos para que
triunfe en las elecciones de 7 de octubre próximo.
Son
jóvenes y viejos, ricos y pobres, negros y blancos, venezolanos y
extranjeros, obreros y profesionales, campesinos y estudiantes que
escucharon el llamado de Capriles a favor del amor y no del odio, de la
unión y no de la división, de la tolerancia y no de la intolerancia, de
la inclusión y no de la exclusión, de la paz y no de la violencia.
Una
forma de socialización (lo dije el viernes antepasado en “Aló
Ciudadano”, en Globovisión, en una entrevista que me hicieron los
fraternos Leopoldo Trujillo, María Alejandra Trujillo, Pedro Pablo
Peñaloza y Sheina Chang) en cierto sentido parecida a la que inició
Chávez en el 98, pero con la diferencia de que Chávez la hizo a nombre
del odio y Capriles a nombre del amor.
“Desde
Maquiavelo” añadí “ la política occidental se ha centrado en el
“enemigo” como una fórmula para movilizar a los parciales y conducirlos a
las mejores o peores causas, mecanismo que recogieron solícitamente
Marx, Lenin, Stalin, Hitler, Mao, Mussolini y Fidel Castro.
Chávez
también aprovechó la lección y si bien no desgarró a Venezuela tras la
caza de “los distintos”, y “los diferentes”, si copió el manual maoísta
de los “enemigos principales y secundarios” para mantener al país en una
polarización por la que los venezolanos no nos reconocemos sino en las
diferencias.
Capriles,
por el contrario, está socializando al país a nombre del amor, de la
paz, de la reconciliación, el de aceptar las diferencias pero para hacer
nuestros pensamientos y sentimientos más ricos, más robustos, más
creativos.
Un
paradigma para la política del futuro que creo se inserta más en la
solución de los grandes problemas planetarios del siglo XXI (lucha por
el medio ambiente, la sociedad del conocimiento y los derechos de las
minorías, la erradicación de la pobreza, la desigualdad y las
injusticias sociales y guerra sin tregua contra la delincuencia
organizada, el SIDA, la inequidad y frente a los cuales, o nos unimos, o
perderemos este maravilloso rincón de la galaxia,
De
todos es conocido que Capriles no incluyó el tema “Chávez” en su agenda
electoral, pero no por manifestarle algún rechazo o fobia en especial
al también llamado comandante-presidente, sino por no entrar en la
cadena de epítetos e insultos que son las únicas palabras que se le oyen
al candidato oficialista.
Chávez…un
político y presidente con más de 14 años en el poder, pero sin otras
cuentas que dar que la casi destrucción de la Refinería de Amuay, la
caída del puente de Cúpira, el derrame de crudo del río Guarapiche, la
danza de la muerte que día a día y noche a noche arrebata la vida a más
de 20 mil venezolanos al año, que importa el 70 por ciento de la comida y
lo bienes que consumimos, con la inflación más alta del mundo
occidental y empeñado en utopías como las que dejaron Marx, Engels,
Lenin, Stalin y Mao para ensangrentar al siglo XX como no había ocurrido
en ningún otro momento de la historia.
Pisándole
ya los talones a la sesentena de años, mellado por el tiempo, sin
condiciones físicas ni mentales para hacer el esfuerzo de seguir
desgobernando al país, dice él mismo que escapado milagrosamente de una
grave dolencia cancerosa y pidiendo, por tanto, a gritos, un relevo, que
otro venezolano entre a cumplir la faena en la que fracasó, y Chávez
pueda, como cualquier otro mortal de los 7000 millones que habitan el
planeta, retirarse a una vejez tranquila, reposada y donde disfrutar de
sus nietos y biznietos sea una de las principales razones de su vida.
Realizando
una desastrosa campaña electoral, reducida a largas cadenas de
televisión y radio donde es difícil establecer si habla personalmente o
por personas interpuestas, con fugaces apariciones en la calle o sitios
abiertos porque prescripciones médicas le prohíben la exposición a
virus, microbios y bacterias y absolutamente desangelado, sin el carisma
ni la audacia de otros tiempos y como cumpliendo una tarea obligada
impuesta por la alta burocracia cubano-venezolana.
Sin
otra cosa que recordar ni evocar como no sean los bostezos y el sueño
que invade a los asistentes que son obligados por listas a concurrir a
sus mitines y desempeñándose en el papel más ridículo de su carrera
política, como es el del actor o cantante que pierde el favor de su
público y sin el genio y la voz de otros tiempos, solo le queda
reconquistarlo a través de payaserías.
Pero
con un rol todavía muy importante que jugar en la política venezolana,
como es aceptar la victoria electoral de Henrique Capriles Radonski,
sentarse a discutir y contribuir al gobierno de transición y buscar
insertarse como político en una Venezuela democrática donde el respeto a
la Constitución y las Leyes, la independencia de los poderes y el
estado de derecho, cimenten las bases de un país construido en torno a
la libertad, el bienestar, la igualdad, la justicia, la tolerancia y la
pluralidad.
En todo lo que Henrique Capriles Radonski identifica como el amor.
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