E ntre nosotros, nunca se había visto una desorganización tan bien organizada, un caos tan metódico ni una ruina tan floreciente.
Hay personas que creen que Venezuela marcha hacia la anarquía. Tal forma política es imposible entre nosotros. Lo nuestro es, más bien, la "analquía", donde todo termina convertido en la raíz del término. Es digno de nuestras contradicciones existenciales que, justamente, quien promueva el desorden sea el garante del orden. Es curioso, mientras se anuncia una Venezuela sin desdentados, se aplica la ley del ojo por ojo y diente por diente. Es lo que Francisco de Miranda denominó "bochinche", con una premonición que anunciaba según Uslar los avatares de nuestra vida institucional.
Nunca como hoy el "me-sale-del-forro" como forma política había alcanzado tanto auge. La autoridad nos enseña que no debe respetarse ninguna autoridad ni principio.
Este habría sido el sueño de Proudhon, promotor del anarquismo. La política nacional se parece cada vez más a aquel cuento en el que Robin Hood expropiaba a los ricos diciendo: "soy Robin Hood, le quito a los ricos para darle a los pobres", mientras le entrega lo sustraído a una miserable anciana, que al ver tanto dinero en sus manos grita: "¡soy rica... por fin soy rica!". Al escuchar aquello Robin Hood vuelve a arrebatarle la plata que le acaba de entregar diciendo: "lo siento... soy Robin Hood, le quito a los ricos para darle a los pobres". Es el caso de los expropiadores del estacionamiento del restaurante "La Huerta" que fueron expropiados por otros con similares necesidades y expropiador que expropia a expropiador tiene cien años de perdón.
La analquía es, en definitiva, lo mismo que la anarquía, pero promovida desde arriba y a la criolla. Lo peor de la analquía es que se apodera de la vida cotidiana: se difunde un principio que es muy difícil de revertir, porque siempre es sabroso poder hacer lo que a uno le da la gana y tanto mejor si el capricho puede revestirse de ideología y justificación. Lo que sucede con la analquía es peligroso, porque como la guillotina de la Revolución Francesa, termina volviéndose en contra de sus propios promotores. En Venezuela definitivamente acabará instaurándose el marxismo, pero al estilo Groucho Marx y nadie estará dispuesto a apoyar un gobierno que pretenda gobernarle y al que todo el mundo lo que hace es sólo seguirle y seguirle la corriente, porque la analquía también puede ser un buen negocio.
Proudhon decía: "quienquiera que ponga la mano sobre mí para gobernarme es un usurpador y un tirano y lo declaro mi enemigo". En nuestra versión, el analquismo, el postulado es: "quienquiera que ponga su mano sobre mí para decirme que no hay mano sobre mí y que puedo hacer lo que me sale del forro, es un auténtico demócrata y lo declaro mi amigo".
Así que "vivamos, callemos y aprovechemos" y ¡que viva la analquía!
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