Una
película de la Segunda Guerra Mundial narra las peripecias de un joven
francotirador a quien asignan, por radio, objetivos que son suspendidos cada
vez que está a punto de lograrlo, hasta que recibe el permiso de disparar,
tiene el blanco en la mira y el dedo en el gatillo, pero en el instante de
realizar el disparo, entra un coronel y aborta la misión porque la guerra ha
terminado. La reacción del muchacho fue histérica. Quería disparar. Necesitaba
matar. Pedía, por favor, lo dejaran realizar ese solo tiro y ya. No era posible
que luego de tantas penurias no hubiera podido matar a nadie.
Parecida
reacción encuentro en un converso llamado Juan Carlos Loyo o algo parecido,
aquel civil que apareció en una gráfica con un arma de alto poder fajada a la
cintura, en un operativo de despojo de unas tierras de vocación ganadera. Este
sujeto pide a Dios en su tuiter lo que interpreto como una súplica para que
este ser supremo genere las condiciones para salir a matar. La forma como
alarga las vocales alarma. Invoca al pueblo como instrumento de destrucción,
como si este estuviera integrado por asesinos. Lo que revela esa súplica es la
frustración por no haber tenido la oportunidad de matar impunemente, y ahora la
revolución terminó. La excusa para tal degradación humana, es que la oposición
está “ofendiendo” a su comandante.
No veo
ofensa ninguna en pedir al gobierno que diga la verdad al pueblo – chavista o
no chavista – sobre la salud de un hombre que ostenta la primera magistratura
de la nación. Si el enfermo fuera el Loyo o Aristóbulo, a nadie preocuparía. El
meollo del asunto es que crearon un mito que se desvanece en la contundencia de
la realidad: Un hombre enfermo, muy enfermo, ya sin fuerzas para seguir
haciendo el papel de robusto percherón, halando la carreta que los
transportó de la pata del tambor en el barrio deshilachado, de algún
clandestino pueblo de la torturada geografía venezolana, al mármol de Carrara
en el vecindario copetudo, prendidos al dólar petrolero gringo, y el terror de
interrumpir esa vida regalada, que les manó del cielo revolucionario – con la
ayuda de su inescrupulosidad manifiesta - los hace perder la escasa
sindéresis que los ha caracterizado desde su irrupción, con la boca abierta y
viendo hacia arriba, en el escenario político venezolano.
Saben a
ciencia exacta que serán reos de la vindicta pública, por sus desmanes y abusos
de poder y hasta por su manifiesta inhumanidad. Por eso obligaron a un hombre
de salud delicada a participar en una difícil campaña electoral que le agotó las
fuerzas necesarias para su supervivencia. Por eso el CNE aceptó
postular la candidatura de una persona desvalida sin posibilidades ciertas de
asumir el poder de resultar electo, como así sucedió. Por eso el sartal de
mentiras que han generado todo tipo de chistes populares, surgidos no
precisamente de las filas de la oposición oficial, que más seriecita,
respetuosa y modosita, frente a este escarnio nacional, no puede ser.
Porque hay
que ver la deshonra para la patria de Bolívar que traduce este acto burlesco,
propio de un país sin instituciones ni valores democráticos, al más
puro estilo del realismo mágico garcimarquiano. Todo lo que ha hecho el
gobierno para engañar al pueblo sobre la salud del presidente, es una burla a
la dignidad del enfermo. Son ellos los que irrespetaron la vida de este hombre,
mortal y susceptible a enfermedades comunes, con tal de conservar los
privilegios derivados de su incondicionalidad, y son ellos quienes irrespetan
la dignidad de “su comandante” - ¿civil con comandante? - cada vez que le
mienten al pueblo con reuniones ministeriales de cinco horas – “cuando no le
habla un segundo al país” - un hombre que no puede respirar por sí,
bailando la conga con Maduro, redactando, de su puño y letra, extensas
salutaciones imperiales a los subalternos del ALBA o de UNASUR o a demagogos
reelectos por insuficiencia democrática de sus pueblos.
Cualquier
engañifa es válida para las ventosas que le succionan el poder. Eso sí es un
acto inhumano. Impío. Una falta de respeto. Como lo es a la Constitución
asegurar, como el charrasqueado, que se juramentará cuando esté “bueno y sano”,
lo que equivale a “cuando nos salga – “a nojotros mesmos” - del real
forro de la chistera”, de la cual sacaron la “continuidad administrativa” que
alarmó de la Rousseff a Fidel - hasta el Insulza carraspeó – y motivó su
devolución clandestina a Venezuela. Basirruque no sube en ascensor.
Una cosa es
que los Castro manden en el país y otra cosa es que se sepa. Y cuando la
opinión pública internacional pidió una fe de vida, no se les ocurrió nada
mejor que apelar a una “pìrulin pin pon, con su misma chaqueta y su mismo
pantalón”, pero sin verruga, que revirtió en burla la preocupación
internacional, y no contra el paciente, al que el humanismo signa respetar,
sino contra los manipuladores de la verdad, que olvidan que, salvo el pueblo
cubano, al que sus amos comunistas manipulan como les da la gana, todo el
planeta sabe operar photoshop.
Volvió, volvió…
Esta
paranoia atrapa muchos ingenuos, enamorados del líder mesiánico que los hizo
soñar, como a la embarazada del viento, y se inscriben en los dislates más
candorosos, bajo el húmedo influjo cuasi religioso de “volvió, volvió”. ¿Cómo
que volvió? ¿Cuál es el significado de volver para un presidente que no ha
podido asumir? Este señor está tan ausente como si siguiera en La Habana.
Afirmar que
“está al frente del gobierno” es un soberbio insulto a la más elemental
inteligencia. La verdad es si este señor está incapacitado para tomar
decisiones de Estado, quien funja en su nombre es un usurpador – ¿cofradía de
usurpadores? - que, al no estar bajo la égida constitucional, constituye un
serio peligro para la república. Así que quien volvió no fue el Chávez de
bronce y redoblante, sino un doliente enfermo terminal, un saco de huesos y
agonías, con un grave problema respiratorio que anula su capacidad mental. Y
quienes lo insultan y contaminan su historia, además de someter a la nación al
ludibrio internacional, son precisamente quienes tienen ganas de matar para
escapar de la verdad. Sale pa´llá.
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