El derecho a la rebelión es intrínseco a la naturaleza humana; la civilización occidental lo reconoce como algo tan arraigado al ser como la legítima defensa.
Vivimos tiempos muy duros en Venezuela. El régimen a perpetrado un golpe de Estado y se ha apoderado de todas las funciones que corresponden a instituciones separadas, poderes públicos cuya autonomía es esencial para que pueda existir Libertad y materializarse la Democracia.
Es una hipocresía negar que quien ocupa la silla de Miraflores es un gobernante ilegítimo por todos los costados. A pesar de la complicidad de factores muy conocidos de la “oposición”, existen pruebas irrefutables del fraude fraguado en el referéndum revocatorio de 2004.
Estas pruebas son contundentes y eventualmente volverán a ser expuestas, y cuando se haga, ya no habrán tapaderas por parte de los corrompidos intereses que durante años se han encargado de esconderlas.
Y el mandón ha perdido la legitimidad de ejercicio, no solamente por lo ya dicho arriba, sino porque ha traicionado la patria, entregándosela de la forma más vil a Fidel Castro, quien es realmente el que ejerce la presidencia de Venezuela, habiendo ocupado los centros neurálgicos del país con funcionarios de su dictadura cincuentenaria.
La nación está corroída en sus bases éticas, al punto que buena parte de la “oposición política” ha renunciado a la posibilidad de acabar con esta pesadilla usando como bandera aquello que nos explica como hombres, eso que nos distingue de los monos y las ratas, eso que llevamos en el pecho y es nuestra esencia, eso que cuando no queda más nada en pie, es lo que nos sostiene. Un país que pierde sus valores y principios no merece existir como sociedad libre.
La Libertad se conquista con valentía y se pierde cuando gana la cobardía.
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