De todos los campos petroleros de Venezuela, San Tomé era el más bonito. Sus casas estaban separadas de las calles por 4 ó 5 metros de grama –eternamente verde– que hacía de jardín y que llegaba hasta el asfalto (no había aceras de cemento… las aceras eran la grama). El pueblo estaba sembrado de miles y miles de mangos, y –en mayo– el rojo y amarillo de las frutas contrastaban con el verde de la grama. A pesar de los calores de Anzoátegui, la sensación que percibíamos en San Tomé, era de frescor. No se veían papeles ni hojas muertas en los jardines ni en las calles: había un elaborado programa de mantenimiento… ¡Tal como en todas las petroleras de antes!.
A principios de los años ’70, viví cortas temporadas de trabajo en San Tomé y puedo dar testimonio de lo que era ese campamento.
Lo siento por los oídos sensibles, pero no podemos decirlo de otra manera: las fotos nos muestran que San Tomé está vuelto una mierda… Rafael tiene razón al decirlo así.
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