¿Es
necesario arrojarse desde la cumbre de la consciencia humana del yo,
sin transición, directamente a la profundidad de la fuerza demoníaca del
mundo para dominar correctamente la vida? No, hay otros caminos
posibles. Heidegger no lo vio (tampoco el chavismo). Para él sólo hay la
alternativa del oscurecimiento del mundo y de sus acontecimientos
esenciales; sólo cuentan la huida de los dioses, la destrucción de la
tierra, la insolencia del hombre, la primacía de la medianía, el
desmoronamiento del idealismo, el deslizarse hacia un mundo "que no
tenía ninguna profundidad"; la dimensión de la expansión y el número
convertido en dimensión dominante.
EL ABANDONO EN LA VIOLENCIA CHAVISTA
Si lo incomprensible y nebuloso resulta la expresión o signo de nuestro tiempo, la filosofía de Heidegger contiene el irracionalismo que se levanta sobre la angustia, el cuidado o cura y el sentimiento de culpa; algo no muy estimado por quienes buscan lo que promueve la vida, que aspiran a la utilidad objetiva y ponen en ello sentido común. Porque hay una escuela del pesimismo moderno (particularmente en el chavismo) que no sabe manejar la vida o no quiere hacerlo, que siente náusea por todo y que por puro espíritu de contradicción cree que debe echar por la borda los valores tradicionales que, a menudo, ya no determinan la existencia humana. He ahí el hecho de la decadencia cultural que nos anonada.
Hubo otros tiempos llenos de fe y de optimismo, plenos de ímpetu espiritual para la acción creadora de la cultura; somos herederos plañideros de tiempos pasados; construimos sobre arena, que no quiere demostrar ningún suelo; nos asentamos sobre escombros dejados por las guerrillas y el egoísmo; y siempre tropezamos de nuevo con obstáculos que nosotros mismos levantamos para aferrarnos a ellos: porque el hombre debe tener algún apoyo para poder vivir.
No es muy consoladora la situación presente en que nos encontramos. Son muchos los pensadores pesimistas que opinan que ya no se puede combatir el mal, que vivimos un tiempo sin esperanza. Schopenhauer formó con tales principios su filosofía de la negación del mundo, relacionada con doctrinas del Lejano Oriente. Y luego apareció Nietzsche, que aprobaba la vida, a pesar de todo el absurdo existente, que quería una transmutación de los valores por la disciplina y la descendencia, que daba el miedo (insuficiente): "mediante esto se obtiene una mejor especie".
Quedó Heidegger, con su angustia, hallándose fundamentalmente decisivo, con su temor ante los innumerables males de nuestro tiempo, con el anónimo e inhóspito sentimiento de culpa que sobrecoge a tantos que no tienen una consciencia pura, con su cura que cubre todo como un sudario, con su callejón sin salida que, ocasionalmente, emite alguna alegría. Según Heidegger, la ontología actual ha perdido la constitución existencial del ser-en-el-mundo y ha pasado por alto el fenómeno de la humanidad. Nada se puede hacer con tales afirmaciones. Tampoco Heidegger quiere facilitarle la vida al hombre con su doctrina; corresponde al profundo sentido de su pesimista vivencia de la vida; al hombre se le retiene encerrado en la nada; se avanza hacia el nihilismo.
Quien se cierra a los valores objetivos no divisa ninguna solución. De Heidegger proviene la tesis de que pensar en valores es una de las más grandes blasfemias contra el ser. Pero ningún filósofo se las arregla sin valores porque sin valores ningún hombre puede arreglárselas. De la misma manera en que el chavismo no es positivo ni valioso, Heidegger es portavoz de un pesimismo irracional, carente de fundamento.
"Los análisis de Heidegger sobre la condición yecta del existir humano significan por lo menos la confesión sobrecogedora del hombre actual de que ha reconocido la orgullosa fe autónoma de la Ilustración como un grandioso autoengaño. Heidegger caracteriza al hombre como un ser de la más extrema y profunda inseguridad-necesidad." (P. Wust.) Cierto: un hombre que se mueve lleno de cuidado en una posibilidad yecta es más bien un mayordomo miedoso, no un vigoroso y autónomo vencedor del mundo. Pero el mundo está ahí, con su fuerza dinámica. Heidegger: "Ahí está el combate de aquello que llamamos lo demoníaco (en el sentido de destructoramente maligno). Hay múltiples signos de la aparición de esta fuerza demoníaca, junto con el creciente desasosiego e inseguridad de Europa, contra ella y en ella misma. Uno de ellos es la debilitación del espíritu en el sentido de una interpretación equivocada del mismo, un acontecimiento en cuyo centro nos encontramos todavía hoy".
¿Es necesario arrojarse desde la cumbre de la consciencia humana del yo, sin transición, directamente a la profundidad de la fuerza demoníaca del mundo para dominar correctamente la vida? No, hay otros caminos posibles. Heidegger no lo vio (tampoco el chavismo). Para él sólo hay la alternativa del oscurecimiento del mundo y de sus acontecimientos esenciales; sólo cuentan la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la insolencia del hombre, la primacía de la medianía, el desmoronamiento del idealismo, el deslizarse hacia un mundo "que no tenía ninguna profundidad"; la dimensión de la expansión y el número convertido en dimensión dominante.
Como hay que reconocer a veces los méritos de Heidegger en cuanto al descubrimiento de las estructuras fundamentales del "ser ahí", hay que condenar (como con el chavismo) la desmesura con la que violenta la existencia; su interpretación de la cura y la angustia no hace justicia a la realidad: "No es el aprehender y, sabiendo, ser en la verdad lo que interesa a la cura de este ver, sino ciertas posibilidades de abandonarse al mundo". Esto es demasiado, y espantaría a Aristóteles en su tumba si tal cosa fuese posible.
EL ABANDONO EN LA VIOLENCIA CHAVISTA
Si lo incomprensible y nebuloso resulta la expresión o signo de nuestro tiempo, la filosofía de Heidegger contiene el irracionalismo que se levanta sobre la angustia, el cuidado o cura y el sentimiento de culpa; algo no muy estimado por quienes buscan lo que promueve la vida, que aspiran a la utilidad objetiva y ponen en ello sentido común. Porque hay una escuela del pesimismo moderno (particularmente en el chavismo) que no sabe manejar la vida o no quiere hacerlo, que siente náusea por todo y que por puro espíritu de contradicción cree que debe echar por la borda los valores tradicionales que, a menudo, ya no determinan la existencia humana. He ahí el hecho de la decadencia cultural que nos anonada.
Hubo otros tiempos llenos de fe y de optimismo, plenos de ímpetu espiritual para la acción creadora de la cultura; somos herederos plañideros de tiempos pasados; construimos sobre arena, que no quiere demostrar ningún suelo; nos asentamos sobre escombros dejados por las guerrillas y el egoísmo; y siempre tropezamos de nuevo con obstáculos que nosotros mismos levantamos para aferrarnos a ellos: porque el hombre debe tener algún apoyo para poder vivir.
No es muy consoladora la situación presente en que nos encontramos. Son muchos los pensadores pesimistas que opinan que ya no se puede combatir el mal, que vivimos un tiempo sin esperanza. Schopenhauer formó con tales principios su filosofía de la negación del mundo, relacionada con doctrinas del Lejano Oriente. Y luego apareció Nietzsche, que aprobaba la vida, a pesar de todo el absurdo existente, que quería una transmutación de los valores por la disciplina y la descendencia, que daba el miedo (insuficiente): "mediante esto se obtiene una mejor especie".
Quedó Heidegger, con su angustia, hallándose fundamentalmente decisivo, con su temor ante los innumerables males de nuestro tiempo, con el anónimo e inhóspito sentimiento de culpa que sobrecoge a tantos que no tienen una consciencia pura, con su cura que cubre todo como un sudario, con su callejón sin salida que, ocasionalmente, emite alguna alegría. Según Heidegger, la ontología actual ha perdido la constitución existencial del ser-en-el-mundo y ha pasado por alto el fenómeno de la humanidad. Nada se puede hacer con tales afirmaciones. Tampoco Heidegger quiere facilitarle la vida al hombre con su doctrina; corresponde al profundo sentido de su pesimista vivencia de la vida; al hombre se le retiene encerrado en la nada; se avanza hacia el nihilismo.
Quien se cierra a los valores objetivos no divisa ninguna solución. De Heidegger proviene la tesis de que pensar en valores es una de las más grandes blasfemias contra el ser. Pero ningún filósofo se las arregla sin valores porque sin valores ningún hombre puede arreglárselas. De la misma manera en que el chavismo no es positivo ni valioso, Heidegger es portavoz de un pesimismo irracional, carente de fundamento.
"Los análisis de Heidegger sobre la condición yecta del existir humano significan por lo menos la confesión sobrecogedora del hombre actual de que ha reconocido la orgullosa fe autónoma de la Ilustración como un grandioso autoengaño. Heidegger caracteriza al hombre como un ser de la más extrema y profunda inseguridad-necesidad." (P. Wust.) Cierto: un hombre que se mueve lleno de cuidado en una posibilidad yecta es más bien un mayordomo miedoso, no un vigoroso y autónomo vencedor del mundo. Pero el mundo está ahí, con su fuerza dinámica. Heidegger: "Ahí está el combate de aquello que llamamos lo demoníaco (en el sentido de destructoramente maligno). Hay múltiples signos de la aparición de esta fuerza demoníaca, junto con el creciente desasosiego e inseguridad de Europa, contra ella y en ella misma. Uno de ellos es la debilitación del espíritu en el sentido de una interpretación equivocada del mismo, un acontecimiento en cuyo centro nos encontramos todavía hoy".
¿Es necesario arrojarse desde la cumbre de la consciencia humana del yo, sin transición, directamente a la profundidad de la fuerza demoníaca del mundo para dominar correctamente la vida? No, hay otros caminos posibles. Heidegger no lo vio (tampoco el chavismo). Para él sólo hay la alternativa del oscurecimiento del mundo y de sus acontecimientos esenciales; sólo cuentan la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la insolencia del hombre, la primacía de la medianía, el desmoronamiento del idealismo, el deslizarse hacia un mundo "que no tenía ninguna profundidad"; la dimensión de la expansión y el número convertido en dimensión dominante.
Como hay que reconocer a veces los méritos de Heidegger en cuanto al descubrimiento de las estructuras fundamentales del "ser ahí", hay que condenar (como con el chavismo) la desmesura con la que violenta la existencia; su interpretación de la cura y la angustia no hace justicia a la realidad: "No es el aprehender y, sabiendo, ser en la verdad lo que interesa a la cura de este ver, sino ciertas posibilidades de abandonarse al mundo". Esto es demasiado, y espantaría a Aristóteles en su tumba si tal cosa fuese posible.
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