Una de las maravillas del universo paralelo a la realidad edificado por Chávez, con los dólares del imperio, del cual es sumiso y devoto servidor de barriles, es que ha generado – así como su propia matemática - su propio diccionario.
Por ello, para entender sus discursos hay que desentrañar su etimología, por aquello de “donde digo Digo, no digo Digo sino Diego”, pues, además, una de sus características es que el significado aplica dependiendo del destinatario – lo mismo que las leyes que se sancionan personalizadas y se aplican con algebraica desigualdad - y así, por ejemplo, la voz “patria”, que en el lenguaje universal tiene el significado implícito de “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, en el novísimo lenguaje chavista adquiere la etimología de “con Chávez todo, sin Chávez nada”. Así que cuando Chávez dice “patria” debemos entender “yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Por lo tanto, “patriota” es violento “franelita colorá”, es decir seguidor ciego de quien tiene el poder sobre la vida en un refugio, miles de toneladas de comida podrida, el ascenso a general en jefe, la separación del cargo pródigo para ser destinado a una embajada y la muerte a manos de un hampón. Y “apátrida”, que para todos los humanos del sistema solar significa “sin nacionalidad”, para Chávez traduce “antipatriota”, lo que entonces, adquiere, por vaya usted a saber que perverso mecanismo de ilusionismo colectivo, el significado religioso de “apestoso apóstata del Elegido”.
Sin embargo, y a pesar de todo el poder conferido por la ignorancia y la incondicionalidad por la impunidad, como a este supremo hacedor de entuertos, el anatema “traidor a la patria” le queda como pedrada en ojo de boticario, sospecho que este juego de confusiones es la sombra del miedo que trata de alejar la culpa proyectando las obvias consecuencias de sus actos contra la nación, hacia todo quien se atreva a contradecir su sacra voluntad de imponer a plan de machete con filo la igualdad comunista, que es la disolución de la individualidad creativa y transformadora en el miasma chapoteante de la sumisión por la supervivencia, en el cual no ascienden los aptos sino las almas viles y donde el parasitismo social se siente tan cómodo como lechón haciendo cola en Navidad.
Un ejemplo de cómo cunde entre sus incondicionales su lenguaje de perolito fue la reacción de Rodrigo Cabezas descalificando a la oposición como “apátrida” y acusándola de tener posiciones “antinacionales”, por lo ocurrido en la residencia del embajador de Venezuela en Libia, cuando el planeta sabe que Chávez es el responsable de ese acto de represalia, que no fue contra la Embajada – que es territorio de la nación venezolana - que fue resguardada por los rebeldes, sino directamente contra Chávez por salir a defender a ese astroso criminal cuya dictadura lleva 42 años de opresión, crímenes horrendos y corrupción, en franca provocación a las fuerzas de oposición libias que, ya de juris, constituyen las nuevas autoridades de esa nación, reconocidas por todas los estados del Orbe, menos los cuatro gatos del ALBA, Correa y el grupo La Piedrita.
Hablemos de traicionar
El COP militar establece, en su artículo 464 como traición a la patria: “Practicar actos de hostilidad contra un país extranjero que expongan a Venezuela a peligro de guerra, ruptura de relaciones diplomáticas, represalias o retorsión”. Este artículo condena a 30 años de cárcel a quien incurra en actos como llamar “gringos de mierda” a los habitantes de un país amigo. Pero más allá de lo contemplado en la legislación militar, actos como financiar, con el dinero de la nación, costosos programas sociales a países extranjeros para solucionar problemas cuya existencia interna afectan el cuerpo social de la república, podemos considerarlos como lesivos a los intereses nacionales, pues el artículo 130 de la Constitución establece el deber de los venezolanos de resguardar y proteger los intereses de la Nación.
Cohonestar la invasión subrepticia de milicianos extranjeros, adiestrados para el combate armado, y entregarles delicadas responsabilidades en materia de seguridad de Estado y de control ciudadano, puede, también, ser calificado como traición a la patria, por mucho que se justifique con el internacionalismo de la solidaridad. Y así, la división de los venezolanos en fracciones irreconciliables para mantener en vilo la posibilidad de una guerra civil.
Incentivar la pérdida de la moral pública, generando un clima propicio a la corrupción y a la delincuencia, ambas protegidas con la impunidad. La destrucción sistemática del aparato productivo nacional privado, que ocasiona desempleo, pues el artículo 112 de la Carta Magna ordena al Estado promover la iniciativa privada y el 87 establece que “es fin del Estado fomentar el empleo”. La precarización del área agroalimentaria, basada en absurdos criterios antilatifundistas medievales, porque la Constitución en su artículo 305 ordena al Estado promover la agricultura “sustentable” a fin de garantizar la seguridad alimentaria de la población, y precario conuco comunista no puede considerarse desarrollo sustentable.
La inobservancia de este artículo de la Constitución ha derivado en una ruinosa importación de alimentos que enriquece agroindustriales extranjeros. La nefasta política económica comunista que ha producido inflación, escasez, aumento exponencial de la deuda, fuga de cerebros y de empresas, desinversión nacional y extranjera, venta a futuro de la producción petrolera y minera y mercado negro de divisas. En fin, con esta, limitada por el espacio, muestra de acciones gubernamentales en contra del interés nacional, podemos inferir donde está certeramente ubicada la verruga antinacionalista y “apátrida”. ¡Sale pa´llá!
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