La obsesión de Chávez, más su repugnante ignorancia, lograron que hiciera el ridículo con el tal Libro Blanco.
En la payasa exposición de Hugo Chávez en Bariloche logró el cometido de hacernos reír a placer cuando sacó a pasear su secreto documento del Libro Blanco de la estrategia militar de los Estados Unidos y nos contó un cuento de ciencia ficción que no se lo puede creer sino un chafarote ignorante con ínfulas de gran mariscal de campo.
Fue inolvidable. Lo habrás visto: Chávez empieza su diatriba con saludos babosos a sus colegas y amigos; a Cristina, a Evo, a ‘Lula’ y de cada uno cuenta una confidencia untuosa que en ellos causa sonrisitas de cortesía y en todo el resto un cansancio por el abuso con la anécdota y por los chistes forzados y confianzudos que intenta.
Y entonces comienza a hablar del gran documento que se ha conseguido por Internet. El Libro Blanco. El famosísimo y secretísimo plan de los Estados Unidos para adueñarse aún más del mundo a través de la base colombiana de Palanquero. Que los aviones invisibles, que los radares ciegos, que las pistas en unas islas remotas en donde abastecieron los ingleses para hacerse a las Malvinas, ¿te acuerdas, Cristina? Y en fin y en fin: cuentos de Misión Imposible, videos de sábados por la tarde, empeliculada de recreos escolares.
Lo chistoso era el tono. Susurraba casi cuando le pedía a la cámara que se acercara para que tomara el renglón donde estaban las siglas que revelaban la intención gringa. La perpetuidad del imperio. La arrogancia yanqui. El plan para que aquí no más, en la arrodillada Colombia, los norteamericanos puedan desarrollar su proyecto de tumbarle la cabeza a quienes, como él, como Chávez, son figuras mundiales de la equidad y del desarrollo colectivo. Los socialistas del siglo XXI.
Más chistoso aún era imaginarse qué había ocurrido cuando a su despacho en el palacio de Miraflores llegó un iluminado: comandante presidente compañero libertador, mire lo que he encontrado, la evidencia del complot. Dos o tres paginitas bajadas de Internet que los convocó a todos, a Maduro y todos los demás, a un cónclave de científicos para sacarle provecho al top-secret hallado en la muy atiborrada Red.
Debieron sacudirse los sesos y frotarse las manos. Se quebraron la cabeza para tratar de descifrar las siglas en inglés que debían estar en el pie de página y se aplaudieron entre ellos por el hallazgo del documento. No se les ocurrió pensar que si estaba en Internet y lo podía bajar cualquiera semianalfabeto, pues no era un plan confidencial. Y tampoco pensaron que el Pentágono, tan temido por Chávez, al que Chávez le atribuye las patrañas más empecinadas para tumbarle, pues el ultrasecreto Pentágono no va por la vida poniendo en Internet, al alcance de todos, una estrategia para hacerse más fuerte en el África y en todo el mundo a través de usar una base militar a orillas de un río en Colombia, América del Sur.
Tal vez si entre los científicos chavistas alguien se hubiera leído a Umberto Eco se habrían ahorrado el ‘oso’ de vender como oculto un escrito público. Pero es demasiado pedir que en Miraflores, ido Rangel y odiado Teodoro, alguien supiera de Umberto Eco.
Porque ese alguien inexistente en el gabinete de mando de Chávez les habría prevenido que podían estar frente a una historia parecida a la del Péndulo de Foucault del para ellos ignoto Eco. Les hubiera hablado de cómo el protagonista del libro se había enfrascado en descifrar un papel en el que creía leer asuntos sin resolver de los Templarios, conspiraciones ardientes que tenían que ver con el solsticio de verano y con el calendario gregoriano. Un papel al que el protagonista dedicó tiempo y paciencia para digerirlo y a eso le puso esoterismo y enigmas insolubles publicados en sefirot de la cábala hebrea; un papel en el que leía complots que constataba en obras de migromancia y de ocultismo; un papel abundante en razonamientos numerológicos; un papel que era solo un recibo de lavandería. Ay.
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