1/5/09

Aristóbulo arrasó en encuesta como el "Jalabolas Mayor" de Chávez

La adulación gana adeptos en Venezuela en la medida en que se le estrecha el horizonte político a la clase gobernante. Es el caldo de cultivo ideal para el florecimiento de los jalabolas de oficio, quienes se dedican a complacer al jefe ofreciéndose al divino arte de "jalar bolas" cada vez con mayor esmero. En el oficialismo ganó Aristóbulo Istúriz de calle la encuesta sobre quién es el "Jalabolas Mayor" de Chávez.


¿De dónde viene y cómo nació el término "jalabolas"?
Este término parece que se originó en las cárceles políticas de Venezuela, en donde los presos llevaban “grillos”, pesadas bolas de hierro adheridas por una cadena a una pierna, y algunos de ellos, por poderosos o por ricos, conseguían otros de menos jerarquía que cargaban las bolas de metal para aliviarlos y permitirles desplazarse con facilidad. Esos eran los “jalabolas”

“Jalar bolas” (no “halar”, sino “jalar”) es un venezolanismo de origen no muy claro, que significa adular. O lo que en otros países se llama “chupar medias”. No tiene relación alguna con las gónadas, como podría parecer, pero por esa posibilidad se ha convertido en malsonante. Parece ser que se originó en las cárceles políticas de Venezuela, en donde los presos llevaban “grillos”, pesadas bolas de hierro adheridas por una cadena a una pierna, y algunos de ellos, por poderosos o por ricos, conseguían otros de menos jerarquía que cargaban las bolas de metal para aliviarlos y permitirles desplazarse con facilidad. Esos eran los “jalabolas”, y el tiempo, con su lógica indetenible terminó convirtiéndoles en abyectos adulantes que por conseguir favores del poderoso o del rico les aliviaban las cargas. Hoy en día jalar bolas es, simplemente, humillarse ante el poderoso, adular al poderoso, chupar medias.

Eso es lo que los venezolanos vemos cada vez que el “Führer”, “il duce” tropical, el teniente coronel que comanda el fascismo criollo, habla y habla y habla y suelta chistes estúpidos o se burla de manera grotesca de sus opositores y hasta de sus seguidores. Vemos a los jalabolas reírle las gracejerías, aplaudirle las cobardías, celebrarle los disparates, como si se tratara de un genio. Ministros, magistrados, diputados y hasta intelectuales de bajo nivel y artistas de segunda suelen estar entre los que más se humillan para hacerse notar por el hegemón, que se siente muy superior a ellos y se los hace saber cada vez que quiere.

Qué triste papel el de los jalabolas, seres sin dignidad, mínimos imitadores de un mal imitador, cuyo papel en la vida se ha reducido a ser los bufones de un bufón. Y que, históricamente, están condenados a no ser los que rían de últimos.

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