20/7/09
Fernando Londoño le habla a Venezuela
Por: Fernando Londoño, ex Ministro del Interior de Colombia.
Si nunca vuelven las oportunidades perdidas, no tendrá Venezuela
lágrimas para verter por las que perdió en estos años en los que Hugo
Chávez despilfarró la mayor bonanza petrolera de su historia, y acaso
la última para esta generación.
Nunca ha sido tan pobre la nación hermana como ahora, cuando debió ser
más rica. Cuando pudo convertirse en una potencia en los
biocombustibles, para abrirle alternativas a una riqueza petrolera,
inmensa pero que fatalmente se agotará; cuando pudo crear un polo de
desarrollo industrial gigantesco, para penetrar en su provecho el
cercano mercado de los Estados Unidos; cuando pudo ser el centro del
desarrollo energético, tecnológico y ambiental de América Latina;
cuando pudo situarse a la cabeza del enriquecimiento humano de este
continente, Venezuela ha malgastado cuanto le dio la Providencia en
todas las torpezas, los excesos y las corruptelas de este dictador de
opereta.
Los viejos dictadores, con todas sus equivocaciones y violencias, eran
cuando menos eficaces. Como para aplacar su conciencia y justificar su
triste paso por la vida de los pueblos, dejaban puentes y caminos y
puertos y canales. Pues ni eso le quedará a Venezuela cuando haga el
balance de estos tiempos calamitosos.
Chávez es un personaje extraño. Nació dotado de una mecánica verbal
apenas comparable con la de Fidel Castro, con una cierta habilidad
para mimetizarse entre el follaje de los resentimientos y los odios
colectivos, de modo que parezca, a primera vista, el reparador de
antiguas injusticias. Tiene la excelente memoria de los resentidos y
el histrionismo de unos cuantos de los payasos que extrañas
circunstancias hicieron poderosos. Talento medianísimo, ilustración
inferior, inexistentes los frenos morales, ambición que lo desborda,
carece también de cualquier rigor para la autocrítica. En suma, que es
un sujeto de alta peligrosidad.
Cualquiera podría suponer lo que ocurriera el día que vinieran a
disposición de una persona así cuarenta mil millones de dólares por
año. Giovanni Papini dedicó una de sus obras inmortales -El Libro de
Gog- a una hipótesis semejante. Pero las extravagancias fabulosas de
este rico sin fronteras, terminaban por ser inofensivas. Chávez es
como Gog, pero en perverso y en torpe. El otro era ingenioso y en el
fondo bonachón.
La peligrosidad de Chávez no es hipotética. Ecuador la está pagando,
pues que con el dinero del petróleo venezolano se instauró allá otra
dictadura de pésimo pronóstico, la de Correa, cuyos costos a nadie
escapan; está acabando con Bolivia, apoyando a Evo Morales, cuyo menor
defecto es el de cocalero actuante y confeso; a Nicaragua le instaló
por segunda vez un matón corrompido; demoró la transición en Cuba,
mediante la transfusión de cinco mil millones de dólares por año, que
los venezolanos pagan, adoloridos y pacientes; le ha tendido la mano a
los 'pingüinos' argentinos, con la friolera de más de diez mil
millones de dólares en bonos que el mercado mundial aborrece; y Perú y
México tienen la amarga experiencia de haberse sentido al borde de
sendos abismos chavistas.
Pero ahora, más desesperado que nunca, vuelve a poner sus ojos en
Colombia. Porque su situación interna es catastrófica. Cuando no hay
comida en los mercados, cuando ya la oposición se sabe mayoría y el
pueblo está dispuesto a batirse por Globovisión, sólo le queda un
conflicto internacional. Que no será con los Estados Unidos, pero que
sí puede ser con Colombia.
A un sujeto como Chávez no le queda lejos nada. Hitler, al que se
parece tanto, invadió Polonia y después se metió en Rusia. Chávez no
tiene con qué invadirnos, pero se muere de ganas de ensayar sus
aviones rusos y de precipitar la más infame e irracional de las
guerras. Este Chávez, no es un valiente. Lo demostró cierto 4 de
febrero. Pero sí es un loco, como lo demuestra todos los días. Y un
loco megalómano, con plata en la chequera y juguetes letales,
demasiado para lo que nos merecemos, nosotros y nuestros queridos
hermanos venezolanos.
Cortesía de: Antulio Torrealba
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