En Venezuela desde hace algunos años no
vivimos, sobrevivimos. Si es que podemos llamar “vivir” a ese estado de miedo
permanente donde al caminar por las calles nos asustamos con nuestras propia
sombra creyendo que alguien nos sigue, donde nuestros padres no duermen hasta que
estamos en casa, donde el “avisa cuando llegues” se ha convertido en una prueba
de vida, donde todos somos sospechosos, donde sabes cuando sales pero no sabes
si regresas, donde lo “normal” es la muerte y vivir es la excepción.
Cada vez que asesinan a un venezolano nos
deberían restar un número de nuestra cedula, en lugar de sumarlo a las
estadísticas, para que entendamos que cada vez somos menos, como país y como
personas. Me pregunto ¿Tenía que pasar el lamentable asesinato de Mónica Spear
y su esposo para que nos diéramos cuenta? Nos hemos acostumbrado a convivir con
la violencia, tal vez eso tenga que ver con la necesidad de adaptación de ser
humano, pero es gravísimo, al punto que algunos lucen resignados ante la
ausencia de soluciones. Estas muertes nos mueven el piso nuevamente, nos hacen
tambalear y nos dan una bofetada diciéndonos “¡Epa! ¿Qué te pasa? ¡Reacciona!”.
No porque tengan mayor peso que otras, sino porque nos dejan claro que la lista
sigue corriendo y podemos ser los próximos.
Les pregunto a las voces radicales que hablan
de politización ¿A quién le reclama un ciudadano desarmado por su seguridad? No
es al cielo, porque la justicia divina no la imparten los hombres, es al Estado
y este está dirigido por el Presidente de la República y su equipo de gobierno.
Por eso son responsables cuando un ciudadano muere producto de la inacción de
las políticas de seguridad. Si aquí se aplicara la ley del más fuerte y cada
ciudadano hiciera justicia por sus propias manos, no habría 200 mil muertes violentas
en 15 años, sino millones.
El Estado debe emprender una verdadera
ofensiva contra quienes nos están matando y para ello debe reconocer que el
problema no es manipulación de los medios, no es estrategia de la CIA, no es
sabotaje, es una guerra en la que los caídos se multiplican año a año producto
de la impunidad.
Hoy las leyes y la autoridad no transmiten el mínimo respeto,
los malandros saben que tienen mejores armas que los policías y que hagan lo
que hagan la justicia no funciona en este país.
Parece que la descomposición es en todos los
niveles, desde el niño que irrespeta a la maestra, el vivo que se colea en el
banco, la cajera del supermercado que te grita por preguntar, la gente que te
atropella en el Metro porque esta apurada y es incapaz de pedir disculpas. En
todos lados hay pérdida de valores, hay un sentimiento de autodestrucción.
No hay
palabras que describan el dolor por un país que parece desangrarse a la vista
de todos y así como hablamos de la responsabilidades que tienen las
autoridades, tenemos que decir que mientras sigamos indiferentes, mientras
naturalicemos el problema, mientras tengamos miedo a exigir nuestros derechos,
seguiremos siendo sobrevivientes y créanme, de
allí solo nos falta una bala para ser víctimas.
Brian@juventudsucre.com
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