Al parecer no hay nadie que le diga que la
razón principal por la cual pulverizó en pocos días la herencia electoral del
presidente muerto, reside en que sus mentiras han sobrepasado el límite que las
contenga. Porque nunca se ha visto en toda la historia de América Latina mentir
tanto en tan pocos días como lo ha venido haciendo Nicolás Maduro desde que lo
designaron sucesor, como si Venezuela fuera una satrapía hereditaria.
Mentir, mentir que algo queda era la divisa
de Goebbels. La de Maduro en cambio parece ser la de mentir, mentir, hasta que
no quede nada.
Desde cuando viajaba a Cuba todos los días
está mintiendo. Mintió cuando afirmó que el difunto estaba recuperándose de su
enfermedad. Mintió con una firma tan impecable como chimba. Mintió cuando habló
de una reunión de trabajo de cinco horas, no respetando siquiera el dolor de
quien ya emitía sus últimos suspiros. Mintió al hacerse nombrar ilegalmente
presidente de la república. Mintió cuando anunció que no iba a haber un
"paquetazo" y a los pocos días hubo dos. Mintió grotescamente con la
inoculación de cáncer por medio del "imperio". Mintió movilizando
encuestas de manipulación pública, verdadera plaga venezolana. Mintió cuando
anunció que Capriles, incapaz de competir con él, retiraría su candidatura.
Mintió inventando desestabilizaciones, conspiraciones, atentados de mercenarios
que provenían desde El Salvador y Colombia. Mintió siempre, sin presentar jamás
prueba alguna. Mintió incluso a Capriles al aceptar el recuento voto a voto.
Mintió y miente, como malo de la cabeza, como si estuviera enfermo de tanto
mentir. Todos los días una mentira nueva. Por eso le dicen "mentira
fresca". Willie Colon, cuanta razón.
No, no. No fueron fallas técnicas las que lo
llevaron a la derrota política. Tampoco su mala oratoria, su falta de ideas, o
sus alucinaciones avícolas; ni siquiera sus intentos desesperados por imitar a
su padre político. Todos esos son errores pasables, incluso perdonables en
alguien que hace sus primeras prácticas en la política pública.
No, no. La verdadera razón de su derrota es
que a la gente no le gusta que le mientan tanto. “Miénteme” es sólo un bello
bolero, pero aunque lo cantó la divina Olga Guillot, a nadie le hace "tu
mentir feliz".
No, no. Aceptar mentiras como verdades es
igual a ser tomado por idiotas, y eso no lo aceptan ni siquiera quienes habían
sido incondicionales chavistas.
Como la mentira convertida en sistema termina
destruyéndose a sí misma ha sido por lo demás corroborado de modo histórico.
Recordemos solamente que si la Perestroika (Reestructuración) de Gorbachov
logró imponerse, fue porque iba acompañada de Glasnost, palabra rusa que quiere
decir transparencia. La verdad, nunca la mentira, es transparente.
Detrás de cada mentira hay una verdad pero
nunca hay una mentira detrás de una verdad. Esa es la razón lógica y no
religiosa por la cual la verdad termina imponiéndose por sobre la mentira.
La verdad, por lo menos la verdad a escala
humana, corresponde con la realidad gramática que nos rodea. Mentir, en cambio,
es des-realizar la realidad por medio del lenguaje. Pero si la realidad es real
y no irreal -hablo en sentido convencional y no lacaniano- tarde o temprano
desarticulará a la gramática de la mentira, que es irreal y no real. Por lo
mismo, como ocurrió con ese edificio de mentiras que era la antigua URSS, la
verdad será alguna vez realizada. Por supuesto, no me refiero a las verdades
ideológicas, que son simples opiniones, sino a las verdades de hecho.
Fue Hannah Arendt quien en su libro “Pasado y
Presente” dilucidó el tema de la verdad y la mentira en la política de un modo
casi genial. Decía Arendt, y con toda razón, que la política no es el campo de
la verdad; y una de las razones por las que no lo es, es que en la política
estamos obligados a emitir opiniones, las que al ser opiniones, no son siempre
verdaderas (yo diría, en un tono más bajo, "ciertas"). Por eso mismo
distinguía Arendt entre verdades de opinión y verdades de hecho. Las verdades
de opinión pueden ser, por cierto, respetadas, pero no necesariamente aceptadas
y esa es, por supuesto, la razón por la cual sin discusión no puede haber
política.
Para poner un ejemplo: si alguien dice:
"Cuba es un mar de la felicidad", es una opinión, y quien la emite
tiene todo el derecho a hacerlo. Pero si alguien dice, "en Cuba no ha
habido nunca perseguidos y presos políticos", esa es una mentira. Y bien,
esa mentira no puede ser transformada en una opinión, porque simplemente es un
hecho; una verdad de hecho.
Ahora, según Arendt, la intención criminal de
las dictaduras reside en querer transformar las verdades de opinión en verdades
de hecho, o lo que es igual, en la imposición de un orden según el cual las
opiniones no se basan en hechos sino los hechos en opiniones.
De la misma manera, si Maduro dice "la
oposición está formada por la oligarquía", es su opinión. Pero si dice,
"los más de siete millones que votaron en contra mía son miembros de la
oligarquía", es una mentira de hecho. O también: si él piensa que Capriles
es violento, es su opinión. Pero si dice, Capriles ha llamado a la violencia,
ha violado la ley y por eso debe ir preso, es una mentira de hecho. Solo así se
explica por qué, igual que los dictadores, Maduro confunde sus opiniones,
incluso sus deseos, con la verdad de los hechos. Por eso miente, miente sin
parar.
¿No hay en su entorno alguien que le diga que
con tanta mentira está cavando su propia tumba política? La historia del
recuento de votos solicitada legalmente por Capriles es un caso ejemplar, uno
que si no fuera tan candente podría ser utilizado como paradigmático en un
seminario de politología.
La verdad, muchos creíamos que los resultados
emitidos por la señora chavista Tibisay Lucena del CNE eran los correctos;
quizás un par de números más o menos, pero en general correctos. Con mayor
razón creímos eso, cuando en la noche del 14 de Abril, Maduro se manifestó
públicamente dispuesto a que se llevara a cabo el legal recuento.
Pero cuando al día siguiente Maduro,
rompiendo sus palabras, criminalizó a quienes solicitaban el recuento,
olvidando que el propio presidente fenecido había tronado el año 2006 exigiendo
un recuento de votos a favor de López Obrador en México (quien perdió por una
diferencia de votos mayor a la que "perdió" Capriles) entonces,
incluso quienes no creíamos en el fraude comenzamos a pensar que sí, que
efectivamente hubo fraude y, por lo mismo, Maduro será un presidente ilegítimo.
"El ilegítimo" le dicen ya en Venezuela
Mas aún; Maduro, con sus mentiras ha
terminado por convencer a todo el mundo que ganó gracias a un fraude. ¿Qué es
lo que se encuentra oculto en esas cajas repletas de votos? ¿Por qué no se
atreve a revelarlo? ¿Qué es lo que se lo impide? ¿No quedarían todos contentos,
sobre todo Maduro, si la verdad asomara en cifras aceptadas por todos?
Ahora bien, si Maduro no se atreve a permitir
el recuento constitucionalmente garantizado de los votos, deberá recurrir no a
la fuerza de la política sino a la política de la fuerza. No tiene otra
alternativa. Solo así la legalidad gubernamental de Maduro será reconocida.
Pero lo será del mismo modo como los cubanos están obligados a aceptar la
legalidad de los Castro; o como los chilenos cuando fuimos obligados a
reconocer la legalidad de Pinochet, para poder, de ese modo, destituirlo.
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