CHÁVEZ, EL OSCURANTISMO Y ALEJANDRA, MI JOVEN SOBRINA:
No fue hasta después de escuchar las cifras de los resultados electorales en boca de Tibasay Lucena y luego de recibir las equilibradas palabras de Capriles en su rueda de prensa una vez conocida su derrota, cuando finalmente apagué el televisor. Entonces caí en cuenta del silencio que imperaba en mi vecindario. Apenas un par de perros ladrando a lo lejos. Las calles estaban vacías, sin carros ni motos. Era como si todos, vencedores y vencidos, hubieran caídos en un repentino letargo. Nadie lloraba ni nadie celebraba. Porque contrario a lo que, políticamente, acababa de afirmar Capriles frente a las cámaras de televisión, esta noche todos los venezolanos perdimos. Y así, esa Venezuela que pocas horas antes había luchado ferozmente por sus sueños, ahora se hundía en el insoportable silencio y en la tenebrosa oscuridad de la noche.
Horas antes, en la rueda de prensa encabezada por Jorge Rodríguez desde el Comando Carabobo, pude sentir, comprender y vislumbrar la principal razón por la que he detestado al chavismo desde su mismo nacimiento: porque son bandoleros, malandros y farsantes. Y desde allí se extiende y se esparce todo su oscuro poder.
En esa rueda de prensa una joven periodista preguntaba qué haría el PSUV o el propio Comando ante la presencia de enormes grupos de motorizados que andaban aterrorizando las calles de Caracas. Como buen bandolero, farsante y malandro, Rodríguez cambió el sentido acusador de la pregunta y la convirtió en una herramienta de ataque. Primero, los motorizados son libres de andar por donde gusten y expresar su alegría. Segundo, hay un tufillo racista en el comentario de la periodista, ya que de entrada supone que si alguien es motorizado, pues automáticamente es ladrón o terrorista. Así, como si se tratara de una violación manejada por un jurado victoriano, con un giro de palabras la víctima pasó a convertirse en criminal.
En ese momento en el que podía ver en la pantalla de mi televisor un primer plano el rostro burlón de Jorge Rodríguez, presto a volverse a ridiculizar a la joven periodista, comprendí que habían ganado y que toda esa rueda de prensa no era otra cosa que un pequeño adelanto de la arrogancia con la que se manejarían en los próximos seis años en el poder. Tenían luz verde para mostrarse tal como eran.
Los chavistas son corruptos, ineficientes, sectarios, populistas, mentirosos, oportunistas, pero básicamente son bandoleros, malandros y farsantes. Y a veces me pregunto, ¿pero es que no es posible que haya por lo menos uno de sus líderes que sea chavista y a la vez decente?
Recordemos las carcajadas de Richard Izarra en CNN ante el tema de la inseguridad, el tratamiento de “señor” que el Presidente Chávez le dispensó al asesino de la plaza Altamira Joao Gouveia, poniendo casi en duda su culpabilidad; o el lenguaje soez y violento de la diputada y ahora Ministra “Fosforito” nos tiene acostumbrados en cada una de sus apariciones en público. O los elogiados eructos del General Acosta Carlés. Cuatro ejemplos para no caer en la tentación de una lista casi infinita.
Quizás lo que más nos molesta a miles y millones de venezolanos es esa siniestra manera de hacer política en donde el respeto por la verdad o por la justicia pareciera no tener ningún valor. Fue un estilo que nos cayó encima de la noche a la mañana, sin previo aviso y sin anestesia.
Hace años, recuerdo una entrevista a Fidel Castro realizada en Nueva York en la que el periodista le preguntaba por las tenebrosas Brigadas de Acción Rápida (BAR), las cuales no dudaban en caerle a palo limpio a todo aquel que osara dudar de la Revolución: “¿Cómo puedo impedir que el pueblo ame su Revolución y reaccione violentamente para defenderla ante cualquier amenaza?”, se preguntaba Fidel a sí mismo como respuesta a la pregunta del periodista.
Ese estilo cínico, violento, importado de otras realidades, es lo que los venezolanos hemos tenido que vivir, padecer y rechazar desde hace catorce años: tienen (los chavistas) una respuesta para todo y, por si fuera poco, pueden cambiarle el sentido a cualquier cosa o situación con un simple ajuste o cambio de palabras, como si se tratara de un tornillo o de una tuerca. Nunca son responsables de nada y para cualquier falla siempre tienen un culpable: ya sea la IV República, una iguana-come-cable o simplemente un funcionario de menor cargo, como un Ministro o un Gobernador de Estado. Pero, ¿Chávez? Jamás. Si algo le sale mal, es por otro, no por él. Jamás por él.
Y cuando hay un crimen, un muerto, un francotirador o un apagón, lo primero que hacen es generar palabras y confusión: así, la inseguridad en la que vive el venezolano es sólo una sensación producto de los medios de comunicación o, si una chica amanece muerta, ¿quién puede realmente afirmar que no fue su propio padre quien la mandó a asesinar?
El bien y el mal existen, así como existe la luz y la oscuridad, el sonido y el silencio.
Recuerdo que era apenas una jovencita cuando un Chávez recién arribado al poder intentó repatriar a Carlos “El Chacal”. Hablaba de él con respeto, con admiración. En secreto (o tal vez ni tan secreto) el tipo era su héroe. Y así, Chávez Frías comenzó a hacerse amigo de los chicos más repelentes del mundo: Muamar el Gadafi, Sadam Husein, Hosni Mubarak, Aleksandr Lukashenko.
Tiene Chávez, sin duda, una fascinación por lo oscuro, por lo sórdido, pero sobre todo, por todos esos tipos que insisten, años tras año, en permanecer en el poder.
Yo me muero de ganas por hablar de Alejandra, mi sobrina, pero todavía no deberlo hacerlo. Primero, porque tal vez esa sea la parte más hermosa de esta nota y he allí el disfrute de escribirla. Y segundo, porque sé lo que me dolerá a morir hablar de esa carajita tan bella, tan íntegra, tan ella.
Hace poco Alejandra se puso a hablarme del mundo, de la historia, de la barbarie. Voy a tratar de repetir sus ideas.
Hoy día tenemos celulares, televisores pantalla plana, full color, HD, 3D. Aviones. Celulares. Twtitter. Facebook.
“Tía”, me dice, “me tomo una foto, la monto en facebook directo de mi celular y tú la puedes ver en París primero que mi papá en Caracas”.
Somos parte. No. Somos hijos de la tecnología. Crecimos con ella y ella creció con nosotros. En nuestras casas tenemos lámparas que nos alumbran, televisores, computadoras, laptops, Ipads, hornos micro ondas, sistemas de seguridad satelital, celulares que nos ayudan a evitar las autopistas y avenidas cargadas de carros.
O sea: que tenemos muchas razones para pensar que vivimos en la cresta de la historia de la humanidad.
O sea: que cuando Trucutru inventó la rueda lo hizo para que fuera usada en un Ferrari. Y cuando Homero escribió la Odisea, lo hizo para que Brad Pitt interpretara a Aquiles.
La ruta que Marco Polo tardó años en marcar y recorrer, nosotros podemos recorrerla en horas. Pocas horas.
Podemos amanecer en Caracas, almorzar en Miami y cenar en Nueva York . ¿No es eso fantástico?
¿Cómo no sentirnos en la cresta de la ola, en la cresta de la historia?
Sin embargo, ¿qué pasará con nosotros, actores y autores de la tecnología cuando algún estudiante de bachillerato del año 2317 revise nuestros actos y gestiones?
El Capitalismo: hambruna, pobreza, guerras. El hombre consumiendo más de lo que necesita. Cuando deshechamos una camisa, una falda, un pantalón por otro, no lo hacemos por desgaste: lo hace por moda, por capricho. Eso no puede estar bien.
El Comunismo, en cambio, dictaba que todos los hombres debían ser iguales. O sea: pobres y miserables. Y a cambio de esa miserable tabla rasante, el individuo debe pagar, además, con su libertad.
Las guerras. La industria farmacéutica. La pobreza. El negocio de las armas. Hay hospitales fabulosos, pero si no tienes dinero te puedes morir hasta de una simple de diarrea.
Cuando algún chico de bachillerato nos estudie dentro de trescientos, cuatrocientos años, nosotros seremos una versión novedosa y decadente del oscurantismo medieval. Porque somos tan bárbaros.
“Tía”, me increpa Alejandra: “¿de qué sirve tener un maldito celular si hay un niño que ahora mismo se está muriendo de gastritis?”
Alejandra, mi bella sobrina, me dijo: “Mientras haya hambre, guerras, metralletas, violencia: seremos salvajes: bárbaros”.
Alejandra, mi bella sobrina, es un ser de otro mundo. De otra época.
Hoy fuimos a votar juntas.
Alejandra tiene diecinueve años. Hoy fue su primer ejercicio democrático de elegir y votar por una opción política. No tenía idea de lo que se estaba jugando. O tal vez estaba más clara que todos nosotros juntos.
Compramos agua. Hablamos con los vecinos de la cola. Detrás nuestro había un señor chavista. Alejandra le dijo: así se hace, señor. Yo respeto su opinión.
Salimos del centro de votación y la dejé en su casa.
Yo me fui a la mía.
Cada una en su lugar, ambas escuchamos los resultados de la Lucena. Ambas escuchamos a Capriles cerrando su capítulo político, con tan bellas palabras.
Apagué el televisor.
Escuché el inquietante silencio de la noche, donde parecía que la oscuridady el silencio se tragaran a nuestra Venezuela.
Sentí como todo se hundía. Ya no había esperanza alguna.
Entonces repicó el teléfono. Era Alejandra. Alejandra la bella:
- Tía: ahora tenemos que pelear más duro que nunca.
No fue hasta después de escuchar las cifras de los resultados electorales en boca de Tibasay Lucena y luego de recibir las equilibradas palabras de Capriles en su rueda de prensa una vez conocida su derrota, cuando finalmente apagué el televisor. Entonces caí en cuenta del silencio que imperaba en mi vecindario. Apenas un par de perros ladrando a lo lejos. Las calles estaban vacías, sin carros ni motos. Era como si todos, vencedores y vencidos, hubieran caídos en un repentino letargo. Nadie lloraba ni nadie celebraba. Porque contrario a lo que, políticamente, acababa de afirmar Capriles frente a las cámaras de televisión, esta noche todos los venezolanos perdimos. Y así, esa Venezuela que pocas horas antes había luchado ferozmente por sus sueños, ahora se hundía en el insoportable silencio y en la tenebrosa oscuridad de la noche.
Horas antes, en la rueda de prensa encabezada por Jorge Rodríguez desde el Comando Carabobo, pude sentir, comprender y vislumbrar la principal razón por la que he detestado al chavismo desde su mismo nacimiento: porque son bandoleros, malandros y farsantes. Y desde allí se extiende y se esparce todo su oscuro poder.
En esa rueda de prensa una joven periodista preguntaba qué haría el PSUV o el propio Comando ante la presencia de enormes grupos de motorizados que andaban aterrorizando las calles de Caracas. Como buen bandolero, farsante y malandro, Rodríguez cambió el sentido acusador de la pregunta y la convirtió en una herramienta de ataque. Primero, los motorizados son libres de andar por donde gusten y expresar su alegría. Segundo, hay un tufillo racista en el comentario de la periodista, ya que de entrada supone que si alguien es motorizado, pues automáticamente es ladrón o terrorista. Así, como si se tratara de una violación manejada por un jurado victoriano, con un giro de palabras la víctima pasó a convertirse en criminal.
En ese momento en el que podía ver en la pantalla de mi televisor un primer plano el rostro burlón de Jorge Rodríguez, presto a volverse a ridiculizar a la joven periodista, comprendí que habían ganado y que toda esa rueda de prensa no era otra cosa que un pequeño adelanto de la arrogancia con la que se manejarían en los próximos seis años en el poder. Tenían luz verde para mostrarse tal como eran.
Los chavistas son corruptos, ineficientes, sectarios, populistas, mentirosos, oportunistas, pero básicamente son bandoleros, malandros y farsantes. Y a veces me pregunto, ¿pero es que no es posible que haya por lo menos uno de sus líderes que sea chavista y a la vez decente?
Recordemos las carcajadas de Richard Izarra en CNN ante el tema de la inseguridad, el tratamiento de “señor” que el Presidente Chávez le dispensó al asesino de la plaza Altamira Joao Gouveia, poniendo casi en duda su culpabilidad; o el lenguaje soez y violento de la diputada y ahora Ministra “Fosforito” nos tiene acostumbrados en cada una de sus apariciones en público. O los elogiados eructos del General Acosta Carlés. Cuatro ejemplos para no caer en la tentación de una lista casi infinita.
Quizás lo que más nos molesta a miles y millones de venezolanos es esa siniestra manera de hacer política en donde el respeto por la verdad o por la justicia pareciera no tener ningún valor. Fue un estilo que nos cayó encima de la noche a la mañana, sin previo aviso y sin anestesia.
Hace años, recuerdo una entrevista a Fidel Castro realizada en Nueva York en la que el periodista le preguntaba por las tenebrosas Brigadas de Acción Rápida (BAR), las cuales no dudaban en caerle a palo limpio a todo aquel que osara dudar de la Revolución: “¿Cómo puedo impedir que el pueblo ame su Revolución y reaccione violentamente para defenderla ante cualquier amenaza?”, se preguntaba Fidel a sí mismo como respuesta a la pregunta del periodista.
Ese estilo cínico, violento, importado de otras realidades, es lo que los venezolanos hemos tenido que vivir, padecer y rechazar desde hace catorce años: tienen (los chavistas) una respuesta para todo y, por si fuera poco, pueden cambiarle el sentido a cualquier cosa o situación con un simple ajuste o cambio de palabras, como si se tratara de un tornillo o de una tuerca. Nunca son responsables de nada y para cualquier falla siempre tienen un culpable: ya sea la IV República, una iguana-come-cable o simplemente un funcionario de menor cargo, como un Ministro o un Gobernador de Estado. Pero, ¿Chávez? Jamás. Si algo le sale mal, es por otro, no por él. Jamás por él.
Y cuando hay un crimen, un muerto, un francotirador o un apagón, lo primero que hacen es generar palabras y confusión: así, la inseguridad en la que vive el venezolano es sólo una sensación producto de los medios de comunicación o, si una chica amanece muerta, ¿quién puede realmente afirmar que no fue su propio padre quien la mandó a asesinar?
El bien y el mal existen, así como existe la luz y la oscuridad, el sonido y el silencio.
Recuerdo que era apenas una jovencita cuando un Chávez recién arribado al poder intentó repatriar a Carlos “El Chacal”. Hablaba de él con respeto, con admiración. En secreto (o tal vez ni tan secreto) el tipo era su héroe. Y así, Chávez Frías comenzó a hacerse amigo de los chicos más repelentes del mundo: Muamar el Gadafi, Sadam Husein, Hosni Mubarak, Aleksandr Lukashenko.
Tiene Chávez, sin duda, una fascinación por lo oscuro, por lo sórdido, pero sobre todo, por todos esos tipos que insisten, años tras año, en permanecer en el poder.
Yo me muero de ganas por hablar de Alejandra, mi sobrina, pero todavía no deberlo hacerlo. Primero, porque tal vez esa sea la parte más hermosa de esta nota y he allí el disfrute de escribirla. Y segundo, porque sé lo que me dolerá a morir hablar de esa carajita tan bella, tan íntegra, tan ella.
Hace poco Alejandra se puso a hablarme del mundo, de la historia, de la barbarie. Voy a tratar de repetir sus ideas.
Hoy día tenemos celulares, televisores pantalla plana, full color, HD, 3D. Aviones. Celulares. Twtitter. Facebook.
“Tía”, me dice, “me tomo una foto, la monto en facebook directo de mi celular y tú la puedes ver en París primero que mi papá en Caracas”.
Somos parte. No. Somos hijos de la tecnología. Crecimos con ella y ella creció con nosotros. En nuestras casas tenemos lámparas que nos alumbran, televisores, computadoras, laptops, Ipads, hornos micro ondas, sistemas de seguridad satelital, celulares que nos ayudan a evitar las autopistas y avenidas cargadas de carros.
O sea: que tenemos muchas razones para pensar que vivimos en la cresta de la historia de la humanidad.
O sea: que cuando Trucutru inventó la rueda lo hizo para que fuera usada en un Ferrari. Y cuando Homero escribió la Odisea, lo hizo para que Brad Pitt interpretara a Aquiles.
La ruta que Marco Polo tardó años en marcar y recorrer, nosotros podemos recorrerla en horas. Pocas horas.
Podemos amanecer en Caracas, almorzar en Miami y cenar en Nueva York . ¿No es eso fantástico?
¿Cómo no sentirnos en la cresta de la ola, en la cresta de la historia?
Sin embargo, ¿qué pasará con nosotros, actores y autores de la tecnología cuando algún estudiante de bachillerato del año 2317 revise nuestros actos y gestiones?
El Capitalismo: hambruna, pobreza, guerras. El hombre consumiendo más de lo que necesita. Cuando deshechamos una camisa, una falda, un pantalón por otro, no lo hacemos por desgaste: lo hace por moda, por capricho. Eso no puede estar bien.
El Comunismo, en cambio, dictaba que todos los hombres debían ser iguales. O sea: pobres y miserables. Y a cambio de esa miserable tabla rasante, el individuo debe pagar, además, con su libertad.
Las guerras. La industria farmacéutica. La pobreza. El negocio de las armas. Hay hospitales fabulosos, pero si no tienes dinero te puedes morir hasta de una simple de diarrea.
Cuando algún chico de bachillerato nos estudie dentro de trescientos, cuatrocientos años, nosotros seremos una versión novedosa y decadente del oscurantismo medieval. Porque somos tan bárbaros.
“Tía”, me increpa Alejandra: “¿de qué sirve tener un maldito celular si hay un niño que ahora mismo se está muriendo de gastritis?”
Alejandra, mi bella sobrina, me dijo: “Mientras haya hambre, guerras, metralletas, violencia: seremos salvajes: bárbaros”.
Alejandra, mi bella sobrina, es un ser de otro mundo. De otra época.
Hoy fuimos a votar juntas.
Alejandra tiene diecinueve años. Hoy fue su primer ejercicio democrático de elegir y votar por una opción política. No tenía idea de lo que se estaba jugando. O tal vez estaba más clara que todos nosotros juntos.
Compramos agua. Hablamos con los vecinos de la cola. Detrás nuestro había un señor chavista. Alejandra le dijo: así se hace, señor. Yo respeto su opinión.
Salimos del centro de votación y la dejé en su casa.
Yo me fui a la mía.
Cada una en su lugar, ambas escuchamos los resultados de la Lucena. Ambas escuchamos a Capriles cerrando su capítulo político, con tan bellas palabras.
Apagué el televisor.
Escuché el inquietante silencio de la noche, donde parecía que la oscuridady el silencio se tragaran a nuestra Venezuela.
Sentí como todo se hundía. Ya no había esperanza alguna.
Entonces repicó el teléfono. Era Alejandra. Alejandra la bella:
- Tía: ahora tenemos que pelear más duro que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario