2/3/10

DEVASTACIONES TELÚRICAS, CATÁSTROFES POLÍTICAS

Los espantosos saqueos del 27 de febrero de hace 21 años permiten imaginar lo que sucedería en nuestro país – blanco eventual de un colosal cataclismo, dada su ubicación frente a graves fallas tectónicas – si la naturaleza decidiera ensañarse con nuestro país. ¿Alguien recuerda el deslave de Vargas y el comportamiento del gobierno del actual presidente de la República?

Antonio Sánchez García

¿Qué es más devastador para una nación, un terremoto grado 8.8 en la escala de Richter, o medio siglo de dictadura castrista? ¿Qué es más catastrófico para una república, un tsunami como el que arrasara ayer la ciudad portuaria de Talcahuano o una década de desgobierno autocrático, caudillesco y militarista como el que ha arruinado hasta la desolación la república de Venezuela? ¿Quiénes están mejor preparados para enfrentar una catástrofe de la naturaleza: una dictadura de facto como la venezolana o una democracia seria y responsable como la chilena?

No son preguntas banales. Un terremoto o un tsunami pueden alcanzar inmensas magnitudes destructivas, pero hay veces en que dejan aflorar la barbarie que dormita en el fondo de los pueblos o actúan fortaleciendo el temple moral y la dimensión ética de una Nación, como ha sucedido tradicionalmente en Chile, un país sacudido sistemática y permanentemente por las catástrofes de la naturaleza. Al margen de un hecho aislado y repudiable, como los saqueos esporádicos que azotaran la ciudad de Concepción, principal víctima de la tremenda magnitud del choque provocado por las capas tectónicas de Nazca y Suramérica que sacudiera la zona central y sur del país a las 3:34 de la madrugada de este sábado, la tragedia ha vuelto a poner de manifiesto la grandeza moral de un pueblo estoico, sacrificado, digno y laborioso como el chileno. Que fue capaz de soportar diecisiete años de dictadura militar para reponerse y construir la democracia más asentada y próspera de la región. Los espantosos saqueos del 27 de febrero de hace 21 años permiten imaginar lo que sucedería en nuestro país – blanco eventual de un espantoso terremoto, dada su ubicación frente a graves fallas tectónicas – si la naturaleza decidiera ensañarse con nuestro país. ¿Alguien recuerda el deslave de Vargas y el comportamiento del presidente de la república?

Los daños causados por el terremoto chileno son cuantiosos. Serán resueltos con el concurso de todos los chilenos y la diligencia de ambos gobiernos: el que sale, de Michelle Bachelet, y el que se inicia este 11 de marzo, de Sebastián Piñera. Sus costos serán cubiertos con la probidad característica de un pueblo honrado y responsable, como el chileno. Y por la acción eficiente de una alta gerencia pública, que no nace ayer, sino hace décadas, incluyendo, desde luego, los años de gobierno pinochetista, que al margen de sus repudiables acciones contra la libertad y los derechos humanos abriera las puertas del país a la modernidad y la globalización.

En estos últimos cincuenta años Cuba no ha sufrido un solo desastre de magnitudes comparables a los de Haití o Chile. Ha sufrido un desastre infinitamente más devastador, que ha acarreado la ruindad moral y la hecatombe espiritual de una sociedad que estuviera a la cabeza de los logros de la región antes del asalto del castrismo hace medio siglo: la espantosa dictadura de Fidel Castro. Cuba y su dictadura han llegado a tal grado de vileza, que creen desvirtuar las acusaciones por el asesinato de un modesto trabajador disidente desmintiendo el hecho más que público y notorio de que se trataba, efectivamente, de un preso político. Una canallada que encubre una doble vileza: la de la mentira y la de la estupidez. La mentira: pues Orlando Zapata era un preso político. Y la estupidez: pues ningún delincuente común merece ser empujado a su muerte si inicia una huelga de hambre exigiendo el cese de las torturas y malos tratos a que es sometido por el régimen carcelario que lo esclaviza.

El teniente coronel Hugo Chávez, que en once años de desgobierno ha malbaratado la friolera de novecientos cincuenta mil millones de dólares, extraviados en el laberinto de la corrupción, la compra de conciencias y el logro de espurias alianzas internacionales, sigue la senda y el ejemplo. Asesorado por el G2 cubano y la experticia de los Castro, los verdaderos gobernantes de la Venezuela chavista, tampoco acepta la existencia de sus presos políticos y las sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Ha creído desmentir la existencia de decenas de presos políticos con la charada de un juego de palabras. Ha dicho: “en Venezuela no hay presos políticos. Hay políticos presos”. No cabe otra replica que señalar que en Venezuela no hay sinvergüenzas en el gobierno. Hay un gobierno de sinvergüenzas. Dios quiera ahorrarnos la terrorífica desgracia de un desastre natural: amén de la absoluta ineficiencia del régimen, posiblemente veríamos brotar el canibalismo que subyace al régimen en el Poder.

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