Es necesario clarificar la posición política que debemos asumir los venezolanos con sentido histórico, en esta coyuntura que vive la nación. En mi caso puntual, a pesar de haber combatido públicamente a Chávez – siempre en el plano político - sin descanso y todos los días, desde el mismo 4F de 1992, porque soy un convencido de que gorila no evoluciona – eso es un embuste de los evolucionistas que no quieren aceptar que el humano es otro reino de la naturaleza – también critico – como lo hice en aquel entonces – a la representación partidista que usó la democracia para corromperse y coadyuvar al descalabro de la moral pública que Chávez ha exacerbado, y que no debe volver, sencillamente porque es inmoral que vuelva. Y además no es lógico pretender empatar 1998 con el 2010 obviando estos once años de interregno, en el cual parece que demasiada gente no ha aprendido nada.
La lucha inteligente no debe tener como fin último el simplismo algodonoso “salir de Chávez como sea” – “aunque haya que ponerse un trapo en la nariz”- porque esa premisa infiere, además, que el fin justifica los medios. El “deber ser” de la lucha es para “sustituir a Chávez” – una vez derrotado políticamente para bloquear cualquier posibilidad de retorno - por un gobierno eficaz, probo y democrático, que garantice el goce de sus derechos a todos los venezolanos, sin más requisitos que los exigidos por la ley.
Gerenciado en todas sus instancias por administradores de comprobada integridad y formación intelectual para la paz y para el progreso por el desarrollo de la gente, porque es estúpido y la lucha no tiene sentido, si por salir del sartén caemos al fuego ignominioso de aquellas individualidades pervertidas – no confundir con los partidos, salvo el PSUV que es un club de aduladólares – que se solapan en la oposición a Chávez aspirando volver a empantanar la república con sus desaseadas maneras, Chávez es el monstruo al que se refería Grammsi, que surge en los espacios anárquicos dejados por la agonía de un sistema que no termina de morir y la incertidumbre del que no acaba de nacer, por lo tanto quienes están destinados a vencer al monstruo pertenecen al futuro que debe surgir de este presente, una vez muerto para siempre todo vestigio de la indiferencia y la codicia que produjeron a Chávez, cuya única virtud fue reconocer la dignidad del pueblo esperanzado que aún le insufla fortaleza.
Cuánto durará esta situación
La duración de ese período depende de cuan monstruosa llegue a ser la obsesión del monstruo por el poder. En nuestro caso comenzó con la seducción, aprovechando la frustración popular y el rechazo a los liderazgos inmuebles corruptos, que confundieron burocratismo con dirigencia política.
Pasada la ilusión, apeló al soborno, a través de misiones efectistas y del paralelismo institucional que obvia la formalidad que genera efectividad en la acción pública, pero que produce la espectacularidad que anima el alma sencilla del pueblo esperanzado. Pero, una vez superado el encantamiento de las promesas conjugadas en verbo religioso, Chávez apela a la represión.
Al uso, bien de los tribunales como garrote disuasivo de las protestas sociales, laborales y de la disidencia; o de la guardia pretoriana que reprime con la violencia oficial; o con las fuerzas paramilitares urbanas, fanatizadas y armadas, provistas de la correspondiente impunidad, que siembran el terror indiscriminadamente en la población, arremetiendo contra todo quien ose alzar la voz contra la injusticia.
No puedo determinar cuál es el límite de Chávez para reprimir las libertades ciudadanas, pero sabiendo que “pueblo” para su psiquis es solamente aquel que está dispuesto a integrar el Estado de servidumbre que pretende imponer a la nación - intención que jamás ha negado - y que no le interesa en lo más mínimo el respeto a los derechos de más de la mitad de los venezolanos, puedo inferir, además por su demostrada inescrupulosidad, que ese límite es bien amplio, considerando que ya ha perdido el prurito de no ser considerado un demócrata, pues Europa entera lo considera un dictador – en mayor o menor grado – y en América Latina, cada día hay más voces que se suman al alerta contra su discurso, por considerarlo peligroso para la democracia, lo que aleja la posibilidad de ser un dirigente integracionista, así que sólo le queda mantenerse en el poder – con dietes y garras y armas y dólares - durante todo el tiempo que le sea posible para escapar de la justicia inexorable que lo pondrá a buen recaudo por sus desafueros contra la patria.
¿Cuándo será eso? Depende exclusivamente de la actitud del pueblo. Si se levanta en una protesta nacional Chávez no tendrá más salida que someterse a la justicia. Pero no será tan pronto como algunos piensan. Todavía tiene dólares. Y capacidad de compra, aunque no de convencer.
En la juventud la esperanza, pero…
Volviendo al punto inicial y analizada la realidad sin falsos optimismos, una de las cosas que debemos aprovechar de esta circunstancia – porque todo sistema antinatural es circunstancial y desaparece, allí está la historia para probarlo – es para revertir la política asociada a las alianzas sinvergüenzas que el pueblo desprecia con tal magnitud que fue la causa de su apuesta a un descocado golpista que administraba la cantina en las fiestas patronales de Elorza, aunque primero se paseó por la banalidad rubia entintada de una reina de belleza que propició, sin proponérselo, la traición que inició la debacle de la política, que tiene que volver a ser el apostolado social que fue en los albores de la democracia y que se perdió en pos de los intereses particulares del ladronismo usurpador.
Por eso, sigo apostando a los jóvenes que incursionan en la política democrática – puntualizo porque los hay devotos del pensamiento único - aunque me preocupa que sus partidos los contaminen insuflándoles falsas creencias, como el mito de la unidad imperativa – complicidad, en realidad - que supuestamente debe obviar la mala reputación, en aras de un fin definido superior, en este caso “sacar a Chávez”, justificado conque la patria está por encima de esos prejuicios subalternos como no contaminarse con el roce de culpables impunes.
Estos jóvenes deben tener el hacer político por encima de la búsqueda del poder, que vendrá de manera directamente proporcional a su decencia política y esa invocada “unidad imperativa” tiene que ser con el sufrimiento del pueblo, asumiendo el compromiso de ilustrarlo en sus propios espacios para el cabal ejercicio de su soberanía. Y si el precio de negarse a andar con cobardes y ladrones – como dice Rafael Poleo - que le entregaron el poder a Chávez después de su rotundo fracaso político, es perder unas elecciones, pues que se pierdan, porque eso significa que todavía no han terminado su trabajo de convencer al pueblo elector de las ventajas de elegir capacidad y honestidad, en lugar de popularidad y soborno. Y para eso es la juventud, para invertirla – eso sí – en un fin superior que en este caso es la dignidad de la patria, en lugar de quemarse en la prisa estúpida por ser “el burócrata más joven”.
Tienen que desarrollar el sentido de la espera activa que les propicie su momento histórico para trascender. Pero una de las cosas que tienen que desarrollar es la capacidad de rebelarse contra el miedo a retar el infortunio por decirle la verdad al pueblo, al que hay que enseñar a identificarla entre la hojarasca orfebre de la mentira. Esa conseja vil, propia de la inmoralidad reinante, que especula que quien diga la verdad a la gente, pierde las elecciones, hay que extirparla de la conciencia inteligente.
Dirigente viene de conducir
El pueblo necesita dirigentes y eso quiere decir gente en quien confiar para cederle la responsabilidad de dirigir su destino, pero en los últimos tiempos los políticos han cambiado el orden de los factores y son ellos los dirigidos, hacia donde va la equivocación popular van ellos, por temor a perder el favor de la mayoría, cuando, en el plano de la coherencia, ésta es aglutinada por la lucidez del liderazgo.
El líder propone y es seguido si convence, pero ahora la moda es detenerse a esperar instrucciones de una idiotez contaminada por las emociones, que llaman opinión pública, certificada por las encuestadoras que le fijan rumbo en sus computadoras. Eso sucede porque no hay formación ideológica para generar propuestas ni coraje para defender los ideales. Si no aprovechamos esta realidad monstruosa para imponer – repito: imponer - un nuevo paradigma político basado en la integridad y la decencia, Venezuela no tendrá futuro, se irá degradando paulatinamente hasta su africanización total. Y como sentenció Bolívar, lo único que podremos hacer por ella será emigrar para preservarla en la nostalgia.
Rafael Marrón González
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